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Receta de voto

Estaba en el bar solo. Su particular jornada de reflexión comenzó hace aproximadamente dos cervezas. Todos querían sus mimos en forma de papel en la urna. ¡Vaya frases más bonitas susurraban en su oído las noches de insonmio! A veces, parecía que todos querían lo mismo. O él era muy desconfiado, o solo le querían para meterse en su cuenta corriente. No se fiaba del todo. Pero cómo resistirse a esos trajes y peinados, esos movimientos de manos seductores, esas frases amorosas para la tierra. Difícil decidir.



Pero tenía claro que no era un votante fácil. No le valían tantas carantoñas si luego acababan en una mierda de polvo. Si te he visto, no me acuerdo. Encima luego vienen los pactos, los tríos, las manitas a escondidas. Se sentía sucio.

El último en llegar no parece como los demás. Sus pelos al viento y el desprecio a la hispano y a la figura del macho alfa. Le costaba admitirlo, ese y el del cartel en pelota picada, le ponían muchísimo. Le habían roto la pensión, el sueldo y sus derechos. Pidió otra cerveza.

Son tratos para demasiado tiempo. ¿Estaba hecho para ataduras? Con lo sano que es el picoteo de lo mejor de cada casa. Le hablaban por televisión, cartas, le daban la mano por la calle. Estuvo a  punto de denunciarlos por acoso. Al mismo tiempo, le gustaba tanta atención. Otra cerveza.

Debía dejarse de amantes y sentar la cabeza. Era necesario. Si no probaba, no podría despotricar luego de la vida en pareja. Tenía mucho miedo. Otro desengaño sería doloroso. "Hay que tener fe en algo", dice entre sorbo y sorbo. No sabía el motivo, pero iría a la cita con su mejor traje. Era un día grande. Notaba el nerviosismo en el ambiente, no le extrañó. Se sorteaba la pareja más sexy de baile.

Por poner un pero, no le llamó la atención el menú para el evento. El menú de siempre no era de su agrado. Le daba gases, se repetía mucho. Luego estaba el que era lo de siempre, pero llevado por otro catering. Le gustó aquello de que tuvieran también un vivero con rosales. Disfrutaba en su tiempo libre de la jardinería. Causó un ligero furor la propuesta de nueva cocina. Aunque jugaba con ingredientes de toda la vida. Eso sí, la presentación de platos, sobresaliente.

Luego estaba la oferta vegetariana. Aunque en el fondo, no sabía qué pintaba ahí, si todos se morían por un buen chuletón de buey. Nadie le quitaba el mérito de lo bien que cuidaban su huerto. Qué hermosura de coles de bruselas, repollos, tomates y berenjenas. Algún patatal se notó. Los del viejo restaurante les pisoteaban costantemente la mercancía. Lo vió con sus propios ojos. Qué local más sucio. Aunque se entendía su éxíto por su amistad con Sanidad.

Al día siguiente, con un ligero dolor de estómago, se puso al día de quién mandaba en la cocina. Para su sopresa, los vegetarianos se pusieron tibios de buen solomillo. Los de siempre empezaron a cambiar menús; los de los rosales empezaron a ofrecer comida vegetariana; el de Sanidad empezó hacerse ya amigo de todo dios.

Regresó al bar, y con la cerveza fría recorriendo el gaznate, casi muere de la risa cuando un camarero, habitante asiduo de la parra, le comentó entusiasmado que la tapa del día era gazpacho.

CARLOS SERRANO

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