A lo largo del tiempo hemos ido conociendo las distintas formas de familias que se dan en nuestra sociedad puesto que las modalidades actuales son muy diversas, no solo en cuanto al número de miembros que las componen, sino también en las nuevas maneras de configurarse, ya que el modelo al que se suele apelar tradicionalmente es uno dentro de la pluralidad existente en un mundo en constante transformación.
De este modo, tiempo atrás abordé el estudio de las familias monoparentales, adoptivas, homoparentales, reconstituidas, con diversas creencias religiosas, etc., y cómo los hijos de estas familias las interpretaban a partir de los ‘relatos visuales’ que podíamos deducir de sus dibujos, puesto que estos constituyen un medio privilegiado para que niños y niñas nos cuenten sus sentimientos y emociones.
Un nuevo estudio puede llevarse a cabo a partir del número de miembros que las conforman, por lo que en esta ocasión comenzaré a abordarlo a partir de aquellas que tienen un solo hijo; posteriormente, continuaré con las de dos o más hijos.
De todos es sabido que en las sociedades desarrolladas la descendencia se ha reducido de una manera importante. Es lo que sucede en nuestro país, que en un par de generaciones se ha pasado de familias en las que era habitual tener tres o cuatro hijos, incluso más, a la actualidad en la que predominan las que tienen uno o dos hijos.
Para comprender este cambio habría que hablar de varios factores, entre ellos el que la planificación familiar se haya asumido como un derecho y una responsabilidad. Por otro lado, el acceso fácil a los anticonceptivos y, de modo muy significativo, la incorporación de la mujer al mundo del trabajo asalariado han dado lugar que la pareja se piense si desea tener hijos y el momento más adecuado para ello.
En la actualidad, dentro nuestro país existen bastantes hogares en los que hay un solo hijo, lo que supone un cambio de mentalidad importante. Recordemos que en el franquismo se alentaba a formar familias muy numerosas, puesto que la ideología dominante consideraba que la mujer se realizaba plenamente cuando era madre y responsable del hogar; al tiempo que el hombre, como marido, sería el encargado del trabajo fuera de la casa, es decir, el sostén de la economía. Todo ello con la idea extendida de que una larga familia era un signo de orgullo masculino.
A las parejas que solo tenían un hijo se las miraba con una mezcla de recelo y condescendencia; y sobre el hijo o la hija recaía la idea de que lo más probable es que fuera caprichoso, egoísta y tendente a imponer sus gustos, puesto que al carecer de hermanos no sabía lo que era compartir.
Podría haber algo de razón en lo dicho si los padres eran excesivamente tolerantes, puesto que por entonces la socialización, entendida como aprendizaje de la relación con los otros, comenzaba tardíamente, hacia los seis años, cuando el niño se incorporaba a la enseñanza obligatoria. Hasta esa edad, sobre la madre recaía todo el cuidado y la atención del hijo, lo que podía generar una sobreprotección del mismo.
Hoy es frecuente que los padres lleven a su hijo a la guardaría. En caso de que así no fuera, su escolarización temprana a los tres años da lugar a que tenga que relacionarse con otros niños y niñas de su edad, lo que es un aprendizaje de gran importancia para su desarrollo y su sociabilidad.
Por mi parte, en las investigaciones que llevo a cabo, he podido observar que aquellos niños o niñas que son hijos únicos tienen similares rasgos -tanto favorables como desfavorables- como los que poseen hermanos: de entrada, ser hijo único no marca ni emocional ni intelectualmente a la persona.
Y dado que en esas investigaciones me interesa de modo especial el desarrollo cognitivo y emocional que se da a lo largo de los años, presento una selección de dibujos de escolares pertenecientes a familias con un solo hijo. Como en otras ocasiones, la inicio a partir de los dibujos de los más pequeños hasta llegar a edades superiores.
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Este primer trabajo corresponde a Juan, un niño de 5 años, cuyo dibujo nos muestra a los tres miembros que componen su familia. El pequeño autor comenzó a dibujarse en el centro de la lámina, lo que es señal de autoestima y confianza en sí mismo. Esto se refuerza con el amplio tamaño de las figuras, la expresión de los brazos levantados y con la abierta sonrisa con la que presenta a todos. Tras dibujarse, pasó a plasmar, en segundo lugar, a su padre, finalizando con su madre. El hecho de mostrarlos a ambos lados de la figura que lo representa es una manifestación de sentirse seguro y protegido por ellos.
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De la misma edad es Cristina, que nos muestra a su familia en un dibujo lleno de vitalidad, imaginación y colorido. Comenzó a trazarla a partir de ella misma, ubicándose en el lado derecho y realizando una figura de tamaño amplio, en la que aparecen algunos rasgos de identidad femenina al trazarse con pendientes y pelo muy largo, de modo similar a su madre que se encuentra en el lado izquierdo. El centro de la composición lo ocupa el padre, como expresión de autoridad dentro del grupo. De forma inmediata, se percibe que la pequeña se siente dichosa dentro de su familia.
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Avanzamos un poco y vemos el dibujo de Elena, una niña de 6 años que nos muestra la visión que tiene de su propia familia. Cuando llevé a cabo la investigación, la pequeña autora se encontraba en el primer curso de Primaria.
En este caso, al igual que Juan, se representa en el centro de la escena, como expresión del protagonismo que apunta hacia ella. Las figuras están caminando bajo la lluvia, por lo que tanto ella como sus padres portan paraguas, a pesar de que un sol animista las contemple. Pero es que para los niños pequeños no existe contradicción en el sentido de que la lluvia, el sol y el arco iris aparezcan en la escena al mismo tiempo. Ni que decir tiene que Elena se siente muy confiada y feliz en medio de sus padres, tal como muestra en este dibujo lleno de imaginación, vitalidad y alegría.
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Diego, el autor de este trabajo, tenía 8 años cuando realizó el dibujo. Era un niño alegre y muy sociable con sus compañeros de clase. Cuando me lo entregó, comprendí que la relación con su padre era muy estrecha y afectuosa, puesto que aparece subido a sus hombros.
Por la composición de la escena se puede deducir que la conexión emocional con su madre es un tanto inferior, dado que entre ellos y la figura femenina se encuentra una butaca, una especie de pequeña barrera interpuesta que desde en punto de vista del significado emocional supone cierto distanciamiento afectivo entre ambos.
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Dibujarse entre los padres es habitual cuando son niños y niñas de edades inferiores, por el sentimiento de seguridad y protección que necesitan de sus progenitores. No obstante, a medida que se va creciendo es más frecuente que se representen a sí mismos en uno de los lados.
Así, en este dibujo María, que también con 8 años, se muestra en un primer término, como si fuera la gran protagonista de la escena familiar. Detrás y un tanto al fondo, aparecen sus padres sonrientes, como protectores de la autora de la escena. En cierto modo, expresa algo de sobreprotección hacia ella, siendo este uno de los problemas que pueden surgir en las familias con un solo hijo.
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Uno de los conflictos que amenaza a la estabilidad familiar es la ruptura entre los padres. Según investigaciones acerca de los procesos de separación, esta situación es vivida por aquellas familias con un solo hijo con mayor frecuencia que las que tienen dos o más. De todos modos, hay que indicar que el conflicto emocional afecta tanto en unos casos como en otros.
Sobre este tema he escrito diversos artículos que han ido apareciendo en la sección en la que escribo. En esta ocasión quiero presentar cómo Julia, hija única de 10 años, interpretaba su nueva vida familiar tras la ruptura de sus padres.
La solución que encontró fue dividir la lámina en dos partes, de modo que en la izquierda aparece con su padre, sus abuelos paternos, su tío y las mascotas que había en la casa de los abuelos, puesto que es frecuente que en los casos de ruptura los hombres se apoyen en su familia y vuelvan a la casa con sus padres.
En la izquierda, de nuevo se muestra con su madre y la pequeña mascota que hay en la casa materna. Y no es que la pequeña la encuentre más vacía, sino que las mujeres saben salir adelante sin tener que volver a la casa de sus padres en la separación, si no hay necesidades económicas que invitan a hacerlo.
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Para finalizar, presento el dibujo que realizó Manuel, un chico de 12 años que se encontraba en sexto de Primaria. Como puede comprobarse, los personajes presentan un alto grado de realismo en el trazado de la figuras, circunstancia que concuerda con la evolución gráfica de los escolares.
Comienza trazando la figura de su padre, alto y musculoso, como corresponde a la profesión que ejercía. Le sigue su madre, que ocupa el centro de la lámina. Ya en la derecha aparece la figura que representa al propio Manuel.
En líneas generales, podemos decir que cada miembro muestra cierta autonomía, dado que el autor se encuentra en una edad en la que surge cierta necesidad de autoafirmación al margen de los padres. Es, pues, un avance que todos los chicos y chicas, tengan o no hermanos, necesitan para articular la naciente autonomía y la relación de afectividad con los padres.
De este modo, tiempo atrás abordé el estudio de las familias monoparentales, adoptivas, homoparentales, reconstituidas, con diversas creencias religiosas, etc., y cómo los hijos de estas familias las interpretaban a partir de los ‘relatos visuales’ que podíamos deducir de sus dibujos, puesto que estos constituyen un medio privilegiado para que niños y niñas nos cuenten sus sentimientos y emociones.
Un nuevo estudio puede llevarse a cabo a partir del número de miembros que las conforman, por lo que en esta ocasión comenzaré a abordarlo a partir de aquellas que tienen un solo hijo; posteriormente, continuaré con las de dos o más hijos.
De todos es sabido que en las sociedades desarrolladas la descendencia se ha reducido de una manera importante. Es lo que sucede en nuestro país, que en un par de generaciones se ha pasado de familias en las que era habitual tener tres o cuatro hijos, incluso más, a la actualidad en la que predominan las que tienen uno o dos hijos.
Para comprender este cambio habría que hablar de varios factores, entre ellos el que la planificación familiar se haya asumido como un derecho y una responsabilidad. Por otro lado, el acceso fácil a los anticonceptivos y, de modo muy significativo, la incorporación de la mujer al mundo del trabajo asalariado han dado lugar que la pareja se piense si desea tener hijos y el momento más adecuado para ello.
En la actualidad, dentro nuestro país existen bastantes hogares en los que hay un solo hijo, lo que supone un cambio de mentalidad importante. Recordemos que en el franquismo se alentaba a formar familias muy numerosas, puesto que la ideología dominante consideraba que la mujer se realizaba plenamente cuando era madre y responsable del hogar; al tiempo que el hombre, como marido, sería el encargado del trabajo fuera de la casa, es decir, el sostén de la economía. Todo ello con la idea extendida de que una larga familia era un signo de orgullo masculino.
A las parejas que solo tenían un hijo se las miraba con una mezcla de recelo y condescendencia; y sobre el hijo o la hija recaía la idea de que lo más probable es que fuera caprichoso, egoísta y tendente a imponer sus gustos, puesto que al carecer de hermanos no sabía lo que era compartir.
Podría haber algo de razón en lo dicho si los padres eran excesivamente tolerantes, puesto que por entonces la socialización, entendida como aprendizaje de la relación con los otros, comenzaba tardíamente, hacia los seis años, cuando el niño se incorporaba a la enseñanza obligatoria. Hasta esa edad, sobre la madre recaía todo el cuidado y la atención del hijo, lo que podía generar una sobreprotección del mismo.
Hoy es frecuente que los padres lleven a su hijo a la guardaría. En caso de que así no fuera, su escolarización temprana a los tres años da lugar a que tenga que relacionarse con otros niños y niñas de su edad, lo que es un aprendizaje de gran importancia para su desarrollo y su sociabilidad.
Por mi parte, en las investigaciones que llevo a cabo, he podido observar que aquellos niños o niñas que son hijos únicos tienen similares rasgos -tanto favorables como desfavorables- como los que poseen hermanos: de entrada, ser hijo único no marca ni emocional ni intelectualmente a la persona.
Y dado que en esas investigaciones me interesa de modo especial el desarrollo cognitivo y emocional que se da a lo largo de los años, presento una selección de dibujos de escolares pertenecientes a familias con un solo hijo. Como en otras ocasiones, la inicio a partir de los dibujos de los más pequeños hasta llegar a edades superiores.
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Este primer trabajo corresponde a Juan, un niño de 5 años, cuyo dibujo nos muestra a los tres miembros que componen su familia. El pequeño autor comenzó a dibujarse en el centro de la lámina, lo que es señal de autoestima y confianza en sí mismo. Esto se refuerza con el amplio tamaño de las figuras, la expresión de los brazos levantados y con la abierta sonrisa con la que presenta a todos. Tras dibujarse, pasó a plasmar, en segundo lugar, a su padre, finalizando con su madre. El hecho de mostrarlos a ambos lados de la figura que lo representa es una manifestación de sentirse seguro y protegido por ellos.
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De la misma edad es Cristina, que nos muestra a su familia en un dibujo lleno de vitalidad, imaginación y colorido. Comenzó a trazarla a partir de ella misma, ubicándose en el lado derecho y realizando una figura de tamaño amplio, en la que aparecen algunos rasgos de identidad femenina al trazarse con pendientes y pelo muy largo, de modo similar a su madre que se encuentra en el lado izquierdo. El centro de la composición lo ocupa el padre, como expresión de autoridad dentro del grupo. De forma inmediata, se percibe que la pequeña se siente dichosa dentro de su familia.
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Avanzamos un poco y vemos el dibujo de Elena, una niña de 6 años que nos muestra la visión que tiene de su propia familia. Cuando llevé a cabo la investigación, la pequeña autora se encontraba en el primer curso de Primaria.
En este caso, al igual que Juan, se representa en el centro de la escena, como expresión del protagonismo que apunta hacia ella. Las figuras están caminando bajo la lluvia, por lo que tanto ella como sus padres portan paraguas, a pesar de que un sol animista las contemple. Pero es que para los niños pequeños no existe contradicción en el sentido de que la lluvia, el sol y el arco iris aparezcan en la escena al mismo tiempo. Ni que decir tiene que Elena se siente muy confiada y feliz en medio de sus padres, tal como muestra en este dibujo lleno de imaginación, vitalidad y alegría.
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Diego, el autor de este trabajo, tenía 8 años cuando realizó el dibujo. Era un niño alegre y muy sociable con sus compañeros de clase. Cuando me lo entregó, comprendí que la relación con su padre era muy estrecha y afectuosa, puesto que aparece subido a sus hombros.
Por la composición de la escena se puede deducir que la conexión emocional con su madre es un tanto inferior, dado que entre ellos y la figura femenina se encuentra una butaca, una especie de pequeña barrera interpuesta que desde en punto de vista del significado emocional supone cierto distanciamiento afectivo entre ambos.
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Dibujarse entre los padres es habitual cuando son niños y niñas de edades inferiores, por el sentimiento de seguridad y protección que necesitan de sus progenitores. No obstante, a medida que se va creciendo es más frecuente que se representen a sí mismos en uno de los lados.
Así, en este dibujo María, que también con 8 años, se muestra en un primer término, como si fuera la gran protagonista de la escena familiar. Detrás y un tanto al fondo, aparecen sus padres sonrientes, como protectores de la autora de la escena. En cierto modo, expresa algo de sobreprotección hacia ella, siendo este uno de los problemas que pueden surgir en las familias con un solo hijo.
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Uno de los conflictos que amenaza a la estabilidad familiar es la ruptura entre los padres. Según investigaciones acerca de los procesos de separación, esta situación es vivida por aquellas familias con un solo hijo con mayor frecuencia que las que tienen dos o más. De todos modos, hay que indicar que el conflicto emocional afecta tanto en unos casos como en otros.
Sobre este tema he escrito diversos artículos que han ido apareciendo en la sección en la que escribo. En esta ocasión quiero presentar cómo Julia, hija única de 10 años, interpretaba su nueva vida familiar tras la ruptura de sus padres.
La solución que encontró fue dividir la lámina en dos partes, de modo que en la izquierda aparece con su padre, sus abuelos paternos, su tío y las mascotas que había en la casa de los abuelos, puesto que es frecuente que en los casos de ruptura los hombres se apoyen en su familia y vuelvan a la casa con sus padres.
En la izquierda, de nuevo se muestra con su madre y la pequeña mascota que hay en la casa materna. Y no es que la pequeña la encuentre más vacía, sino que las mujeres saben salir adelante sin tener que volver a la casa de sus padres en la separación, si no hay necesidades económicas que invitan a hacerlo.
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Para finalizar, presento el dibujo que realizó Manuel, un chico de 12 años que se encontraba en sexto de Primaria. Como puede comprobarse, los personajes presentan un alto grado de realismo en el trazado de la figuras, circunstancia que concuerda con la evolución gráfica de los escolares.
Comienza trazando la figura de su padre, alto y musculoso, como corresponde a la profesión que ejercía. Le sigue su madre, que ocupa el centro de la lámina. Ya en la derecha aparece la figura que representa al propio Manuel.
En líneas generales, podemos decir que cada miembro muestra cierta autonomía, dado que el autor se encuentra en una edad en la que surge cierta necesidad de autoafirmación al margen de los padres. Es, pues, un avance que todos los chicos y chicas, tengan o no hermanos, necesitan para articular la naciente autonomía y la relación de afectividad con los padres.
AURELIANO SÁINZ