El tercer grupo “estable” del Parlamento de Andalucía, no por pequeño menos importante, es Izquierda Unida (IU), la coalición formada por un puñado de partidos que giran en torno al Partido Comunista de España (PCE), el astro que alumbra la vida política que germina más allá, al fondo a la izquierda, de los predios en los que arraiga el PSOE.
Esa posición es, precisamente, la razón de ser y el peligro de una formación que constantemente define su identidad y sus estrategias en virtud de su relación con el gran “sol” socialista. Todos los momentos álgidos de IU, así como sus grandes tropiezos, siempre han estado motivados, directa o indirectamente, por esa relación de atracción/repulsión que profesan los dos entes que representan la izquierda en este país. También en Andalucía.
IU se enfrenta a las próximas elecciones autonómicas con la “cruz” de haber formado gobierno de coalición con el PSOE en la Junta de Andalucía, siendo por tanto corresponsable de las políticas que se han aplicado en esta Legislatura, y con la “penitencia” de prometer no volver ayudar a los socialistas a formar gobiernos de los que siempre sale esquilmado y señalado como desleal.
Esa es, al menos, la impresión que ambos exsocios intentan extender en estos comicios ante unos votantes que, en buena medida, se disputan y comparten. De hecho, la presidenta de la Junta, Susana Díaz, recurrió a la desconfianza que le causaba la actitud de su socio de Gobierno para disolver el Parlamento y convocar estas elecciones. Todo muy propio de una típica riña en una relación de amor/odio: hoy te quiero, mañana, no; y pasado mañana, ya veremos.
De una forma u otra, la izquierda allende el PSOE siempre ha estado representada en el Parlamento regional, donde de manera constante ha asumido el papel de tercero en discordia entre las dos “patas” del bipartidismo andaluz.
Pero la trayectoria de IU nunca ha sido diáfana desde que fuera fundada hace más de 20 años. Hubo una época, bajo la batuta de Julio Anguita como coordinador general (1990), en la que IU consiguió compendiar su propuesta de “sorpasso” con el lema: “programa, programa, programa”. Era la forma de asegurar que, frente a los “chalaneos” de otros partidos, capaces de pactar orillando sus idearios, IU perseguía desbancar al PSOE aplicando sólo su programa político.
Esa “pureza” ideológica catapultó a la formación hasta la cota de los 2,5 millones de votos, que se tradujeron en 20 escaños en el Parlamento andaluz, a costa, también hay que decirlo, de una crisis del PSOE, en 1994, en la que se produce una inflexión del voto socialista, como ya hemos apuntado en una columna anterior.
En aquellos tiempos eufóricos, Izquierda Unida –ya apellidada Convocatoria por Andalucía-Los Verdes– estaba comandada por Luis Carlos Rejón, que niega todo apoyo al Gobierno de Chaves, impidiéndole incluso aprobar los Presupuestos de la Comunidad, razón por la que se prorrogaron los del año anterior.
Ante un PSOE en minoría, IU impone a Diego Valderas como presidente de la Cámara andaluza. Eran los años de la famosa “pinza”, la tenaza parlamentaria formada entre el PP e IU para doblegar al PSOE. Sin embargo, alcanzar todo ese poder para luego estrellarse fue cosa seguida.
Las directrices de Anguita de no pactar con el PSOE no sólo obstaculizaron la acción del Gobierno, sino que les hizo perder muchas alcaldías regidas gracias a acuerdos entre ambas fuerzas progresistas. Pero las consecuencias para los “comunistas” fueron todavía mucho más graves.
Del “sorpaso”, que se materializaría en una férrea oposición a los socialistas sorprendentemente más virulenta que contra la derecha, se deriva un importante retroceso de IU en las elecciones de 1996. Así, de 20 diputados en el Parlamento andaluz se pasa a tener sólo 13, una derrota que hace dimitir a Rejón y que devuelve la mayoría absoluta al PSOE.
Los votantes no comprendieron que IU se obsesionara con negar todo apoyo a los socialistas y prefirieran dejar que la derecha gobernase gracias al desencuentro entre las formaciones de izquierdas. Una actitud repetida en otros lugares y otros tiempos, como cuando IU gobernó el Ayuntamiento de Camas (Sevilla) gracias al apoyo del PP para desalojar a los socialistas, y actualmente en Extremadura, comunidad en la que permite con sus votos que el PP asuma la dirección de la Junta con tal de “apear” al PSOE de ella.
Todas las elecciones posteriores seguirían castigando fuertemente a los comunistas, que se mantienen en el Parlamento como tercera fuerza residual e intentando recobrar la confianza de los ciudadanos. Hasta esta última Legislatura, cuando un PSOE otra vez en minoría consigue el apoyo de IU para gobernar en coalición.
Sendos referendos deciden en la formación comunista facilitar gobiernos de progreso, accediendo al de Andalucía y apoyando desde el Parlamento al de Asturias, únicas comunidades que resistieron con gobiernos de izquierdas el poder avasallador del PP en 2012. Y justo eso, como mínimo, es lo que está en juego en las próximas elecciones, empezando por Andalucía.
Antonio Maíllo es ahora el candidato que se presenta por IU a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Será la primera vez que abandera este reto desde que asumió en 2013 la coordinación regional, con el bagaje de haber sido concejal en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y en Aracena (Huelva).
Este joven profesor de Filología Clásica participa del recelo que le produce un PSOE con el que no se encuentra a gusto. A pesar de haber permitido el gobierno de coalición, nunca quiso “fraternizar” con Susana Díaz y ha tensado en más de una ocasión las cuerdas de la coalición en determinados asuntos considerados clave.
Así, ha mantenido “encontronazos” con la presidenta a causa del realojo de los “okupas” de un edificio de Sevilla, dando lugar a que se visualicen unas discrepancias entre los socios de gobierno que fueron aprovechadas por la oposición conservadora.
También un viaje del vicepresidente de la Junta, Diego Valderas, a los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia) fue otro momento de crisis, ante la oposición de la presidenta andaluza a que esa visita se realizara con carácter institucional, por considerarla perjudicial para las relaciones que mantienen España y la Unión Europea con Marruecos, adonde ella había ido de visita oficial semanas antes.
Esa trayectoria poco diáfana de IU en relación con el PSOE vuelve a mostrar, nuevamente, la ambigüedad de su política y su comportamiento, dando lugar a erráticos e incoherentes pactos a derecha e izquierda. Es, justamente, en este contexto en el que estas elecciones andaluzas suponen para IU una cuestión existencial.
No hay más que ver los cismas producidos en Madrid, donde la candidata elegida en primarias tuvo que abandonar el partido ante la presión de los “puros” del aparato, para constatar el trauma que la desgarra por dentro. Pero ahora con más razón: o acaba engullida por el PSOE, la devora Podemos, o queda reducida a su mínima expresión, a esa residual presencia parlamentaria que conserva las esencias de una pureza ideológica. Una difícil disyuntiva que sólo estas elecciones caníbales podrán discernir.
Esa posición es, precisamente, la razón de ser y el peligro de una formación que constantemente define su identidad y sus estrategias en virtud de su relación con el gran “sol” socialista. Todos los momentos álgidos de IU, así como sus grandes tropiezos, siempre han estado motivados, directa o indirectamente, por esa relación de atracción/repulsión que profesan los dos entes que representan la izquierda en este país. También en Andalucía.
IU se enfrenta a las próximas elecciones autonómicas con la “cruz” de haber formado gobierno de coalición con el PSOE en la Junta de Andalucía, siendo por tanto corresponsable de las políticas que se han aplicado en esta Legislatura, y con la “penitencia” de prometer no volver ayudar a los socialistas a formar gobiernos de los que siempre sale esquilmado y señalado como desleal.
Esa es, al menos, la impresión que ambos exsocios intentan extender en estos comicios ante unos votantes que, en buena medida, se disputan y comparten. De hecho, la presidenta de la Junta, Susana Díaz, recurrió a la desconfianza que le causaba la actitud de su socio de Gobierno para disolver el Parlamento y convocar estas elecciones. Todo muy propio de una típica riña en una relación de amor/odio: hoy te quiero, mañana, no; y pasado mañana, ya veremos.
De una forma u otra, la izquierda allende el PSOE siempre ha estado representada en el Parlamento regional, donde de manera constante ha asumido el papel de tercero en discordia entre las dos “patas” del bipartidismo andaluz.
Pero la trayectoria de IU nunca ha sido diáfana desde que fuera fundada hace más de 20 años. Hubo una época, bajo la batuta de Julio Anguita como coordinador general (1990), en la que IU consiguió compendiar su propuesta de “sorpasso” con el lema: “programa, programa, programa”. Era la forma de asegurar que, frente a los “chalaneos” de otros partidos, capaces de pactar orillando sus idearios, IU perseguía desbancar al PSOE aplicando sólo su programa político.
Esa “pureza” ideológica catapultó a la formación hasta la cota de los 2,5 millones de votos, que se tradujeron en 20 escaños en el Parlamento andaluz, a costa, también hay que decirlo, de una crisis del PSOE, en 1994, en la que se produce una inflexión del voto socialista, como ya hemos apuntado en una columna anterior.
En aquellos tiempos eufóricos, Izquierda Unida –ya apellidada Convocatoria por Andalucía-Los Verdes– estaba comandada por Luis Carlos Rejón, que niega todo apoyo al Gobierno de Chaves, impidiéndole incluso aprobar los Presupuestos de la Comunidad, razón por la que se prorrogaron los del año anterior.
Ante un PSOE en minoría, IU impone a Diego Valderas como presidente de la Cámara andaluza. Eran los años de la famosa “pinza”, la tenaza parlamentaria formada entre el PP e IU para doblegar al PSOE. Sin embargo, alcanzar todo ese poder para luego estrellarse fue cosa seguida.
Las directrices de Anguita de no pactar con el PSOE no sólo obstaculizaron la acción del Gobierno, sino que les hizo perder muchas alcaldías regidas gracias a acuerdos entre ambas fuerzas progresistas. Pero las consecuencias para los “comunistas” fueron todavía mucho más graves.
Del “sorpaso”, que se materializaría en una férrea oposición a los socialistas sorprendentemente más virulenta que contra la derecha, se deriva un importante retroceso de IU en las elecciones de 1996. Así, de 20 diputados en el Parlamento andaluz se pasa a tener sólo 13, una derrota que hace dimitir a Rejón y que devuelve la mayoría absoluta al PSOE.
Los votantes no comprendieron que IU se obsesionara con negar todo apoyo a los socialistas y prefirieran dejar que la derecha gobernase gracias al desencuentro entre las formaciones de izquierdas. Una actitud repetida en otros lugares y otros tiempos, como cuando IU gobernó el Ayuntamiento de Camas (Sevilla) gracias al apoyo del PP para desalojar a los socialistas, y actualmente en Extremadura, comunidad en la que permite con sus votos que el PP asuma la dirección de la Junta con tal de “apear” al PSOE de ella.
Todas las elecciones posteriores seguirían castigando fuertemente a los comunistas, que se mantienen en el Parlamento como tercera fuerza residual e intentando recobrar la confianza de los ciudadanos. Hasta esta última Legislatura, cuando un PSOE otra vez en minoría consigue el apoyo de IU para gobernar en coalición.
Sendos referendos deciden en la formación comunista facilitar gobiernos de progreso, accediendo al de Andalucía y apoyando desde el Parlamento al de Asturias, únicas comunidades que resistieron con gobiernos de izquierdas el poder avasallador del PP en 2012. Y justo eso, como mínimo, es lo que está en juego en las próximas elecciones, empezando por Andalucía.
Antonio Maíllo es ahora el candidato que se presenta por IU a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Será la primera vez que abandera este reto desde que asumió en 2013 la coordinación regional, con el bagaje de haber sido concejal en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y en Aracena (Huelva).
Este joven profesor de Filología Clásica participa del recelo que le produce un PSOE con el que no se encuentra a gusto. A pesar de haber permitido el gobierno de coalición, nunca quiso “fraternizar” con Susana Díaz y ha tensado en más de una ocasión las cuerdas de la coalición en determinados asuntos considerados clave.
Así, ha mantenido “encontronazos” con la presidenta a causa del realojo de los “okupas” de un edificio de Sevilla, dando lugar a que se visualicen unas discrepancias entre los socios de gobierno que fueron aprovechadas por la oposición conservadora.
También un viaje del vicepresidente de la Junta, Diego Valderas, a los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia) fue otro momento de crisis, ante la oposición de la presidenta andaluza a que esa visita se realizara con carácter institucional, por considerarla perjudicial para las relaciones que mantienen España y la Unión Europea con Marruecos, adonde ella había ido de visita oficial semanas antes.
Esa trayectoria poco diáfana de IU en relación con el PSOE vuelve a mostrar, nuevamente, la ambigüedad de su política y su comportamiento, dando lugar a erráticos e incoherentes pactos a derecha e izquierda. Es, justamente, en este contexto en el que estas elecciones andaluzas suponen para IU una cuestión existencial.
No hay más que ver los cismas producidos en Madrid, donde la candidata elegida en primarias tuvo que abandonar el partido ante la presión de los “puros” del aparato, para constatar el trauma que la desgarra por dentro. Pero ahora con más razón: o acaba engullida por el PSOE, la devora Podemos, o queda reducida a su mínima expresión, a esa residual presencia parlamentaria que conserva las esencias de una pureza ideológica. Una difícil disyuntiva que sólo estas elecciones caníbales podrán discernir.
DANIEL GUERRERO