A lo largo de la Historia ha habido culturas en las que sus dioses eran muy parecidos a los seres humanos, tanto que sus conflictos y pasiones en nada se diferenciaban de las de los mortales que poblaban la Tierra. Es más, los relatos que nos los describen resultan verdaderamente sorprendentes, pues las pasiones más desatadas, las mentiras, los deseos de venganza, los adulterios, los más horribles crímenes, etc., formaban parte de la vida de estos seres sobrenaturales que habitaban los cielos.
Dentro de las mitologías, las más conocidas para nosotros los occidentales son las de las antiguas Grecia y Roma, cuyos Olimpos estaban poblados por dioses y semidioses cuyas vidas han llegado hasta nuestros días a través de los textos de algunos de sus autores clásicos, entre los que habría que destacar al poeta romano Ovidio, ya que en Las Metamorfosis narra la historia del mundo, desde su creación hasta la deificación de Julio César, por lo que los relatos míticos abundan en esta obra.
De igual modo, los grandes artistas plásticos, a partir del Renacimiento, nos legaron a través de las pinturas y esculturas escenas que nos muestran las interpretaciones visuales que realizaron tomando como base los relatos heredados de las antiguas Grecia y Roma, narraciones que tanto apasionaban a los poderosos de entonces.
Puesto que como he indicado los seres mitológicos tenían una estrecha relación con el mundo de los humanos, como no podía ser de otro modo, en los países bañados por el Mediterráneo surgieron dioses que, a fin de cuentas, eran la encarnación y la exaltación del zumo derivado de las frutas de los viñedos, es decir, del vino que tanto estimaban los pueblos grecolatinos.
De este modo, sabemos que en Grecia se rendía culto a Baco y en Roma a Dioniso en las celebraciones en honor de estos dioses y en las que el preciado líquido corría de forma generosa, tanto que esas fiestas recibieron la denominación de bacanales, siendo las bacantes las mujeres encargadas de animar y llevar adelante esos festejos.
No es necesario que apunte que en nuestras tierras las manifestaciones ligadas al vino son una seña de identidad de las mismas, aunque se hayan moderado algunos de sus ritos, ya profanos, pues las bacanales no solo fueron censuradas a la llegada del cristianismo, sino que el propio Senado romano las prohibió en el año 186 de nuestra era.
Inicialmente, en las fiestas en honor a Baco se celebraban sus sagrados misterios, representándose en el teatro Dioniso de Atenas las obras más famosas de los grandes trágicos griegos, como Esquilo, Sófocles o Eurípides, en las que se ponían al descubierto las pasiones de los dioses, de los héroes o de los hombres.
Pero, tal como indico, en Roma penetraron con el nombre de ‘bacanales’ en las que el carácter licencioso llegó a tales extremos que acabaron siendo prohibidas, aunque ello no impidió que continuaran celebrándose, aunque de forma privada.
Una vez realizada esta breve introducción sobre el significado del dios Baco dentro de las civilizaciones que han configurado las raíces de nuestra cultura hispana, presento cuatro lienzos que, a mi modo de ver, son claramente representativos de las formas de entender al dios del vino.
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Dentro de las representaciones pictóricas, quizás, sea la de Diego Velázquez (1599-1660) la que alcanzara mayor fama. De este modo, su cuadro El triunfo de Baco, conocido popularmente como Los borrachos, se encuentra entre los más celebrados del pintor sevillano, ya que es un magnífico lienzo en el que nos presenta al dios Baco, no en una fiesta o bacanal, sino rodeado de acólitos y gente de extracción humilde.
Como puede apreciarse, dentro de la obra hay dos partes bien diferenciadas: en la izquierda aparece un joven Baco, con el torso descubierto, sentado sobre un tonel y coronado de pámpanos. Detrás de él yace recostado otro personaje joven desnudo, con similar corona, sosteniendo en su mano izquierda una copa. A contraluz, se encuentra la figura de un tercero, también coronado de pámpanos, por lo que se deduce que es un acólito del dios del vino.
El grupo de la derecha lo componen seis personajes, algunos con el rostro abotargado por los efectos de la bebida. Uno de ellos, un humilde soldado, se encuentra en actitud reverencial y a punto de convertirse en un nuevo iniciado. El resto es gente de extracción modesta, tal como lo manifiestan las ropas que portan.
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El segundo lienzo seleccionado también tiene la denominación de El triunfo de Baco, aunque este cuadro de grandes dimensiones pertenece al pintor holandés Cornelis de Vos (1584-1651).
En este caso, el dios Baco no es un joven de piel rosácea sino un ser obeso y grotesco que se encuentra completamente desnudo y sentado en un carro tirado por dos tigres. Vemos que con su mano derecha abraza a una joven y rubia bacante que agita un tímpano con sonajas. En su lado izquierdo se encuentra un sátiro que, con mirada irónica, palpa uno de los pliegues de su carne adiposa a la altura de la cintura.
En la derecha de la escena, un personaje, igualmente muy obeso, cabalga ebrio sobre un pequeño asno que apenas puede sostenerle. La obra se completa con otros dos sátiros, uno blanco y otro negro, en la parte izquierda del lienzo.
El significado de esta obra es muy distinto a la que realizó Velázquez. Ahora, Baco es un personaje grotesco, ridículo, entregado a la bebida y a los placeres sin ningún tipo de freno. Podríamos decir que muestra lo más negativo de los excesos del vino: las borracheras que conducen a la pérdida del control de uno mismo, generando a largo plazo la posible deformación corporal.
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Esta obra denominada Sacrificio a Baco se encuentra expuesta, junto a las anteriormente citadas, en el Museo del Prado. Fue realizada por el pintor italiano Massimo Stanzione (1585-1656), coetáneo de Cornelis de Vos, y, como puede apreciarse, su enfoque es distinto tanto al de la obra del pintor holandés como a la del propio Velázquez.
En este caso se muestra un cortejo de bacantes que cantan y bailan ante una escultura de Baco que aparece desnudo, con una corona de pámpanos y de pie sobre un pedestal. Algunas de las bacantes, jóvenes seguidoras del dios del vino que se encuentran cubiertas de pieles de animales y engalanadas con ramas de hiedra y de parra, le ofrecen cestas de uvas, de frutas y jarras de vino. Otras tocan la flauta, címbalos o portan una paloma.
Como contrapunto a las bacantes, en la escena asoman tres niños pequeños: en la izquierda, uno de ellos aparece montado sobre una cabra, al tiempo que, en el extremo inferior derecho del cuadro, otros dos completan la escena comiendo de los racimos.
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Cerramos este recorrido con La Bacanal de los andrios que realizara el pintor italiano Tiziano (1485-1576). Para entender el significado de esta bacanal, tomamos un fragmento del sofista griego Filóstrato El joven extraído de su obra Los habitantes de Andros.
“La isla henchida de vino por obra y gracia de Baco que estalla y les envía un río a sus habitantes… Esto es lo que parece que cantan a sus mujeres y a sus niños los habitantes de Andros, coronados de hiedra y de enredadera, unos danzando en sus anchas riberas, otros reclinados... Si seguimos adelante, más allá del grupo de bebedores, acabamos por encontrar a los Tritones que recogen vino con sus conchas: unos beben, otros soplan sus instrumentos marinos y otros ya están borrachos y bailan”.
Tomando como referencia este texto, Tiziano nos muestra los placeres de una bacanal, en la que no aparece directamente representado el dios Baco, puesto que está llegando a la isla de Andros en una barca.
En la escena se muestran personajes masculinos y femeninos bailando; otros desnudos; otros bebiendo; algunos completamente ebrios yacen en el suelo… La idea de bacanal como fiesta en la que se da rienda suelta a los sentidos queda bien expuesta en este lienzo del gran pintor italiano.
Epílogo: Con el paso de los años, las bacanales desaparecieron; no así el placer que proporciona le vino, ese manjar líquido que cuenta con tantos seguidores, por lo que me atrevería a afirmar que el dios Baco sigue teniendo sus incondicionales, eso sí, con otros ritos más comedidos y con tradiciones que se han hecho muy populares en las tierras del sur de la Hispania romana.
Dentro de las mitologías, las más conocidas para nosotros los occidentales son las de las antiguas Grecia y Roma, cuyos Olimpos estaban poblados por dioses y semidioses cuyas vidas han llegado hasta nuestros días a través de los textos de algunos de sus autores clásicos, entre los que habría que destacar al poeta romano Ovidio, ya que en Las Metamorfosis narra la historia del mundo, desde su creación hasta la deificación de Julio César, por lo que los relatos míticos abundan en esta obra.
De igual modo, los grandes artistas plásticos, a partir del Renacimiento, nos legaron a través de las pinturas y esculturas escenas que nos muestran las interpretaciones visuales que realizaron tomando como base los relatos heredados de las antiguas Grecia y Roma, narraciones que tanto apasionaban a los poderosos de entonces.
Puesto que como he indicado los seres mitológicos tenían una estrecha relación con el mundo de los humanos, como no podía ser de otro modo, en los países bañados por el Mediterráneo surgieron dioses que, a fin de cuentas, eran la encarnación y la exaltación del zumo derivado de las frutas de los viñedos, es decir, del vino que tanto estimaban los pueblos grecolatinos.
De este modo, sabemos que en Grecia se rendía culto a Baco y en Roma a Dioniso en las celebraciones en honor de estos dioses y en las que el preciado líquido corría de forma generosa, tanto que esas fiestas recibieron la denominación de bacanales, siendo las bacantes las mujeres encargadas de animar y llevar adelante esos festejos.
No es necesario que apunte que en nuestras tierras las manifestaciones ligadas al vino son una seña de identidad de las mismas, aunque se hayan moderado algunos de sus ritos, ya profanos, pues las bacanales no solo fueron censuradas a la llegada del cristianismo, sino que el propio Senado romano las prohibió en el año 186 de nuestra era.
Inicialmente, en las fiestas en honor a Baco se celebraban sus sagrados misterios, representándose en el teatro Dioniso de Atenas las obras más famosas de los grandes trágicos griegos, como Esquilo, Sófocles o Eurípides, en las que se ponían al descubierto las pasiones de los dioses, de los héroes o de los hombres.
Pero, tal como indico, en Roma penetraron con el nombre de ‘bacanales’ en las que el carácter licencioso llegó a tales extremos que acabaron siendo prohibidas, aunque ello no impidió que continuaran celebrándose, aunque de forma privada.
Una vez realizada esta breve introducción sobre el significado del dios Baco dentro de las civilizaciones que han configurado las raíces de nuestra cultura hispana, presento cuatro lienzos que, a mi modo de ver, son claramente representativos de las formas de entender al dios del vino.
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Dentro de las representaciones pictóricas, quizás, sea la de Diego Velázquez (1599-1660) la que alcanzara mayor fama. De este modo, su cuadro El triunfo de Baco, conocido popularmente como Los borrachos, se encuentra entre los más celebrados del pintor sevillano, ya que es un magnífico lienzo en el que nos presenta al dios Baco, no en una fiesta o bacanal, sino rodeado de acólitos y gente de extracción humilde.
Como puede apreciarse, dentro de la obra hay dos partes bien diferenciadas: en la izquierda aparece un joven Baco, con el torso descubierto, sentado sobre un tonel y coronado de pámpanos. Detrás de él yace recostado otro personaje joven desnudo, con similar corona, sosteniendo en su mano izquierda una copa. A contraluz, se encuentra la figura de un tercero, también coronado de pámpanos, por lo que se deduce que es un acólito del dios del vino.
El grupo de la derecha lo componen seis personajes, algunos con el rostro abotargado por los efectos de la bebida. Uno de ellos, un humilde soldado, se encuentra en actitud reverencial y a punto de convertirse en un nuevo iniciado. El resto es gente de extracción modesta, tal como lo manifiestan las ropas que portan.
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El segundo lienzo seleccionado también tiene la denominación de El triunfo de Baco, aunque este cuadro de grandes dimensiones pertenece al pintor holandés Cornelis de Vos (1584-1651).
En este caso, el dios Baco no es un joven de piel rosácea sino un ser obeso y grotesco que se encuentra completamente desnudo y sentado en un carro tirado por dos tigres. Vemos que con su mano derecha abraza a una joven y rubia bacante que agita un tímpano con sonajas. En su lado izquierdo se encuentra un sátiro que, con mirada irónica, palpa uno de los pliegues de su carne adiposa a la altura de la cintura.
En la derecha de la escena, un personaje, igualmente muy obeso, cabalga ebrio sobre un pequeño asno que apenas puede sostenerle. La obra se completa con otros dos sátiros, uno blanco y otro negro, en la parte izquierda del lienzo.
El significado de esta obra es muy distinto a la que realizó Velázquez. Ahora, Baco es un personaje grotesco, ridículo, entregado a la bebida y a los placeres sin ningún tipo de freno. Podríamos decir que muestra lo más negativo de los excesos del vino: las borracheras que conducen a la pérdida del control de uno mismo, generando a largo plazo la posible deformación corporal.
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Esta obra denominada Sacrificio a Baco se encuentra expuesta, junto a las anteriormente citadas, en el Museo del Prado. Fue realizada por el pintor italiano Massimo Stanzione (1585-1656), coetáneo de Cornelis de Vos, y, como puede apreciarse, su enfoque es distinto tanto al de la obra del pintor holandés como a la del propio Velázquez.
En este caso se muestra un cortejo de bacantes que cantan y bailan ante una escultura de Baco que aparece desnudo, con una corona de pámpanos y de pie sobre un pedestal. Algunas de las bacantes, jóvenes seguidoras del dios del vino que se encuentran cubiertas de pieles de animales y engalanadas con ramas de hiedra y de parra, le ofrecen cestas de uvas, de frutas y jarras de vino. Otras tocan la flauta, címbalos o portan una paloma.
Como contrapunto a las bacantes, en la escena asoman tres niños pequeños: en la izquierda, uno de ellos aparece montado sobre una cabra, al tiempo que, en el extremo inferior derecho del cuadro, otros dos completan la escena comiendo de los racimos.
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Cerramos este recorrido con La Bacanal de los andrios que realizara el pintor italiano Tiziano (1485-1576). Para entender el significado de esta bacanal, tomamos un fragmento del sofista griego Filóstrato El joven extraído de su obra Los habitantes de Andros.
“La isla henchida de vino por obra y gracia de Baco que estalla y les envía un río a sus habitantes… Esto es lo que parece que cantan a sus mujeres y a sus niños los habitantes de Andros, coronados de hiedra y de enredadera, unos danzando en sus anchas riberas, otros reclinados... Si seguimos adelante, más allá del grupo de bebedores, acabamos por encontrar a los Tritones que recogen vino con sus conchas: unos beben, otros soplan sus instrumentos marinos y otros ya están borrachos y bailan”.
Tomando como referencia este texto, Tiziano nos muestra los placeres de una bacanal, en la que no aparece directamente representado el dios Baco, puesto que está llegando a la isla de Andros en una barca.
En la escena se muestran personajes masculinos y femeninos bailando; otros desnudos; otros bebiendo; algunos completamente ebrios yacen en el suelo… La idea de bacanal como fiesta en la que se da rienda suelta a los sentidos queda bien expuesta en este lienzo del gran pintor italiano.
Epílogo: Con el paso de los años, las bacanales desaparecieron; no así el placer que proporciona le vino, ese manjar líquido que cuenta con tantos seguidores, por lo que me atrevería a afirmar que el dios Baco sigue teniendo sus incondicionales, eso sí, con otros ritos más comedidos y con tradiciones que se han hecho muy populares en las tierras del sur de la Hispania romana.
AURELIANO SÁINZ