Nos rasgábamos las vestiduras porque el fanatismo islámico no perdona la representación de sus dioses, lo que impulsa a los más cetrinos de sus radicales seguidores a empuñar las armas para vengar lo que consideran ofensas a su fe, y resulta que en esta España –tan moderna, occidental y libérrima donde las haya– también somos capaces de recurrir, cuando menos, a la censura para evitar “ofender”, no a los dioses, sino a los soberanos que nos gobiernan con la bendición de la divinidad y la impunidad de los privilegiados.
Es lo que ha estado a punto de suceder con una muestra colectiva del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), al vetar el director del mismo la exposición de una escultura que consideraba “poco digna”. A Bartomeu Marí le pareció “inapropiado” que se expusiera la escultura de la artista austriaca Inés Doujak, titulada No vestida para conquistar, y que formaba parte de la muestra La bestia y el soberano que organizaba el propio Macba y el museo WKV de Stuttgard. Ante la negativa de los comisarios a retirar cualquier obra de la exposición, el director del museo barcelonés decidió cancelar la totalidad de la muestra.
La obra, que pretende provocar una respuesta crítica en el público, representa a un perro pastor alemán que sodomiza a una mujer cubierta con casco minero –inspirada en la sindicalista boliviana Domitila Barrios– que a su vez sodomiza al anterior rey español, Juan Carlos I, quien vomita flores sobre cascos de las SS nazi.
Para los autores, la obra “no pretendía insultar a una persona privada, sino reformular críticamente una representación colectiva del poder soberano”, como señalaron en un comunicado publicado por el WKV. Es fácil hacer una lectura crítica de la capacidad que dispone una élite social de “joder” a los desfavorecidos, como esa representante de los trabajadores que, siendo mujer, soporta doble marginación por pobre y por mujer, hasta reducirlos casi a la condición de simples “animales de compañía” para su poder soberano. Que se inviertan los términos no resulta una reacción descabellada que bien puede ser representada y sublimada por medio del arte.
Los comisarios de la exposición justifican su negativa a retirar la pieza por, no sólo comprometer el concepto de la exhibición, sino porque cuestionaría su “visión del arte, la libertad de expresión y el rol del museo en la sociedad contemporánea”. Para ellos, “el acto de cancelar la exposición es un acto de censura”.
Tanto las viñetas y las caricaturas, y todo tipo de expresiones plásticas, literarias y artísticas, como estas obras escultóricas, son ejemplos de crítica iconoclasta, de aquella crítica sátira que, como expone Manuel Barrero en un artículo reciente, sirve para “poner en evidencia las fisuras sociales, las pésimas gestiones de los alcaldes, las pobres decisiones de los militares y de los ministros, la falibilidad constante de los monarcas y la ridiculez ancilar de los pontífices”. Su “incongruencia” o irreverencia nos ayudan a asociar “una instancia moral con su contraria para ponerla en evidencia”.
De ahí que satirizar a un dios, un profeta o un rey sirvan para criticar los desmanes que se cometen en su nombre, para cuestionar las aberraciones que se imponen por su causa y para someter al raciocinio de la inteligencia más sarcástica toda manifestación humana con la que se pretende dominar al hombre y cercenar su libertad de crítica y de expresión. Nada hay más ofensivo que las supuestas “ofensas” de los papanatas, pero son sumamente peligrosas y poderosas. Un papanatas ofendido es capaz de censurar, encarcelar y hasta matar.
Afortunadamente, la exposición La bestia y el soberano del Macba, dada la repercusión que tuvo en los medios de comunicación y en las redes sociales, se ha podido inaugurar, eso sí, casi a escondidas, sin rueda de prensa y sin los actos de presentación previstos. Esta vez, los papanatas no han podido imponer sus criterios de intransigencia, con los que consideran “sagrado” al anterior jefe del Estado. Al final, ha dimitido el papanatas del director.
Ya sabíamos que el jefe del Estado, rey por más señas, es una figura que simboliza la unidad y permanencia del Estado, aunque lo encarne una persona que goza de inmunidad e inviolabilidad legal. Pero tan irracional es atribuir supuestas ofensas a conceptos religiosos como a símbolos institucionales, por mucho que el Código Penal contemple como delitos las injurias al jefe del Estado o las blasfemias que ofenden los sentimientos religiosos.
Nada de ello debería coartar la libertad de expresión, derecho constitucional que, en el supuesto de colisionar con otros derechos, debería prevalecer porque de él derivan los demás derechos y libertades que posibilitan la conformación de la opinión pública y la representación política de la soberanía popular.
Es decir, la libertad de expresión ha de estar por encima de reyes, religiones y demás ideas, creencias o conceptos supuestamente sacrosantos e intocables. Su ejercicio, a través de textos, viñetas u obras de arte, debería estar limitado solo por la ley y la jurisprudencia, y no fiscalizado por políticos, burócratas de cualquier institución o el poder religioso.
Mientras no se tenga esto claro, siempre existirán papanatas que se sentirán ofendidos y tenderán a cercenar la libertad de expresión. Lo del Macba es solo la enésima contienda que se libra en este país entre la intransigencia y la libertad. Hay que seguir atentos.
Es lo que ha estado a punto de suceder con una muestra colectiva del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), al vetar el director del mismo la exposición de una escultura que consideraba “poco digna”. A Bartomeu Marí le pareció “inapropiado” que se expusiera la escultura de la artista austriaca Inés Doujak, titulada No vestida para conquistar, y que formaba parte de la muestra La bestia y el soberano que organizaba el propio Macba y el museo WKV de Stuttgard. Ante la negativa de los comisarios a retirar cualquier obra de la exposición, el director del museo barcelonés decidió cancelar la totalidad de la muestra.
La obra, que pretende provocar una respuesta crítica en el público, representa a un perro pastor alemán que sodomiza a una mujer cubierta con casco minero –inspirada en la sindicalista boliviana Domitila Barrios– que a su vez sodomiza al anterior rey español, Juan Carlos I, quien vomita flores sobre cascos de las SS nazi.
Para los autores, la obra “no pretendía insultar a una persona privada, sino reformular críticamente una representación colectiva del poder soberano”, como señalaron en un comunicado publicado por el WKV. Es fácil hacer una lectura crítica de la capacidad que dispone una élite social de “joder” a los desfavorecidos, como esa representante de los trabajadores que, siendo mujer, soporta doble marginación por pobre y por mujer, hasta reducirlos casi a la condición de simples “animales de compañía” para su poder soberano. Que se inviertan los términos no resulta una reacción descabellada que bien puede ser representada y sublimada por medio del arte.
Los comisarios de la exposición justifican su negativa a retirar la pieza por, no sólo comprometer el concepto de la exhibición, sino porque cuestionaría su “visión del arte, la libertad de expresión y el rol del museo en la sociedad contemporánea”. Para ellos, “el acto de cancelar la exposición es un acto de censura”.
Tanto las viñetas y las caricaturas, y todo tipo de expresiones plásticas, literarias y artísticas, como estas obras escultóricas, son ejemplos de crítica iconoclasta, de aquella crítica sátira que, como expone Manuel Barrero en un artículo reciente, sirve para “poner en evidencia las fisuras sociales, las pésimas gestiones de los alcaldes, las pobres decisiones de los militares y de los ministros, la falibilidad constante de los monarcas y la ridiculez ancilar de los pontífices”. Su “incongruencia” o irreverencia nos ayudan a asociar “una instancia moral con su contraria para ponerla en evidencia”.
De ahí que satirizar a un dios, un profeta o un rey sirvan para criticar los desmanes que se cometen en su nombre, para cuestionar las aberraciones que se imponen por su causa y para someter al raciocinio de la inteligencia más sarcástica toda manifestación humana con la que se pretende dominar al hombre y cercenar su libertad de crítica y de expresión. Nada hay más ofensivo que las supuestas “ofensas” de los papanatas, pero son sumamente peligrosas y poderosas. Un papanatas ofendido es capaz de censurar, encarcelar y hasta matar.
Afortunadamente, la exposición La bestia y el soberano del Macba, dada la repercusión que tuvo en los medios de comunicación y en las redes sociales, se ha podido inaugurar, eso sí, casi a escondidas, sin rueda de prensa y sin los actos de presentación previstos. Esta vez, los papanatas no han podido imponer sus criterios de intransigencia, con los que consideran “sagrado” al anterior jefe del Estado. Al final, ha dimitido el papanatas del director.
Ya sabíamos que el jefe del Estado, rey por más señas, es una figura que simboliza la unidad y permanencia del Estado, aunque lo encarne una persona que goza de inmunidad e inviolabilidad legal. Pero tan irracional es atribuir supuestas ofensas a conceptos religiosos como a símbolos institucionales, por mucho que el Código Penal contemple como delitos las injurias al jefe del Estado o las blasfemias que ofenden los sentimientos religiosos.
Nada de ello debería coartar la libertad de expresión, derecho constitucional que, en el supuesto de colisionar con otros derechos, debería prevalecer porque de él derivan los demás derechos y libertades que posibilitan la conformación de la opinión pública y la representación política de la soberanía popular.
Es decir, la libertad de expresión ha de estar por encima de reyes, religiones y demás ideas, creencias o conceptos supuestamente sacrosantos e intocables. Su ejercicio, a través de textos, viñetas u obras de arte, debería estar limitado solo por la ley y la jurisprudencia, y no fiscalizado por políticos, burócratas de cualquier institución o el poder religioso.
Mientras no se tenga esto claro, siempre existirán papanatas que se sentirán ofendidos y tenderán a cercenar la libertad de expresión. Lo del Macba es solo la enésima contienda que se libra en este país entre la intransigencia y la libertad. Hay que seguir atentos.
DANIEL GUERRERO