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Cuento de Navidad

Estamos en una época del año en la que solemos pedir deseos. Yo quiero pedir uno que seguramente muchos de vosotros compartiréis: que los tres fantasmas se le aparezcan a nuestros políticos y a aquellos que controlan la Economía de nuestro país, para que el espíritu de la Navidad se instale para siempre en ellos y sean capaces de mirar hacia todos lados y ver la gente que sufre. En definitiva: que se conmuevan y actúen.

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Habrá gente a la que Charles Dickens le parezca “ñoño”, pero a mí me encanta su extrema sensibilidad, sus ojos abiertos ante el sufrimiento humano y su forma delicada de mostrarnos las desigualdades que provoca este sistema económico: el capitalismo, que aún pervive. De eso sabemos mucho los españoles que hemos visto desaparecer la clase media para engrosar una clase baja que apenas tiene para comer.

Este Cuento de Navidad es archiconocido gracias a las numerosas adaptaciones cinematográficas que del mismo se han hecho y que suelen acompañarnos en estas fechas. Ante mi búsqueda incesante de nuevas lecturas, vino a mi mente la pregunta: ¿por qué no volver a leer algo de Dickens? Ya sabéis que en su día leí Historia de dos ciudades y me emocionó sobremanera el final.

En este caso, el protagonista no es un huérfano, sino un viejo avaro cambista –se dedica a prestar dinero a cambio de intereses– que vive con el único fin de atesorar dinero, sin disfrutarlo, ni compartirlo. Es el señor Ebenezer Scrooge, un hombre que vive míseramente y es un cascarrabias. Su carácter no cambia ni por Navidad. Sin embargo, algo va a hacer que su vida cambie.

La aparición del fantasma de su antiguo socio, el señor Jacob Marley, cargado de cadenas con las que arrastra sus libros de cuentas y todas las cosas materiales que ocuparon su vida, va a hacer que se enfrente a su posible futuro: morirse y ser un fantasma en pena.

Su amigo que mira por él y no quiere que acabe como él y como muchos políticos –es gracioso que los nombre Dickens como personas superficiales e interesadas solo por temas materiales– le manda a tres fantasmas para que le hagan de espejo de lo que es su vida.

La historia está divida en cinco partes, llamadas “estrofas” –como si fuera una canción– que se corresponderían, en la primera, con una presentación de los personajes. En la segunda, tercera y cuarta se desarrollan las visitas de cada uno de los fantasmas que lo llevan al pasado, presente y futuro. Y, por último, como no podría ser de otro modo, llega la quinta estrofa con el cambio radical en la actitud vital del señor Scrooge.

Para mí se trata de un cuento precioso, lleno de símiles, descripciones fantásticas aderezadas con tiernos adjetivos y crítica social solapada. Espero que lo difrutéis como yo. Me ha faltado la chimenea y el chocolate caliente en su lectura.

Deseo que en estos días os paréis y, aunque sea unos minutos, abráis los ojos y miréis a vuestro alrededor. Sed conscientes de vuestros seres amados, de la suerte de tenerlos cerca, abrazadlos y dadles besos, ya que nunca sabemos cuándo nos pueden faltar. Y como no podría ser de otra manera, me despido con esta canción, con la que yo empiezo cada 25 de diciembre.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ / REDACCIÓN
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