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¡Viva la Cruz de Mayo!

El Barrio de La Cruz hierve de colorido y fiesta. Hablar de El Llanete de la Cruz es abrir el grifo de los recuerdos almacenados en los rincones del desván de la memoria. En este año se hace una llamada especial a las fuentes de nuestro entorno por la importancia que tiene y ha tenido siempre el agua. Y mis vivencias de antaño, aunque desdibujadas y descoloridas, saltan a borbotones.



Mi Llanete es un cuadro a veces lleno de luz y color, a veces gris de triste premonición de tormenta y hambre asesina, acuchillando tiernos “estógamos” (estómagos), donde confluyen la calle de La Cruz, el Mular (Muladar), San Sebastián y Juan Colín. Próxima al vértice del llano, la cruz que da nombre al barrio.

Recordar El Llanete es hacer presente tardes soleadas de invierno jugando a la pelota. Allí jugábamos, cuando el llano era de tierra, al “sumillo” (clavo); al “gua” con bolas de barro apepinadas que más tarde serían de cristal; a los “santos”; a la “bilarda”; a “piola” (pídola); al “burro”; a cambiar “chapas”; a echar el aro, a pillar… y también a perseguir nubes de algodón en las luminosas tardes de nuestra Andalucía.

La cuesta del Mular, en aquellos momentos calle del Teniente Torres del Real, sabe de alocadas carreras pendiente abajo, en una compartida BH sin frenos, hasta aterrizar en la baranda del paseo, después de habernos dejado las suelas de los remendados zapatos en la frenada. ¡Aún no teníamos medias suelas en el alma!

Mi Llanete era un barrio de obreros, de jornaleros, alguna casa más pudiente, con las fachadas encaladas de blanco sin esperanza. Era calentarse a la tibia “recacha” en los fríos días de invierno. Eran casas de vecinos atiborradas de gente que se hacinaba en lúgubres y pequeños cuartos sin agua ni sanitarios. ¡Agua, agua…!

El Llanete de la Cruz, como otras tantas partes de Montilla, carecía de agua corriente. Eso era un lujo de ricos allende La Corredera. El agua, para poder guisar y lavar, había que acarrearla desde la fuente de San Blas o desde el Pozo Dulce, después de salvar las sofocantes y cansadas cuestas de San Sebastián o la Cuesta del Mular. El aseo diario era un lavado de gato a la espera de que el sábado te escamondaran dentro de un lebrillo o un barreño de latón.

Ascender hasta El Llanete era toda una hazaña de esfuerzo y voluntad por parte de los chiquillos que, empujando el tosco carrillo de mano, ayudaban en la faena de conseguir el agua. También el hombro de los mayorcitos o el cuadril de las mujeres soportaban el cántaro de barro con el preciado líquido. Nunca mejor dicho lo de apreciado, que valía su peso en oro. Dichas fuentes sólo existen en el recuerdo o en alguna ajada fotografía.

"¡Viva la Cruz de Mayo, San Felipe y Santiago!", vociferaban los chiquillos el día de las cruces. En unas toscas parihuelas coronadas por una cruz floreada paseabamos el barrio, alegres y festeros. Aquello era una fiesta de desarrapados chiquillos que alborotaban la contornada. Hoy la fiesta es una eclosión de colores, actividades culturales, mercadillo, calles adornadas, concurso de cruces. ¡Maravilloso! La ausencia mata la envidia que me produce la actual fiesta.

Mi Llanete virtual sigue estando terrizo, para poder jugar a pinchar el clavo o hacer un hoyo para que las palabras se cuelen en él o para tirar el trompo de afilada púa para “tocar” el del contrario o simplemente bailarlo pasándolo de una mano a la otra. El duro y gris cemento vendrá después para cortar las alas a los ágiles chiquillos del barrio. ¡Cuánta gente quedó olvidada en los bardales de la memoria!

Desde entonces ha llovido algo…, unos años mucho, otros poco o casi nada, incluso en aquellos lejanos años hasta nevó y el pueblo apareció con las calles blancas. ¡Oh, nieve! Para todos nosotros, que las calles estuvieran tapizadas de blanco era casi un milagro. En aquellos momentos, algunos hasta entendimos que la nieve de los belenes era algo que existía de verdad.

Las añoranzas se desvanecen en el trastero de la memoria, lleno de vaporosas telarañas y únicamente afloran al presente las emociones medio apolilladas. Dichas sensaciones son sólo el hálito desdibujado, hiriente y frío de vivencias descoloridas que ya no se pueden precisar en nítidos recuerdos.

Han pasado algunos años desde que, chiquillo, me movía por El Llanete de la Cruz con remiendos en los pantalones y hambre atrasada en los ojos. Ahora, los zurcidos los sobrellevo en el alma. Ha llovido mucho y hemos envejecido a la sombra del efímero reloj. ¡Tempus fugit!

Ahora desde mi virtual Llanete de la Cruz, con paciencia de orfebre, engarzo palabras para crear collares de pensamientos, diademas de opinión, alguna que otra metáfora para enrollar en la muñeca, filigranas de fantasía, siempre jugando con la integridad que me enseñaron mis mayores.

Estas líneas están dedicadas a los inocentes chiquillos que merodeaban antaño calles del barrio y rompían esquinas. Chiquillos de corazón limpio y sucios de mocos restregados. Inocentes de malicia o de resentimiento, pero arañados por las circunstancias. Tiempo tendría la vida de agrietarnos el alma con puñaladas. ¡Feliz fiesta para todo el barrio de la Cruz!

PEPE CANTILLO
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