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Marta Fernández: “Mi abuela era de Montilla; ahí está esa raíz y me siento muy orgullosa"

Su abuela era de Montilla. Nada más y nada menos. Y ella vive fascinada con los autómatas, antecesores de los robots. No sabe bien por qué. Aficionada también a la historia del siglo XVIII. Presume de hacer frente a varias enfermedades: escoliosis, miopía y prosopagnosia, una ceguera facial que también padece Brad Pitt. En la primera novela que ahora publica, Te regalaré el mundo, ha dejado mucho de su autohedonismo y poco de su autobiografía.

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Inició su carrera periodística en Diario 16. Después de haber pasado por Televisión Española, Telemadrid y CNN+, llega a Telecinco. Desde 2007 Mediaset es su casa. En su novela narra la necesidad de inventar otro mundo para sobrevivir al presente.

—Su novela es la historia de dos hombres y de dos mundos.

—Son dos hombres que se inventan dos mundos. Uno es un escritor y se inventa ese mundo por medio de las palabras. Y el otro es un inventor, un relojero, y se inventa su mundo por medio de engranajes. Pero en el fondo es lo que hacemos todos, que nos inventamos el mundo diario para que sea mejor. Lo hacemos con la imaginación, con los amigos, llenándolo de palabras, llenándolo de ilusiones.

—Fascinada por los autómatas, esos antecesores de los robots. Y no sabe por qué.

—No sé por qué, pero es algo que me llamó la atención desde que era pequeña y desde pequeña me gustaban esos autómatas que son un poco tétricos a veces para los niños. Pero a mí me parecía que había algo de alma y algo de vida en esos engranajes. Y después por eso finalmente me fascinan los robots. Y eso está en la novela también.

—Aficionada también a la historia, sobre todo del siglo XVIII. ¿Qué encuentra allí que no le ofrece el momento actual?

—Es todo lo contrario. Encuentro allí lo mismo que hay en el momento actual. Y eso es lo que me llama la atención, que creemos que somos únicos y que estamos en la cima de la civilización y de la tecnología, y esto mismo pensaban los hombres del siglo XVIII, que no había engranajes como los suyos, que no había país como el suyo, que no había arte como el suyo ni ópera como la suya. Me llaman más la atención las similitudes que las diferencias, que son muchas.

—Su novela está basada en la vida de Descartes. Le pareció una historia muy poética.

—Es la historia de Descartes de cómo tiene una hija, Francine, que muere de viruela, y entonces él decide que tiene que inventarse un mundo nuevo, y lo que hace es crear una hija artificial, crear un autómata, que es la que suplanta a su hija Francine. Me parecía muy poético y muy doloroso que un ser tan inteligente como Descartes pusiera toda su inteligencia al servicio de curar esa herida del corazón. Y a partir de ahí nace esta historia.

—Una novela sobre la ausencia y la búsqueda de la identidad. ¿Siempre andamos perdidos?

—Siempre andamos perdidísimos. Es más, nos buscamos y no nos encontramos. Y hay veces que, más nos buscamos, menos nos encontramos.

—Se define como lectora voraz y devota de escritores como Pynchon o DeLillo. ¿De libros breves, nada?

—Pues mira, tengo el último de Kundera esperándome, que es de los breves y con el tipo de letra generoso. Pero a mí me gustan las novelas de largo recorrido, que pesan en el alma y en el bolso. Así tengo la escoliosis.

—Dice usted: “Escribimos de aquello de lo que somos y sobre lo que nos gusta”. ¿Qué ha dejado de usted en este libro?

—He dejado sobre todo mis gustos. Aquello que me apasiona. Están los autómatas. Está la literatura. Está la ópera. Está la música de Farinelli. Creo que no hay que buscar tanto lo autobiográfico, porque de lo autobiográfico no hay nada. Pero sí hay lo autohedonista. Aquello que me produce placer está en el libro.

—“Tengo un talento inigualable para la duda. Por eso soy periodista”. ¿Este mundo no le deja fiarse de nadie?

(Ríe). En este mundo hay que ser muy escéptico. El periodista tiene que ponerle interrogaciones a casi todo. Hay veces que hay que poner doble interrogación incluso.

—“La inteligencia es lo único que importa”, dice el padre de Leo. ¿Sabe ya si la inteligencia garantiza la felicidad?

—Creo que la inteligencia garantiza la felicidad, pero creo que hace falta bastante inteligencia para llegar a la felicidad. O al menos para darse cuenta de que no la has alcanzado.

—A veces, incluso, puede entorpecerla.

—Sí, porque a veces esa inteligencia hace que le pongamos demasiadas interrogaciones a la vida y que nos planteemos cosas cuando no hay que planteárselas.

—¿Piensa, como Hemingway o García Márquez, que el periodismo hay que abandonarlo a tiempo si te quieres dedicar a otra cosa, como la literatura?

—Es que no sé si estoy yo ya a tiempo de abandonar el periodismo. Es un veneno que te entra y, al final, nunca lo dejas. Probablemente haya que abandonarlo. Probablemente no podamos abandonarlo nunca.

—Un rostro bonito. ¿Ayuda en la profesión?

—Yo trabajo en la televisión y la televisión es muchas veces lo que se ve y lo que se oye. Pero creo que el rostro sin lo que hay detrás no dice nada. Y es más. Creo que a mí en mi trabajo me ha ayudado mucho más mi voz que mi rostro. Micho más.

—Hablando de su rostro. Tiene una belleza cordobesa. Su abuela era de Montilla.

—Mi abuela era de Montilla. El resto de mi familia es de Madrid. Pero yo me parezco a esa rama de la familia. Me parezco tanto a esa rama cordobesa que un día me encontré con un primo segundo de la familia cordobesa al que no conocía y nos reconocimos inmediatamente, claro. Porque los dos teníamos esta cara de no poder negar tener esas raíces cordobesas. Sí, sí, ahí está esa raíz y muy orgullosamente.

—Además, el padre de su abuela era impresor.

—El padre de mi abuela tiene una historia como de novela decimonónica que en algún momento tendré que escribir porque era una familia bien, una familia acomodada que tenía una imprenta que funcionaba muy bien. Pero mi abuelo era de ideas libertarias y entonces decidió imprimir El Comunista. Le quemaron la imprenta, le quemaron la casa. La mujer se murió del disgusto. Tuvo que abandonar el pueblo. Mi abuela se tuvo que ir a servir a Madrid. Mi abuelo se casó con la ama de llaves. En fin, una historia tristísima, digna de un Dickens de Córdoba que la refleje.

—Por supuesto, conoce su tierra.

—Sí la conozco. Me gusta muchísimo, además. Me gusta mucho Córdoba, los cordobeses, la provincia. La gente es majísima. Se pueden decir muchas evidencias sobre lo hermosa que es la ciudad, lo bien que se come, lo bien que se está y lo pronto que se llega desde Madrid, que da gusto. Y el vino.

—En un grado leve, padece prosopagnosia, como Brad Pitt. Una enfermedad que hace olvidar las caras, una especie de ceguera facial. ¿Se le hará más difícil reconocer al hombre de sus sueños?

—El caso es que el hombre de mis sueños tiene que tener unos rasgos determinados para poder distinguirle, pero creo que una vez que el hombre de tus sueños ha aparecido en la vida, lo distingues ya para siempre.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: MIGUEL ÁNGEL LEÓN
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