Hay una tienda llamada Lamarca en Sevilla que me encanta porque me permite sumergirme en un universo vintage donde es posible sentirse como una de las heroínas de las novelas de Jane Austen. Está decorada con un gusto exquisito y entre sus rincones puedes encontrar regalos preciosos.
Pues andaba yo perdida en ese mundo cuando encontré un edición antigua de Cumbres borrascosas rodeada por un lazo y dentro de un jarrón de cristal. Me gustó este detalle y se lo comenté al dueño. Le dije que me encantaba leer y buscó otro libro también escondido entre adornos encantadores. Me dijo tienes que leerlo, y me lo prestó.
Fue así como esta novela de Henry James llegó a mis manos. Al principio el nombre del autor me resultó conocido –he de reconocerlo, soy terrible para memorizar fechas y nombres–, y tras leer un poco de su vida, descubrí que me era familiar porque lo relacionaba con Edith Warthon, la escritora de La solterona, libro del que ya os hablé. Eran del mismo círculo de amigos.
Volviendo a la obra que nos ocupa, estas páginas me han llevado a aquellas reuniones de cuando era niña, donde las amigas competíamos por contar la historia más terrorífica, más sorprendente y producir el mayor asombro posible en nuestro auditorio. Creo que es algo que todos hemos hecho de pequeños. En la actualidad el género de terror no me gusta ni en ficción escrita, ni visual. Yo cuando quiero pasarlo mal veo el Telediario.
Lo que ocurre es que esta novela no es de terror, yo más bien la encuadraría en una novela gótica y romántica, aunque esté escrita a finales del XIX. La protagonista es una institutriz, hija de un pastor protestante (vemos que guarda similitud esta figura con las protagonistas de los escritos de las hermanas Brönte), que se ha quedado prendada de un hombre inaccesible. A eso hemos de sumarle una mansión que parece un castillo ya que está coronada por dos torres antiguas y la existencia de unos fantasmas malvados que aparecen y desaparecen.
Está redactada en primera persona por la institutriz, por lo que sabemos todo lo que siente y pasa por su mente. Ella es una heroína a la que se le ha encargado una misión: educar a dos niños huérfanos. Poco a poco va descubriendo que su verdadero trabajo no va a ser educar, sino proteger del más allá a estos dos preciosos seres, a los que ella adorna con los más perfectas cualidades.
Para saber quiénes son esos fantasmas y por qué persiguen a los niños tendréis que compartir con esta institutriz, cuyo nombre no se menciona, una estancia en la mansión Bly.
He de reconocer que me ha entretenido y me ha hecho sonreír la inicial candidez de la cuidadora. No me ha llegado a cautivar del todo porque para mí han quedado muchos cabos sueltos y el final no queda ni abierto, ni cerrado.
Para acompañar su lectura, os regalo una visita a un hotel en el que también habitan fantasmas: Hotel California.
Pues andaba yo perdida en ese mundo cuando encontré un edición antigua de Cumbres borrascosas rodeada por un lazo y dentro de un jarrón de cristal. Me gustó este detalle y se lo comenté al dueño. Le dije que me encantaba leer y buscó otro libro también escondido entre adornos encantadores. Me dijo tienes que leerlo, y me lo prestó.
Fue así como esta novela de Henry James llegó a mis manos. Al principio el nombre del autor me resultó conocido –he de reconocerlo, soy terrible para memorizar fechas y nombres–, y tras leer un poco de su vida, descubrí que me era familiar porque lo relacionaba con Edith Warthon, la escritora de La solterona, libro del que ya os hablé. Eran del mismo círculo de amigos.
Volviendo a la obra que nos ocupa, estas páginas me han llevado a aquellas reuniones de cuando era niña, donde las amigas competíamos por contar la historia más terrorífica, más sorprendente y producir el mayor asombro posible en nuestro auditorio. Creo que es algo que todos hemos hecho de pequeños. En la actualidad el género de terror no me gusta ni en ficción escrita, ni visual. Yo cuando quiero pasarlo mal veo el Telediario.
Lo que ocurre es que esta novela no es de terror, yo más bien la encuadraría en una novela gótica y romántica, aunque esté escrita a finales del XIX. La protagonista es una institutriz, hija de un pastor protestante (vemos que guarda similitud esta figura con las protagonistas de los escritos de las hermanas Brönte), que se ha quedado prendada de un hombre inaccesible. A eso hemos de sumarle una mansión que parece un castillo ya que está coronada por dos torres antiguas y la existencia de unos fantasmas malvados que aparecen y desaparecen.
Está redactada en primera persona por la institutriz, por lo que sabemos todo lo que siente y pasa por su mente. Ella es una heroína a la que se le ha encargado una misión: educar a dos niños huérfanos. Poco a poco va descubriendo que su verdadero trabajo no va a ser educar, sino proteger del más allá a estos dos preciosos seres, a los que ella adorna con los más perfectas cualidades.
Para saber quiénes son esos fantasmas y por qué persiguen a los niños tendréis que compartir con esta institutriz, cuyo nombre no se menciona, una estancia en la mansión Bly.
He de reconocer que me ha entretenido y me ha hecho sonreír la inicial candidez de la cuidadora. No me ha llegado a cautivar del todo porque para mí han quedado muchos cabos sueltos y el final no queda ni abierto, ni cerrado.
Para acompañar su lectura, os regalo una visita a un hotel en el que también habitan fantasmas: Hotel California.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ / REDACCIÓN