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Fotos para el recuerdo

No es menester consultar a los augures, ni descifrar el vuelo de las aves, ni peregrinar a los oráculos: un ciclo político, económico, social y cultural está cerrándose de manera inexorable y otro comienza a abrirse. Y en todo cambio hay zozobra, resistencias y empellones.

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Pero si algo ya puede tenerse claro es que este primer tiempo de nuestra democracia, nacida al amparo de la Constitución del 78, pasa página y se está comenzado a escribir otra, donde la evidencia primera es que los protagonistas ya son y van a ser otros. Hasta en el deporte y en la Selección de Fútbol. Es fin de época. Ya hay que ir guardando las fotos para el recuerdo.

La abdicación del Rey y la muerte de Adolfo Suárez son tal vez los símbolos más significativos y palpables, pero no lo son menos las hecatombes electorales y las rupturas de acuerdos fundamentales como el protagonizado por el nacionalismo catalán.

Los ciclos se terminan pero no por una simple cuestión biológica, de puro cansancio de materiales sino que hay otra mareas profundas que socavan el edificio. En nuestro caso han sido cuatro asuntos los que han provocado y precipitado el corrimiento de tierras.

La corrupción tan extendida y percibida como cáncer generalizado por parte de los ciudadanos lo que ha supuesto el descrédito en sí misma de la acción y función política; la brutal y largísima crisis económica que ha llenado de angustia a millones de familias y de desesperanza a la generación de jóvenes; la desvertebración territorial con la amenaza directa y decidida de la secesión de Cataluña; y, por último, el descrédito de la Corona como institución, tras sus errores y tropiezos del Rey Juan Carlos y de un sector de su familia que ha minado un prestigio que se había mantenido en altísimas valoraciones durante más de 30 años.

Esos son los males y no parece que haya mucha discusión en el diagnóstico. En lo que va a haberla será en los remedios. Y aquí es donde nos vamos a tener que retratar como ciudadanos y como sociedad.

De entrada, dos opciones: ¿tiramos la casa abajo como un edificio ya inútil o nos metemos en obra para rehabilitarla y volverla a hacer confortable? Lo primero supone concluir que estos años pasados han sido inútiles y hasta desperdiciados en España; que nuestra Constitución poco menos que fue impuesta y que hay que tirarla a la basura. No nos engañemos, estas posiciones de la izquierda radical, de la más vieja izquierda, son conocidas pero algo es insondable: cuál es su propuesta y el modelo que nos ofrecen.

La segunda opción no está tampoco exenta de riesgos ni dificultades. Se trata de poner en valor los principios y el espíritu que alumbraron aquel impulso y, aprovechando nuestro comienzo de salida de la maldita crisis, dar un impulso regenerador a toda la vida pública y a todas sus instituciones.

En suma, buscar desde casi ya un nuevo gran pacto constitucional que respete lo que fue definitorio en el anterior: la convivencia y el espíritu de procurar hallar los mínimos .y máximos comunes denominadores que nos unen –y eso también es de aplicación a la vertebración del Estado–.

Es una tarea apasionante, el reto más trascendental para España desde aquellos años setenta. ¿Quiénes serán quienes encabecen y lideren el rumbo de los diferentes barcos? Pues en ello se anda cada uno por su lado y, algunos, con mas vías de agua. Pero todos tienen carcomido el casco.

Y hay que tener claro que lo mismo que se puede llegar a puertos, podemos acabar todos contra la escollera y náufragos. Pero es patente que de aquí al 2015 vamos a entrar en un verdadero torbellino. Estamos de hecho metidos en él, donde ya no hay apenas nada sólido ni seguridades por ningún lado.

Tampoco certezas y puede que espejismos. No se olvide tampoco el viejo dicho de los clásicos : que los dioses ciegan a quienes quieren perder y que, en ocasiones, es mucho más fácil recuperarse de un fracaso que sobrevivir a un éxito.

ANTONIO PÉREZ HENARES

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