Los Podemitas aún no lo saben pero han pasado de la mesa de novedades y el escaparate a los estantes. Y esperen que pronto no vayan a la sección de rebajas de libros usados. Que ya hay otro autor que se está poniendo de moda. Durante meses, todos los vientos se conjugaron para hacerlos navegar airosos y, parecía, que imparables.
El enfangamiento generalizado de la política y los políticos, junto a la crisis desatada y angustiosa fue su “madre” y, sus “padres”, un presunto nuevo periodismo más viejo en realidad que el agitprop totalitario que les puso, y aún les pone, alfombras y púlpitos en modo plató para que puedan lanzar, con complicidad servil e incluso palanganera, sin posibilidad de réplica ni de ser contradichos, sino por el contrario jaleados, sus consignas y mensajes. Muy eficaces, por cierto.
Nunca en la historia de la política y desde la nada tuvo nadie un apoyo mediático tan impresionante y entregado. Ahora, hay que reconocerlo, ha comenzado el contraste y la réplica, y va a menos. Por ello se quejan tan amargamente. Han comenzado a perder su privilegio de presuntas vírgenes vestales de la ética.
Aupados por todo ello y su indudable inteligencia marketiniana para la comunicación, moviéndose con agilidad en los territorios digitales y poniendo en campaña a ingentes tropas de agresivos soldados tuiteros, pareció que su oleaje anegaría todo lo que se les pusiera por delante. Unas encuestas cardíacas les pronosticaron, tras no haberles visto ni siquiera asomar en las europeas, casi, y hasta sin casi, el propio Gobierno de España.
Fue tanto el alboroto que ellos llegaron a creérselo o es lo que, en una quimera muy particular de profesores de Políticas, revolucionarios de despacho a la búsqueda de un Trotski-Lenin que hallaron en Chávez, ellos mismos diseñaron para, en sus propias palabras, “asaltar los cielos”. La soberbia, y la intelectual peor, es muy mala consejera.
Y Podemos, su Mesías y apóstoles triunviros, se la han pegado contra sus cables. Aunque todavía no lo sepan. Aunque intenten convencerse y convencernos de que sus 15 diputados en Andalucía son el principio de la gran galerna. No. Son el inicio de la resaca. Aunque no se lo crean, su discurso ya empieza a ser cansino y sonar a viejo. Sobre todo porque el discurso, por muy empaquetado y con lacitos que lo sirvan, es muy viejo y su realidad, cascotes de muro.
Sus pecados de soberbia han ido conjugándose para ello. El primero, el de ir tan, tan de sobrados que acabaron por caer en el esperpento. El PSOE era ya un cascarón vacío e IU un bocado de aperitivo. Aquella pretensión de, sin un escaño en el Parlamento, escenificarse como replicante y líder de la oposición en el debate del Estado de la Nación fue la demostración visual del esperpento. Y el resultante es que su posición de futuro más bien parece abocada no a la hegemonía sino a la de soguilla. Y con IU les ha ido, si no parecido, igualmente espinoso.
La formación izquierdista, en los inicios, abusó de prepotencia parecida, al no darles lugar al sol en sus filas, y ahora ellos en réplica, todavía más crecidos y altaneros, dándoles tan solo la oportunidad de ser comidos, previa voladura desde el interior como anticipo.
Y ello ha herido orgullo y dignidad en IU y en sus gentes. Como la del poeta Luis García Montero. En Andalucía han perdido, sí, pero han sobrevivido. Han aguantado y ahí están, heridos pero vivos, y puede que a poco y en las municipales, dándole la vuelta a su particular tortilla. Donde había un aliado de carril puede haber ahora un enemigo de familia.
Pero me dirán: ¿Cómo anota un fracaso cuando de la nada han obtenido 15 diputados? Pues muy simple. Porque sus expectativas y pájaros que creían tener en la mano eran muchos más y decisorios. Y se han quedado en menos de lo que fue IU.
Porque este Podemos no ha llegado siquiera a los resultados que allí obtuvo Anguita, cuando su formación alcanzó los 20 diputados y un 19,14 por ciento de votos en 1994. Sí. Así fue: la suma ahora de Podemos e IU juntos, es lo que obtuvieron. Y sin tan desatadas ínfulas. De hecho, ahora parece que nadie quisiera recordarlo.
Podemos ya no es una encuesta. Es una realidad y cambiará, como va a hacerlo Ciudadanos, el mapa político. Pero no va a hacerlo tal y como soñaba y puede que acabe por hacerlo en mucho menos de lo que hasta ayer se suponía. Podemos, en efecto, ya no es una encuesta, pero es bastante menos de lo que las encuestas gritaban.
El enfangamiento generalizado de la política y los políticos, junto a la crisis desatada y angustiosa fue su “madre” y, sus “padres”, un presunto nuevo periodismo más viejo en realidad que el agitprop totalitario que les puso, y aún les pone, alfombras y púlpitos en modo plató para que puedan lanzar, con complicidad servil e incluso palanganera, sin posibilidad de réplica ni de ser contradichos, sino por el contrario jaleados, sus consignas y mensajes. Muy eficaces, por cierto.
Nunca en la historia de la política y desde la nada tuvo nadie un apoyo mediático tan impresionante y entregado. Ahora, hay que reconocerlo, ha comenzado el contraste y la réplica, y va a menos. Por ello se quejan tan amargamente. Han comenzado a perder su privilegio de presuntas vírgenes vestales de la ética.
Aupados por todo ello y su indudable inteligencia marketiniana para la comunicación, moviéndose con agilidad en los territorios digitales y poniendo en campaña a ingentes tropas de agresivos soldados tuiteros, pareció que su oleaje anegaría todo lo que se les pusiera por delante. Unas encuestas cardíacas les pronosticaron, tras no haberles visto ni siquiera asomar en las europeas, casi, y hasta sin casi, el propio Gobierno de España.
Fue tanto el alboroto que ellos llegaron a creérselo o es lo que, en una quimera muy particular de profesores de Políticas, revolucionarios de despacho a la búsqueda de un Trotski-Lenin que hallaron en Chávez, ellos mismos diseñaron para, en sus propias palabras, “asaltar los cielos”. La soberbia, y la intelectual peor, es muy mala consejera.
Y Podemos, su Mesías y apóstoles triunviros, se la han pegado contra sus cables. Aunque todavía no lo sepan. Aunque intenten convencerse y convencernos de que sus 15 diputados en Andalucía son el principio de la gran galerna. No. Son el inicio de la resaca. Aunque no se lo crean, su discurso ya empieza a ser cansino y sonar a viejo. Sobre todo porque el discurso, por muy empaquetado y con lacitos que lo sirvan, es muy viejo y su realidad, cascotes de muro.
Sus pecados de soberbia han ido conjugándose para ello. El primero, el de ir tan, tan de sobrados que acabaron por caer en el esperpento. El PSOE era ya un cascarón vacío e IU un bocado de aperitivo. Aquella pretensión de, sin un escaño en el Parlamento, escenificarse como replicante y líder de la oposición en el debate del Estado de la Nación fue la demostración visual del esperpento. Y el resultante es que su posición de futuro más bien parece abocada no a la hegemonía sino a la de soguilla. Y con IU les ha ido, si no parecido, igualmente espinoso.
La formación izquierdista, en los inicios, abusó de prepotencia parecida, al no darles lugar al sol en sus filas, y ahora ellos en réplica, todavía más crecidos y altaneros, dándoles tan solo la oportunidad de ser comidos, previa voladura desde el interior como anticipo.
Y ello ha herido orgullo y dignidad en IU y en sus gentes. Como la del poeta Luis García Montero. En Andalucía han perdido, sí, pero han sobrevivido. Han aguantado y ahí están, heridos pero vivos, y puede que a poco y en las municipales, dándole la vuelta a su particular tortilla. Donde había un aliado de carril puede haber ahora un enemigo de familia.
Pero me dirán: ¿Cómo anota un fracaso cuando de la nada han obtenido 15 diputados? Pues muy simple. Porque sus expectativas y pájaros que creían tener en la mano eran muchos más y decisorios. Y se han quedado en menos de lo que fue IU.
Porque este Podemos no ha llegado siquiera a los resultados que allí obtuvo Anguita, cuando su formación alcanzó los 20 diputados y un 19,14 por ciento de votos en 1994. Sí. Así fue: la suma ahora de Podemos e IU juntos, es lo que obtuvieron. Y sin tan desatadas ínfulas. De hecho, ahora parece que nadie quisiera recordarlo.
Podemos ya no es una encuesta. Es una realidad y cambiará, como va a hacerlo Ciudadanos, el mapa político. Pero no va a hacerlo tal y como soñaba y puede que acabe por hacerlo en mucho menos de lo que hasta ayer se suponía. Podemos, en efecto, ya no es una encuesta, pero es bastante menos de lo que las encuestas gritaban.
ANTONIO PÉREZ HENARES