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Rosa y Azul

Si se nos preguntara qué color es el que se asocia con las niñas y lo femenino sin lugar a dudas indicaríamos que el color rosa; sin embargo, la pregunta asociada al mundo masculino no sería tan clara, puesto que la contraposición entre el rosa y el azul se da en la infancia, especialmente en los bebés, dado que con ello podemos distinguirlos sin preguntarles a sus padres si son niños o niñas.



Esto que nos parece que es algo que siempre se ha dado en todo lugar y en todas las culturas no es cierto, pues, tal como nos dice Eva Heller en su libro Psicología del color, el empleo del rosa aplicado al mundo femenino comenzó a nacer después de la Primera Guerra Mundial.

En palabras de la autora alemana, “la moda de vestir a los niños de algún color fue popularizándose a partir de 1920, cuando ya era posible producir tintes al agua hirviendo. Y entonces se puso de moda el color rosa para las niñas”.

Años después, el rosa se convirtió en un color asociado a la discriminación, puesto que durante la Segunda Guerra Mundial los homosexuales fueron encerrados en campos de concentración por los nazis en los que tenían que llevar un triángulo invertido de color rosa cosido a la ropa para que se les distinguieran como hombres “degenerados”.

Paradójicamente, el movimiento de liberación homosexual, dándole la vuelta al significado del triángulo rosa que emplearon los nazis, lo convirtió en una seña de identidad propia, antes de que el arco iris se afianzara como el símbolo cromático del movimiento gay.

En la actualidad se ha reforzado de nuevo la presión, de modo que socialmente se insiste en el rosa para las niñas y el azul para los niños, ya que las marcas comerciales se han dado cuenta que la separación de sexos a través del color es un auténtico filón económico que no hay que desperdiciar.

Hoy, todo un variopinto surtido de productos destinados a las niñas se diseña con tonalidades rosa: juguetes, mochilas, patines, bicis, móviles, etc. Con ello logran que si en una familia hay niños y niñas se dé la circunstancia de que aquello que esté pintado de color rosa no lo utilicen los primeros.

Por ejemplo, una bicicleta con esa tonalidad servirá para la niña; pero no la utilizará su hermano, al que hay que comprarle otra, ya que no es “adecuado” que se monte en una bici con ese color. Este planteamiento, en la sociedad de consumo planificado y dirigido que vivimos a pesar de la crisis, ha calado como algo natural en muchas familias.


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Esto que comento pudiera parecer que es algo trivial, que carece de importancia; y sin embargo creo que sí la tiene. Y como ejemplo de ello quisiera traer a colación un detalle reciente que pude observar en mis caminatas vespertinas.

Suelo iniciarlas saliendo de casa, yendo por el paseo del Vial Norte de Córdoba para alargarlas por diferentes rutas. Una de las más frecuentes es la que tomo hacia la avenida Carlos III, ya que me conduce por un paseo de álamos perfectamente alineados que en estos días en los que se encuentran sin hojas me parecen de una gran belleza visual.

Al acabarlo, entro en un pequeño parque lleno de árboles, muy apretados entre sí, lo que genera una agradable sombra a los que se encuentran por allí, muchos de ellos sentados en el césped conversando o jugando.

Pues bien, un viernes penetré en este parque y me topé con una, inicialmente, agradable visión: observé que dos grupos de familias se habían reunido para charlar y estar juntos a sus hijos. Habían llevado mesas y sillas, viandas y bebidas para pasar la tarde. Todavía de lejos, comprobé que algunos estaban jugando con los pequeños.

“¡Magnífica idea!”, dije para mí. “Juntarse la gente para charlar, tomarse unos refrescos y disfrutar de manera colectiva, sin tener que estar encerrados en casa y con los dichosos aparatos electrónicos que ocupan la mayor parte del ocio de la gente hoy en día, es una excelente forma de relacionarse cara a cara sin los dichosos Whatsapp o Facebook por medio”.

Sin embargo, cuando ya estuve más cerca me llevé una gran sorpresa. En uno de los grupos comprobé que habían colocado una tienda de tules rosados, al tiempo que entre los árboles habían puesto cordeles de los que colgaban globos también de color de rosa. Padres y madres estaban juntos a las niñas que jugaban con las barbies, con carritos de bebés o con juguetes “de niñas”.

Un estrecho camino de tierra separaba este grupo del otro que también estaba formado por adultos y, en este caso, de niños. De igual modo que el anterior, habían desplegado cordeles de los que colgaban globos de diversos colores, menos del rosa.

Algunos de los mayores de este segundo grupo que se encontraban sentados también charlaban animadamente entre ellos, mientras que otros jugaban a la pelota con los niños en la zona que habían hecho exclusivamente de varones.

El grato sentimiento inicial se enturbió. No acababa de salir de mi asombro el que fueran las propias familias las que dividieran a sus hijos e hijas en función del sexo a la hora de agruparse y jugar con ellos.

“¿Cómo es posible que hagan esta absurda separación que no deja de ser una especie de segregación de las niñas a las que desde muy pequeñas se les enseña a jugar a ser mamás, al tiempo que con los niños se llevan a cabo juegos en los que el movimiento, la libertad de acción y el contacto con el suelo (pues había porteros y se tiraban al césped) suponen un aprendizaje temprano que van a marcar los rumbos de sus vidas?”, no dejaba de preguntarme durante el resto de la caminata.

Rosa para las niñas; azul para los niños. Una manera de comenzar a construir dos mundos en los que las primeras tienen mucho que perder, pues a ellas se las enseña a ser dóciles, obedientes, sumisas… al tiempo que a los segundos se les prepara para tomar la iniciativa, luchar, conquistar y mandar.

“Yo de rosa y tú de azul…”, cantaban las inolvidables Carmen Santonja y Gloria van Aerssen de las Vainica Doble en su Habanera del primer amor, evocando los lejanos tiempos de una infancia en los que aún no éramos conscientes de que el mundo no estaba formado por dos colores, sino que había que aspirar a todos los que ofrece la vida, sin distinción de sexos.

Pero para ello hay que comenzar a quitar de en medio los rancios estereotipos que les vienen muy bien a las grandes firmas comerciales cuyo objetivo es potenciar el consumo a cualquier precio, pero que no sirven para nada en el camino hacia la igualdad de derechos de ambos géneros.

AURELIANO SÁINZ
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