El amor es una tontería, se comenta en nuestra calle de los desahuciados. La palabra da grima, o miedo, o reparo, o risa, o cuesta dinero decirla impunemente. Aunque también se dice en la calle que demasiada gente está entonando el adiós mundo cruel con caras rotas por la desesperación y brazos caídos de derrota, solitarios sin querencias o a quienes los nuevos verdugos postmodernos les robaron, a golpe de cifra macroeconómica, la única querencia que tenían, aquella donde había un lecho que a batallas de amor, campos de plumas.
¿Qué hago yo empezando un artículo con un tema tan inútil, tan fuera del tiempo, tan menos actual? ¿Hay algo más tonto que el amor? La verdad es que se me ocurre alguien más que algo y no tengo disculpas para hablar en un periódico del eterno dilema del adolescente cuando los cara de bobo (solo apariencia, no vayan a creerlos) no cesan de regalar a diestro y siniestro, más que abrazos y cariños, barajas de miserias.
El otro día, un amigo me daba la brasa con aquella horterada de The Beatles, que no paraba de pinchar en Youtube mientras comentábamos ante un par de coñacs que nos vamos a la huelga por amor. Yo no iré a la huelga por amor a la clase obrera, ni siquiera por amor propio. Iré por puro odio, estoy lleno de resentimiento, de rabia, de ganas de escupir a algún banquero en su tostada con foie de Las Landas o en su copa de Mouton Rotschild. Eso más o menos fue lo que le dije a mi amigo.
Pero mi amigo me miraba incrédulo. “¿Y tú me hablas así a mí, a mí que soy un paréntesis?”. Reconozco que me descalabró el sentido. Sin saber, había yo dado en la idiotez. Mi amigo, de tan entregado, me parecía que fantaseaba un delirio demasiado antiguo para ser tenido en cuenta. Pero no. Yo ya sabía que mi amigo era paréntesis, pero su mirada serena me dejó un interrogante.
Él, que había querido ser el hueco de un abrazo, que sabía que, como paréntesis que era, podían borrarlo con una goma de aroma a nata o tacharlo atropelladamente con un bolígrafo, con uno de esos bolígrafos chinos que trazan en espasmo y por eso hieren mucho más, había querido ser un abrazo, un beso furtivo en una esquina oscura, una caricia secreta en un baile de máscaras, una espera en la puerta de un café, una despedida en las escaleras del metro y una llamada a la hora de la merienda. Y mi amigo me miraba desafiante, mientras sonaba All you need is love, y el licor se hacía viejo en las manos cansadas.
Volví a casa paseando bajo la luz de las farolas y pensé, paso a paso, bajo esa luz pálida que queda cuando no hay sol, que acaso no es tonto hablar de amor (como mucho, arriesgado, concedo), que quizá ser un paréntesis no sea cómodo, pero que los valientes no esconden debilidades, no inventan retóricas para ocultar que no son inocentes, y sí, sí son tan deliciosamente tontos que da gloria verlos en un mundo de cínicos engreídos.
Nada me hará cambiar respecto a mi opinión sobre aquella vieja canción de The Beatles, en cambio, daría cualquier cosa por ver una manifestación a las puertas de la Moncloa en que la gente se comiera a besos. ¡Os vamos a matar de envidia! Y abrazar al desahuciado. Y abrazar al banquero (a este con brazos como espadas). Y morirnos de gusto de ser tontos.
La pregunta sigue en el aire, ¿si no hay pasión, qué queda? Mejor ser paréntesis que “hacer lo que hay que hacer”. Que no me mata que me bajen el sueldo, que me condena al infierno que no me dejen ser capaz de alguna sublime tontería. Porque han olvidado que el mundo está lleno de gente con brazos que no abrazan, iré a la huelga, los seguiré odiando por ello, pero buscaré una boca donde encontrar el cielo, mientras los desprecio por competir con su cabello de oro bruñido en vano.
¿Qué hago yo empezando un artículo con un tema tan inútil, tan fuera del tiempo, tan menos actual? ¿Hay algo más tonto que el amor? La verdad es que se me ocurre alguien más que algo y no tengo disculpas para hablar en un periódico del eterno dilema del adolescente cuando los cara de bobo (solo apariencia, no vayan a creerlos) no cesan de regalar a diestro y siniestro, más que abrazos y cariños, barajas de miserias.
El otro día, un amigo me daba la brasa con aquella horterada de The Beatles, que no paraba de pinchar en Youtube mientras comentábamos ante un par de coñacs que nos vamos a la huelga por amor. Yo no iré a la huelga por amor a la clase obrera, ni siquiera por amor propio. Iré por puro odio, estoy lleno de resentimiento, de rabia, de ganas de escupir a algún banquero en su tostada con foie de Las Landas o en su copa de Mouton Rotschild. Eso más o menos fue lo que le dije a mi amigo.
Pero mi amigo me miraba incrédulo. “¿Y tú me hablas así a mí, a mí que soy un paréntesis?”. Reconozco que me descalabró el sentido. Sin saber, había yo dado en la idiotez. Mi amigo, de tan entregado, me parecía que fantaseaba un delirio demasiado antiguo para ser tenido en cuenta. Pero no. Yo ya sabía que mi amigo era paréntesis, pero su mirada serena me dejó un interrogante.
Él, que había querido ser el hueco de un abrazo, que sabía que, como paréntesis que era, podían borrarlo con una goma de aroma a nata o tacharlo atropelladamente con un bolígrafo, con uno de esos bolígrafos chinos que trazan en espasmo y por eso hieren mucho más, había querido ser un abrazo, un beso furtivo en una esquina oscura, una caricia secreta en un baile de máscaras, una espera en la puerta de un café, una despedida en las escaleras del metro y una llamada a la hora de la merienda. Y mi amigo me miraba desafiante, mientras sonaba All you need is love, y el licor se hacía viejo en las manos cansadas.
Volví a casa paseando bajo la luz de las farolas y pensé, paso a paso, bajo esa luz pálida que queda cuando no hay sol, que acaso no es tonto hablar de amor (como mucho, arriesgado, concedo), que quizá ser un paréntesis no sea cómodo, pero que los valientes no esconden debilidades, no inventan retóricas para ocultar que no son inocentes, y sí, sí son tan deliciosamente tontos que da gloria verlos en un mundo de cínicos engreídos.
Nada me hará cambiar respecto a mi opinión sobre aquella vieja canción de The Beatles, en cambio, daría cualquier cosa por ver una manifestación a las puertas de la Moncloa en que la gente se comiera a besos. ¡Os vamos a matar de envidia! Y abrazar al desahuciado. Y abrazar al banquero (a este con brazos como espadas). Y morirnos de gusto de ser tontos.
La pregunta sigue en el aire, ¿si no hay pasión, qué queda? Mejor ser paréntesis que “hacer lo que hay que hacer”. Que no me mata que me bajen el sueldo, que me condena al infierno que no me dejen ser capaz de alguna sublime tontería. Porque han olvidado que el mundo está lleno de gente con brazos que no abrazan, iré a la huelga, los seguiré odiando por ello, pero buscaré una boca donde encontrar el cielo, mientras los desprecio por competir con su cabello de oro bruñido en vano.
J. CARLOS FERNÁNDEZ SERRATO