Ya lo mencionamos en una ocasión anterior, a tenor de la acusación de que los videojuegos no eran más que un entretenimiento simple y sin base: este ocio puede ser una manifestación artística tan válida como otra cualquiera. No debería haber menor consideración en ella que en las plásticas como la escultura, pintura o arquitectura.
Cuando se inicia este debate, se suelen citar varias obras que, sine dubio, suelen aceptarse por todo el colectivo de jugadores como piezas realmente artísticas. Algunos son Flower, Journey, Okami, pero quizás el más famoso de todos sea Shadow of the Colossus, del ya citado –hace muchos meses– Team ICO y el artista Fumito Ueda. Que todavía sigue en el limbo en cuanto al estado de The Last Guardian, aunque eso es otro asunto ya debatido con bastante anterioridad.
En Shadow of the Colossus nos ponemos en el papel de un joven llamado Wander –del inglés que deambula, nombre que le viene como anillo al dedo como veréis a continuación– que debe derrotar a 16 colosos para devolverle la conciencia a una chica llamada Mono.
Lo misterioso de la situación es que acudimos a un templo sagrado en el que una voz de desconocida procedencia nos indica que deberemos hacerlo. Esa es nuestra única indicación en todo el juego: careceremos de más pistas, indicaciones o señalizaciones que nos indiquen lo que debemos hacer.
He aquí, precisamente, una de las grandes virtudes de este título: el sentimiento de desamparo que produce en el jugador. Tiene un vasto mundo que se pliega ante sus ojos, no hay ningún ser vivo por delante con el que pueda interactuar y debe encontrar a todos estos gigantes él solo, con la única ayuda de su espada. Si esta arma recibe luz, puede direccionar al protagonista hasta donde se encuentra el siguiente enemigo de grandes proporciones a batir.
El juego gráficamente no es especialmente portentoso. Supera notablemente a su antecesor, ICO, pero no llega al nivel visual de otras producciones anteriores en el tiempo como Final Fantasy X, por citar un ejemplo donde los paisajes también tienen una gran carga visual. La jugabilidad tampoco aporta demasiado en diversión ni, sobre todo, variedad. Wander apenas cuenta con su espada y un arco para llamar la atención y acabar con sus mortíferos grandes rivales.
De hecho, precisamente, el auténtico talón de Aquiles de esta obra es su amplia repetitividad. La mecánica es siempre la misma: salir el templo, montar a lomos de Agro, nuestro caballo, hasta dar con el gigante y ponerle fin. Así hasta 16 veces. Hombre, que cinco está muy bien, pero a la décima se puede atravesar como la última uva de Nochevieja.
Los paisajes no son especialmente variados: campos, desiertos y zonas rocosas, tan arquetípicas como carentes de personalidad, no ayudan a salir de ese sentimiento de repetición en el que nos embarcamos una vez superada la franja de las cinco primeras horas.
Con tanto aparentemente negativo, casi cabría pensar cómo es que Shadow of the Colossus es considerado una obra de arte. Os lo diremos de la forma más sencilla y rápida posible: porque lo es. “¿Pero no acabáis de decirnos que es repetitivo hasta la médula, cómo va a ser eso?”. De hecho lo es, pero eso no le debe quitar honores a lo que respecta a su vertiente artística, ya que ambos deben ir por caminos distintos.
A priori, visualmente hablando, La noche estrellada de Vincent van Gogh no es especialmente elaborado en cuanto a técnica, pero sin duda es una obra de arte con todas las de la ley. A este software le pasa exactamente lo mismo: como juego no destaca especialmente por sus virtudes, todo lo contrario de lo que lo hace por su evocación artística.
Shadow of the Colossus consigue algo que muy pocos logran e intentarían hacer: transmitirnos una sensación de soledad absoluta. Al no haber nadie con quien debatir ni nada que nos indique qué hacer, sentiremos que estamos solos ante la adversidad.
Al sentimiento de indefensión se suma el de la culpabilidad, ya que en no pocas ocasiones este videojuego os hará sentir culpables por acabar con ciertos colosos que, habiendo pasado por alto vuestra presencia, paseaban tranquilamente hasta que no fuisteis a buscarles su punto débil para sesgar sus vidas.
De hecho, con este disco os adentraréis en una aventura por designios de alguien a quien desconocéis. Por tanto, no se puede saber las intenciones que hay tras sus mandatos o si realmente este ser celestial tiene alguna idea de lo que os está solicitando.
La transmisión de emociones es muy fuerte, indudable e innegable. Shadow of the Colossus llega al jugador como pocos –realmente, no se nos ocurre ninguno que lo hiciera antes– lo habían conseguido por aquel entonces. Hasta los escenarios pueden resultar hermosos en determinadas ocasiones –y a inicios de la aventura–.
Si tenéis todavía una PlayStation 2 o si lográis haceros con una copia HD para PlayStation 3, no deberíais dudarlo: Shadow of the Colossus es un juego que os hará pasar muy buenos ratos. Si bien está destinado para aquel público que, por encima de las mecánicas, disfrute más con otros elementos que pueda transmitir el juego. El arte jamás tuvo un tamaño tan colosal.
Cuando se inicia este debate, se suelen citar varias obras que, sine dubio, suelen aceptarse por todo el colectivo de jugadores como piezas realmente artísticas. Algunos son Flower, Journey, Okami, pero quizás el más famoso de todos sea Shadow of the Colossus, del ya citado –hace muchos meses– Team ICO y el artista Fumito Ueda. Que todavía sigue en el limbo en cuanto al estado de The Last Guardian, aunque eso es otro asunto ya debatido con bastante anterioridad.
En Shadow of the Colossus nos ponemos en el papel de un joven llamado Wander –del inglés que deambula, nombre que le viene como anillo al dedo como veréis a continuación– que debe derrotar a 16 colosos para devolverle la conciencia a una chica llamada Mono.
Lo misterioso de la situación es que acudimos a un templo sagrado en el que una voz de desconocida procedencia nos indica que deberemos hacerlo. Esa es nuestra única indicación en todo el juego: careceremos de más pistas, indicaciones o señalizaciones que nos indiquen lo que debemos hacer.
He aquí, precisamente, una de las grandes virtudes de este título: el sentimiento de desamparo que produce en el jugador. Tiene un vasto mundo que se pliega ante sus ojos, no hay ningún ser vivo por delante con el que pueda interactuar y debe encontrar a todos estos gigantes él solo, con la única ayuda de su espada. Si esta arma recibe luz, puede direccionar al protagonista hasta donde se encuentra el siguiente enemigo de grandes proporciones a batir.
El juego gráficamente no es especialmente portentoso. Supera notablemente a su antecesor, ICO, pero no llega al nivel visual de otras producciones anteriores en el tiempo como Final Fantasy X, por citar un ejemplo donde los paisajes también tienen una gran carga visual. La jugabilidad tampoco aporta demasiado en diversión ni, sobre todo, variedad. Wander apenas cuenta con su espada y un arco para llamar la atención y acabar con sus mortíferos grandes rivales.
De hecho, precisamente, el auténtico talón de Aquiles de esta obra es su amplia repetitividad. La mecánica es siempre la misma: salir el templo, montar a lomos de Agro, nuestro caballo, hasta dar con el gigante y ponerle fin. Así hasta 16 veces. Hombre, que cinco está muy bien, pero a la décima se puede atravesar como la última uva de Nochevieja.
Los paisajes no son especialmente variados: campos, desiertos y zonas rocosas, tan arquetípicas como carentes de personalidad, no ayudan a salir de ese sentimiento de repetición en el que nos embarcamos una vez superada la franja de las cinco primeras horas.
Con tanto aparentemente negativo, casi cabría pensar cómo es que Shadow of the Colossus es considerado una obra de arte. Os lo diremos de la forma más sencilla y rápida posible: porque lo es. “¿Pero no acabáis de decirnos que es repetitivo hasta la médula, cómo va a ser eso?”. De hecho lo es, pero eso no le debe quitar honores a lo que respecta a su vertiente artística, ya que ambos deben ir por caminos distintos.
A priori, visualmente hablando, La noche estrellada de Vincent van Gogh no es especialmente elaborado en cuanto a técnica, pero sin duda es una obra de arte con todas las de la ley. A este software le pasa exactamente lo mismo: como juego no destaca especialmente por sus virtudes, todo lo contrario de lo que lo hace por su evocación artística.
Shadow of the Colossus consigue algo que muy pocos logran e intentarían hacer: transmitirnos una sensación de soledad absoluta. Al no haber nadie con quien debatir ni nada que nos indique qué hacer, sentiremos que estamos solos ante la adversidad.
Al sentimiento de indefensión se suma el de la culpabilidad, ya que en no pocas ocasiones este videojuego os hará sentir culpables por acabar con ciertos colosos que, habiendo pasado por alto vuestra presencia, paseaban tranquilamente hasta que no fuisteis a buscarles su punto débil para sesgar sus vidas.
De hecho, con este disco os adentraréis en una aventura por designios de alguien a quien desconocéis. Por tanto, no se puede saber las intenciones que hay tras sus mandatos o si realmente este ser celestial tiene alguna idea de lo que os está solicitando.
La transmisión de emociones es muy fuerte, indudable e innegable. Shadow of the Colossus llega al jugador como pocos –realmente, no se nos ocurre ninguno que lo hiciera antes– lo habían conseguido por aquel entonces. Hasta los escenarios pueden resultar hermosos en determinadas ocasiones –y a inicios de la aventura–.
Si tenéis todavía una PlayStation 2 o si lográis haceros con una copia HD para PlayStation 3, no deberíais dudarlo: Shadow of the Colossus es un juego que os hará pasar muy buenos ratos. Si bien está destinado para aquel público que, por encima de las mecánicas, disfrute más con otros elementos que pueda transmitir el juego. El arte jamás tuvo un tamaño tan colosal.
SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN