¿Había alguien, hace poco más de un mes, que dudase de que las elecciones autonómicas andaluzas las ganaría el PSOE? Con total seguridad, no. Las encuestas eran todas muy clarificadoras y hasta el propio Partido Popular asumía internamente la derrota y la pérdida de escaños. Con ese horizonte aparecían dos nuevas formaciones políticas, Ciudadanos y Podemos, a las que todas las opiniones daban como llave para la toma de decisiones parlamentarias, e incluso de gobierno, una vez Susana Díaz accediese a la Presidencia de la Junta.
No eran estos dos partidos los culpables de la victoria socialista, sino que la misma era consecuencia, por una parte, de la decisión mayoritaria de los andaluces, guste o no, y, por otra, del hundimiento del PP, lastrado por la inoperancia de sus dirigentes andaluces y la ausencia de un liderazgo sólido y capaz de comunicar con el pueblo.
Ante una perspectiva así, el mejor escenario posible era el de una mayoría relativa para los socialistas –lo cual se ha producido– y la presencia significativa de los partidos de Rivera e Iglesias que modulasen, en un sentido o en otro, las políticas a aplicar.
Era el paisaje que todo sistema democrático desearía para él. Ausencia de mayorías absolutas y campo abierto para el acuerdo –principio básico de la democracia– con el que ampliar el abanico de propuestas y medidas a poner sobre la mesa de la toma de decisiones.
Pero hete aquí que la realidad dista mucho de lo ideal. Que la visceralidad se apodera de la lógica. Que el rencor triunfa sobre la razón. Que el electoralismo apabulla a la gobernabilidad. Y que el dogmatismo pisotea a la libertad de elección. Y es que algo así está sucediendo en Andalucía y fuera de ella.
Se está utilizando la posibilidad de un acuerdo de investidura –no lo olvidemos, sólo de investidura, de dejar, sin apoyar, que quien debe ocupar la Presidencia de la Junta la ocupe– para fines espurios, alejados de la realidad, viscerales, vengativos, electoralistas y dogmáticos. He llegado a leer por las redes sociales opiniones como que "obliguemos a que se celebren nuevas elecciones y el pueblo castigue más a los socialistas por no llegar a acuerdos con nadie".
Opiniones como ésta –las hay muchas– que ni valoran el coste económico de un proceso electoral –antes de que se celebrasen, Rajoy obligaría al PP-A a abstenerse–, y están tan vacías de contenido real como para no reconocer que ni el pueblo castigó al PSOE el 22 de marzo, a pesar del caso ERE, de los fraudes y de la corrupción, y que en una nueva contienda electoral vete tú a saber si con el bajón de Podemos y el escaso tirón del candidato popular no obtendría entonces la mayoría absoluta.
Que Susana Díaz es populista, por descontado. Que de los socialistas andaluces no cabe esperar una regeneración, por supuesto. Que se ha instalado un régimen en nuestra Comunidad, nadie lo duda. Pero la realidad es la que es y no aceptar el resultado de las urnas sólo tiene un nombre: golpismo intelectual.
Sé que en la situación contraria –habiendo ganado con mayoría simple el PP–, los socialistas, como han demostrado, no respetarían la lista más votada, pero ello no puede llevarnos a asentarnos en la ingobernabilidad de Andalucía, sino que debe movernos a buscar fórmulas por las que hacer más plural la toma de decisiones, sometiendo al PSOE a gobernar desde el acuerdo y no por la imposición.
Lo leía también. Posiblemente sólo con el acuerdo de investidura Ciudadanos lograría para Andalucía más de lo que haya podido lograr el PP en treinta años de oposición. Y sería sólo el principio. No es entrar en el Gobierno, no es confundirse con los socialistas, no es venderse por cuatro sillones, como ya hicieran en su día PA e IU –y así les fue–; no es traicionar a sus electores –las críticas de otros ya sabemos que son claramente oportunistas–. Es, simplemente, hacer lo que debe hacerse. Intentar modular las políticas socialistas en el sentido que demanda la ciudadanía y de acuerdo al propio programa electoral de Ciudadanos.
¿Que ello habrá que saber explicarlo? Pues sí, pero no tengo nada claro que haya quienes admitan explicaciones, cegados por aquello de "o conmigo, o contra mí". Las sociedades se construyen sobre la base de la paz, del entendimiento, de la cesión mutua, de la lógica y la razón y Andalucía necesita de ello, por mucho que bastantes pensemos que el PSOE-A, por sus tropelías, no se merezca ser escuchado.
No eran estos dos partidos los culpables de la victoria socialista, sino que la misma era consecuencia, por una parte, de la decisión mayoritaria de los andaluces, guste o no, y, por otra, del hundimiento del PP, lastrado por la inoperancia de sus dirigentes andaluces y la ausencia de un liderazgo sólido y capaz de comunicar con el pueblo.
Ante una perspectiva así, el mejor escenario posible era el de una mayoría relativa para los socialistas –lo cual se ha producido– y la presencia significativa de los partidos de Rivera e Iglesias que modulasen, en un sentido o en otro, las políticas a aplicar.
Era el paisaje que todo sistema democrático desearía para él. Ausencia de mayorías absolutas y campo abierto para el acuerdo –principio básico de la democracia– con el que ampliar el abanico de propuestas y medidas a poner sobre la mesa de la toma de decisiones.
Pero hete aquí que la realidad dista mucho de lo ideal. Que la visceralidad se apodera de la lógica. Que el rencor triunfa sobre la razón. Que el electoralismo apabulla a la gobernabilidad. Y que el dogmatismo pisotea a la libertad de elección. Y es que algo así está sucediendo en Andalucía y fuera de ella.
Se está utilizando la posibilidad de un acuerdo de investidura –no lo olvidemos, sólo de investidura, de dejar, sin apoyar, que quien debe ocupar la Presidencia de la Junta la ocupe– para fines espurios, alejados de la realidad, viscerales, vengativos, electoralistas y dogmáticos. He llegado a leer por las redes sociales opiniones como que "obliguemos a que se celebren nuevas elecciones y el pueblo castigue más a los socialistas por no llegar a acuerdos con nadie".
Opiniones como ésta –las hay muchas– que ni valoran el coste económico de un proceso electoral –antes de que se celebrasen, Rajoy obligaría al PP-A a abstenerse–, y están tan vacías de contenido real como para no reconocer que ni el pueblo castigó al PSOE el 22 de marzo, a pesar del caso ERE, de los fraudes y de la corrupción, y que en una nueva contienda electoral vete tú a saber si con el bajón de Podemos y el escaso tirón del candidato popular no obtendría entonces la mayoría absoluta.
Que Susana Díaz es populista, por descontado. Que de los socialistas andaluces no cabe esperar una regeneración, por supuesto. Que se ha instalado un régimen en nuestra Comunidad, nadie lo duda. Pero la realidad es la que es y no aceptar el resultado de las urnas sólo tiene un nombre: golpismo intelectual.
Sé que en la situación contraria –habiendo ganado con mayoría simple el PP–, los socialistas, como han demostrado, no respetarían la lista más votada, pero ello no puede llevarnos a asentarnos en la ingobernabilidad de Andalucía, sino que debe movernos a buscar fórmulas por las que hacer más plural la toma de decisiones, sometiendo al PSOE a gobernar desde el acuerdo y no por la imposición.
Lo leía también. Posiblemente sólo con el acuerdo de investidura Ciudadanos lograría para Andalucía más de lo que haya podido lograr el PP en treinta años de oposición. Y sería sólo el principio. No es entrar en el Gobierno, no es confundirse con los socialistas, no es venderse por cuatro sillones, como ya hicieran en su día PA e IU –y así les fue–; no es traicionar a sus electores –las críticas de otros ya sabemos que son claramente oportunistas–. Es, simplemente, hacer lo que debe hacerse. Intentar modular las políticas socialistas en el sentido que demanda la ciudadanía y de acuerdo al propio programa electoral de Ciudadanos.
¿Que ello habrá que saber explicarlo? Pues sí, pero no tengo nada claro que haya quienes admitan explicaciones, cegados por aquello de "o conmigo, o contra mí". Las sociedades se construyen sobre la base de la paz, del entendimiento, de la cesión mutua, de la lógica y la razón y Andalucía necesita de ello, por mucho que bastantes pensemos que el PSOE-A, por sus tropelías, no se merezca ser escuchado.
ENRIQUE BELLIDO