Hay cuadros que con el paso del tiempo acaban convirtiéndose en verdaderos símbolos por aquello que significan. Es lo que sucede con La Libertad guiando al pueblo de uno de los grandes representantes del romanticismo francés del siglo XIX como es Eugène Delacroix, que lo pintó en 1830, es decir cuando contaba solamente con 32 años.
Me atrevería a afirmar que casi todos, en algún momento, hemos visto reproducido este lienzo que cuelga en el Museo del Louvre de París, puesto que su difusión en cualquiera de los medios es muy frecuente.
Eugène Delacroix (1798-1863) junto Théodore Géricault representan la cumbre del Romanticismo francés en el campo de las artes plásticas. Sobre el segundo, como los lectores de Negro sobre blanco pueden recordar, escribí un artículo titulado La Balsa de la Medusa, ya que era el nombre del lienzo más reconocido de Géricault.
He de aclarar que el término “romanticismo” puede dar lugar a cierta confusión, pues se ha extendido la idea de ser algo asociado al lirismo, a la sensibilidad, al enamoramiento o a ciertas películas de “amor”. No; en el caso que nos ocupa viene referido a un realismo pictórico cargado de idealización de los temas, entre ellos los históricos, que abordaban los artistas adscritos a esta corriente tan en boga en el siglo XIX.
Ambos artistas galos, que se conocían personalmente ya que se formaron en el mismo taller de pintura, trataron temas ligados a hechos históricos o a eventos de gran repercusión social, fueran batallas, rebeliones o acontecimientos que tuvieron una gran divulgación entre la gente del pueblo.
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He de apuntar que Delacroix, aparte de su relación con el ámbito de la pintura, trabó amistad con escritores muy conocidos en el mundo literario francés, caso de Stendhal o de Prosper Merimée, por lo que podemos apuntar que estaba imbuido de las ideas nacidas de la Revolución francesa de 1789. Tales ideas las plasmaría en algunos de sus cuadros, especialmente el más conocido de todos ellos.
Y sin lugar a dudas, el lienzo que lleva por título La Libertad guiando al pueblo sea el más conocido de este pintor. Se le asocia habitualmente con la Revolución francesa, el levantamiento popular contra el denominado Antiguo Régimen y que acabaría con la monarquía absolutista de Luis XVI. Aunque hay que apuntar que Delacroix lo realizó, tal como he indicado, en 1830, aludiendo a los sucesos que se produjeron en Francia en ese mismo año, es decir, cuatro décadas después de la Revolución de 1789.
Desde el punto de vista compositivo, al igual que La Balsa de la Medusa de Géricault, tiene una organización triangular. Así, en la parte inferior del cuadro aparecen dos fallecidos en la revuelta, lo que desde el punto de vista organizativo puede ser el equivalente al lado en el que se apoya el triángulo; a modo de lados laterales, un personaje burgués con fusil y un adolescente con dos pistolas; y, en la cúspide, la bandera tricolor que porta una mujer con el torso desnudo y el gorro frigio.
Como he apuntado, este lienzo adquiere un gran valor simbólico dado que representa los nuevos valores republicanos, basados en el poder del pueblo, y en lucha abierta contra los que conllevaba el Antiguo Régimen monárquico.
Saltando dos siglos hacia delante, uno se puede preguntar: ¿sigue teniendo vigencia el significado social y político de La Libertad guiando al pueblo o hay que contemplar este lienzo como un hecho histórico pasado que ya nada tiene que ver con los cambios y las crisis actuales?
Personalmente respondería afirmativamente a la primera parte de la interrogante, en el sentido de que el valor de esta obra permanece más allá de su momento histórico; bien es cierto, que en el caso de los países que han consolidado formas democráticas no es necesario acudir a la violencia, puesto que los modos de afrontar los cambios pueden realizarse mediante consultas que se lleven a cabo de manera pacífica.
Por otro lado, una de las ideas que afianzó la Revolución francesa es que la soberanía en última instancia reside en el pueblo, que es el que debe pronunciarse cuando existen dilemas y se dan circunstancias históricas que apuntan a la necesidad de saber qué es lo que desea la mayoría.
Para finalizar otra pregunta que conviene que nos hagamos: ¿Reside de verdad la soberanía en el pueblo español cuando nunca se ha tenido, tras la muerte del dictador, la posibilidad de pronunciarse de manera concreta, pacífica y directa si deseaba una república o una monarquía como forma de Estado?
Me atrevería a afirmar que casi todos, en algún momento, hemos visto reproducido este lienzo que cuelga en el Museo del Louvre de París, puesto que su difusión en cualquiera de los medios es muy frecuente.
Eugène Delacroix (1798-1863) junto Théodore Géricault representan la cumbre del Romanticismo francés en el campo de las artes plásticas. Sobre el segundo, como los lectores de Negro sobre blanco pueden recordar, escribí un artículo titulado La Balsa de la Medusa, ya que era el nombre del lienzo más reconocido de Géricault.
He de aclarar que el término “romanticismo” puede dar lugar a cierta confusión, pues se ha extendido la idea de ser algo asociado al lirismo, a la sensibilidad, al enamoramiento o a ciertas películas de “amor”. No; en el caso que nos ocupa viene referido a un realismo pictórico cargado de idealización de los temas, entre ellos los históricos, que abordaban los artistas adscritos a esta corriente tan en boga en el siglo XIX.
Ambos artistas galos, que se conocían personalmente ya que se formaron en el mismo taller de pintura, trataron temas ligados a hechos históricos o a eventos de gran repercusión social, fueran batallas, rebeliones o acontecimientos que tuvieron una gran divulgación entre la gente del pueblo.
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He de apuntar que Delacroix, aparte de su relación con el ámbito de la pintura, trabó amistad con escritores muy conocidos en el mundo literario francés, caso de Stendhal o de Prosper Merimée, por lo que podemos apuntar que estaba imbuido de las ideas nacidas de la Revolución francesa de 1789. Tales ideas las plasmaría en algunos de sus cuadros, especialmente el más conocido de todos ellos.
Y sin lugar a dudas, el lienzo que lleva por título La Libertad guiando al pueblo sea el más conocido de este pintor. Se le asocia habitualmente con la Revolución francesa, el levantamiento popular contra el denominado Antiguo Régimen y que acabaría con la monarquía absolutista de Luis XVI. Aunque hay que apuntar que Delacroix lo realizó, tal como he indicado, en 1830, aludiendo a los sucesos que se produjeron en Francia en ese mismo año, es decir, cuatro décadas después de la Revolución de 1789.
Desde el punto de vista compositivo, al igual que La Balsa de la Medusa de Géricault, tiene una organización triangular. Así, en la parte inferior del cuadro aparecen dos fallecidos en la revuelta, lo que desde el punto de vista organizativo puede ser el equivalente al lado en el que se apoya el triángulo; a modo de lados laterales, un personaje burgués con fusil y un adolescente con dos pistolas; y, en la cúspide, la bandera tricolor que porta una mujer con el torso desnudo y el gorro frigio.
Como he apuntado, este lienzo adquiere un gran valor simbólico dado que representa los nuevos valores republicanos, basados en el poder del pueblo, y en lucha abierta contra los que conllevaba el Antiguo Régimen monárquico.
Saltando dos siglos hacia delante, uno se puede preguntar: ¿sigue teniendo vigencia el significado social y político de La Libertad guiando al pueblo o hay que contemplar este lienzo como un hecho histórico pasado que ya nada tiene que ver con los cambios y las crisis actuales?
Personalmente respondería afirmativamente a la primera parte de la interrogante, en el sentido de que el valor de esta obra permanece más allá de su momento histórico; bien es cierto, que en el caso de los países que han consolidado formas democráticas no es necesario acudir a la violencia, puesto que los modos de afrontar los cambios pueden realizarse mediante consultas que se lleven a cabo de manera pacífica.
Por otro lado, una de las ideas que afianzó la Revolución francesa es que la soberanía en última instancia reside en el pueblo, que es el que debe pronunciarse cuando existen dilemas y se dan circunstancias históricas que apuntan a la necesidad de saber qué es lo que desea la mayoría.
Para finalizar otra pregunta que conviene que nos hagamos: ¿Reside de verdad la soberanía en el pueblo español cuando nunca se ha tenido, tras la muerte del dictador, la posibilidad de pronunciarse de manera concreta, pacífica y directa si deseaba una república o una monarquía como forma de Estado?
AURELIANO SÁINZ