Uno de los rasgos más significativos en la investigación del desarrollo de los sentimientos y emociones de niños y adolescentes a través del dibujo de la familia es la ausencia de algún personaje, es decir, cuando alguno de los miembros de la misma no aparece representado en la escena.
Con respecto a este punto quisiera indicar que todos los autores que investigamos en esta temática estamos de acuerdo que esa falta es el resultado de un conflicto que el autor o la autora vive intensamente, aunque lo más habitual es que no sea totalmente consciente de esa problemática, por lo que no ofrece resistencia a la hora de plasmarla en un lámina.
Por otro lado, y relacionado con esta cuestión, tiempo atrás publiqué un artículo con el título de El padre como culpable en el que hacía un estudio de la carga emocional que suponía para el progenitor masculino el que, tras un proceso de separación, no fuera dibujado por su hijo o por su hija. Esto implicaba que había sido borrado de la familia, como si ya no formara parte de ella.
Esta situación se daba de forma mayoritaria cuando la custodia de los hijos recaía en la madre, por lo que al padre se le asignaba unas determinadas visitas, normalmente quincenales en los fines de semana. Esto daba como resultado que acabara siendo visto como un “padre ausente”, con el que se mantenía contacto un par de días quincenalmente, como si fuera una visita al “culpable” de la ruptura de la antigua unión familiar.
Para resolver esta situación injusta, en la actualidad hay asociaciones de padres y de madres separados o divorciados que reivindican que la custodia sea compartida por ambos progenitores. Desde el punto de vista de los adultos es la solución no discriminatoria, pues no debería recaer sobre uno de ellos -habitualmente el padre- el estado de relegación al que se ve sometido con respecto a los hijos.
Bien es cierto, tal como apuntaba la gran pediatra y psicoanalista francesa Françoise Dolto, que cuando los niños son pequeños deben tener un lugar estable, de modo que abogaba a favor de que en la etapa de la educación primaria permaneciera con uno de los progenitores, pues era vital para su estabilidad emocional, en medio de la tensión que suponen para ellos el saber que sus padres han decidido la separación.
Por otro lado, Dolto no defendía que necesariamente fuera la madre la que recibiera la custodia del hijo, sino aquel progenitor que tuviera las mejores condiciones para asegurar el bienestar del mismo.
Y es que a pesar de la imagen que se ha forjado acerca de la mujer como madre que sabe y cumple con todas las funciones de manera abnegada, tanto en el aspecto afectivo como en el cuidado y bienestar de los hijos, lo cierto es que siempre no es así. No todas las mujeres son las madres afectivas, cariñosas y ecuánimes que saben cumplir con las necesidades de los hijos.
Para comprobar que lo que afirmo no se basa solamente en reflexiones personales, he seleccionado un conjunto de dibujos del tema de la familia en los que la madre no aparece por distintas razones que iré explicando.
De entrada tengo que apuntar que son muy diversas las condiciones familiares en las que se encontraban quienes realizaron los dibujos, así como las edades que tenían, por lo que los niveles de desarrollo emocional y los conflictos eran distintos.
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Comienzo por el dibujo de una chica de 11 años. Al pedir en la clase que realizaran el dibujo de la familia, me entregó este en el que solamente aparece ella misma junto a su hermana mayor. La escena, como podemos comprobar, es agradable y los colores vivos y alegres. Por otro lado, ambas llevan unas camisetas en las que se encuentran escritas las frases “I love París” y “I love…”. No obstante, no aparecen ni su madre ni su padre en la escena, lo que verdaderamente llama la atención.
Puesto que era una chica de sexto curso, no me pareció oportuno preguntarle a la autora del trabajo las razones de esta ausencia, ya que comprendí que era indicio de un conflicto emocional que estaba viviendo en el seno familiar y que era expresado a través del rechazo hacia sus padres, por lo que buscaba el apoyo emocional de su hermana mayor.
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El segundo trabajo corresponde a un chico de 12 años que, al igual que el caso anterior, se encontraba en sexto curso de Primaria. La escena que plasmó era sorprendentemente sencilla, ya que trazó la figura de su padre y una casa al lado, junto con otros elementos de la naturaleza.
El que el autor no se representara era signo de falta de seguridad y de autoestima, producto de la situación que estaba viviendo por la separación de los padres. Como puede comprobarse, en este caso es la madre la que no queda plasmada, como rechazo inconsciente hacia ella.
Resulta curioso el trazado de la casa, puesto que la fachada suele aparecer en los dibujos infantiles con las dos ventanas, lo que conlleva que recuerde a un rostro humano. La ausencia de la ventana derecha simboliza un hogar incompleto, al que le falta una parte importante del mismo. Es el sentimiento que embargaba a este chico.
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Con este tercer dibujo, cierro la selección que he realizado de los escolares de edades mayores, ya que se trata de un chico de 13 años que, como vemos, se dibuja solo con su padre. En este caso, el autor se había encontrado en una situación de ruptura familiar y, por decisión propia, estaba viviendo con su padre.
La escena es totalmente escueta, pues únicamente aparecen trazados ambos, sin que el autor hubiera tenido en cuenta a su madre a la hora de plasmar gráficamente a su familia. Esto es claro indicio de que no la aceptaba formando parte ni de su mundo emocional ni tampoco del simbólico.
Dado que era lo suficiente mayor para comprender lo que había supuesto la separación y cómo le había afectado, no quise hacerle ninguna pregunta, puesto que a través del dibujo dejaba claro que se sentía unido a su padre, pero no a su madre.
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Podemos ir bajando en edades para entender que la ausencia materna no solo se da en los cursos superiores de Primaria, sino que también en los de edades inferiores. De este modo, en este trabajo de una niña de 8 años vemos que se ha dibujado a sí misma junto a su padre, no apareciendo ni su madre ni los otros dos hermanos que tenía.
La niña comenzó por el trazado de la figura que la representaba, pasando posteriormente a la de su padre. Cuando uno esperaba que continuara con el resto de la familia, me encuentro que la autora traza dos grandes montañas con los picos blancos y cayendo una nevada entre ellos.
Al preguntarle a la niña por qué no aparecía ni su madre ni sus hermanos, la respuesta que recibí es que “no cabían”. No quise interrogarle más pues no quería incomodarla, ya que su respuesta era claramente evasiva. De todos modos, simbólicamente ha acudido a la representación de dos elementos en pico, lo que implica algo punzante (¿padres enfrentados?), y a una nevada que cae entre ellos, como símbolo del sentimiento de frialdad y de rechazo que le producen los miembros ausentes.
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En este dibujo de una niña de 9 años se nos muestran tres personajes: ella misma, en la izquierda de la lámina; su padre, trazado en primer lugar y ubicado en el centro; y su hermano mayor en la parte derecha. ¿Dónde está entonces su madre? ¿Por qué no la ha representado?
La razón de que no la hubiera trazado se debe a que sus padres se habían divorciado hacía algún tiempo y su madre se había casado de nuevo, habiendo tenido un par de niños que no aparecen en la escena, pues no los considera como hermanos.
El sentimiento que embargaba a la autora era que su madre había creado una nueva familia en la que ella no entraba, que no pertenecía a la misma, por lo que excluye a su madre de su mundo afectivo y termina reduciendo su idea de familia a los tres miembros dibujados.
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Nos acercamos a las edades inferiores para presentar este dibujo de una niña que se encontraba en el primer curso de Primaria. Como podemos ver, la pequeña comenzó dibujando a su padre en el centro de la lámina, como expresión de la importancia que tenía para ella; en segundo lugar, se representó a sí misma; posteriormente, trazó la casa y los demás elementos.
La madre no aparece, puesto que los padres se habían divorciado, pasando la custodia al padre, que era el que atendía y cuidaba de la niña. No es necesario que indique que en este caso es la madre la que se encuentra “ausente” del mundo emocional y simbólico de la pequeña autora, con lo que podemos ver que el progenitor que queda fuera de la custodia, también puede quedar fuera del mundo afectivo del hijo o de la hija.
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Cierro con este dibujo de una niña de 7 años en el que tampoco aparece la madre dentro del grupo familiar. La pequeña autora comenzó dibujándose a sí misma, con una corona como expresión del deseo inconsciente de verse como una reina, es decir, de ser el centro de las atenciones. Pasó posteriormente a trazar a su padre, para acabar con su hermana mayor a la que, sorprendentemente, llamaba “tata”.
La razón por la que no dibujó a su madre me la dio la profesora de su clase, que conocía la situación por la que atravesaba la niña. Según su maestra, el rechazo provenía de que su madre “tenía un romance” con otro, y esto había llegado a oídos de ella, lo que le generaba un estado de nerviosismo permanente.
Como compensación de ese estado de inquietud en el que se encontraba, había acudido, tal como he indicado, a trazarse esa corona, como expresión del deseo de sentirse el centro de la atención que había perdido en el seno de la familia y desplazaba hacia su hermana mayor el deseo de sentirse protegida por una figura femenina.
Con respecto a este punto quisiera indicar que todos los autores que investigamos en esta temática estamos de acuerdo que esa falta es el resultado de un conflicto que el autor o la autora vive intensamente, aunque lo más habitual es que no sea totalmente consciente de esa problemática, por lo que no ofrece resistencia a la hora de plasmarla en un lámina.
Por otro lado, y relacionado con esta cuestión, tiempo atrás publiqué un artículo con el título de El padre como culpable en el que hacía un estudio de la carga emocional que suponía para el progenitor masculino el que, tras un proceso de separación, no fuera dibujado por su hijo o por su hija. Esto implicaba que había sido borrado de la familia, como si ya no formara parte de ella.
Esta situación se daba de forma mayoritaria cuando la custodia de los hijos recaía en la madre, por lo que al padre se le asignaba unas determinadas visitas, normalmente quincenales en los fines de semana. Esto daba como resultado que acabara siendo visto como un “padre ausente”, con el que se mantenía contacto un par de días quincenalmente, como si fuera una visita al “culpable” de la ruptura de la antigua unión familiar.
Para resolver esta situación injusta, en la actualidad hay asociaciones de padres y de madres separados o divorciados que reivindican que la custodia sea compartida por ambos progenitores. Desde el punto de vista de los adultos es la solución no discriminatoria, pues no debería recaer sobre uno de ellos -habitualmente el padre- el estado de relegación al que se ve sometido con respecto a los hijos.
Bien es cierto, tal como apuntaba la gran pediatra y psicoanalista francesa Françoise Dolto, que cuando los niños son pequeños deben tener un lugar estable, de modo que abogaba a favor de que en la etapa de la educación primaria permaneciera con uno de los progenitores, pues era vital para su estabilidad emocional, en medio de la tensión que suponen para ellos el saber que sus padres han decidido la separación.
Por otro lado, Dolto no defendía que necesariamente fuera la madre la que recibiera la custodia del hijo, sino aquel progenitor que tuviera las mejores condiciones para asegurar el bienestar del mismo.
Y es que a pesar de la imagen que se ha forjado acerca de la mujer como madre que sabe y cumple con todas las funciones de manera abnegada, tanto en el aspecto afectivo como en el cuidado y bienestar de los hijos, lo cierto es que siempre no es así. No todas las mujeres son las madres afectivas, cariñosas y ecuánimes que saben cumplir con las necesidades de los hijos.
Para comprobar que lo que afirmo no se basa solamente en reflexiones personales, he seleccionado un conjunto de dibujos del tema de la familia en los que la madre no aparece por distintas razones que iré explicando.
De entrada tengo que apuntar que son muy diversas las condiciones familiares en las que se encontraban quienes realizaron los dibujos, así como las edades que tenían, por lo que los niveles de desarrollo emocional y los conflictos eran distintos.
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Comienzo por el dibujo de una chica de 11 años. Al pedir en la clase que realizaran el dibujo de la familia, me entregó este en el que solamente aparece ella misma junto a su hermana mayor. La escena, como podemos comprobar, es agradable y los colores vivos y alegres. Por otro lado, ambas llevan unas camisetas en las que se encuentran escritas las frases “I love París” y “I love…”. No obstante, no aparecen ni su madre ni su padre en la escena, lo que verdaderamente llama la atención.
Puesto que era una chica de sexto curso, no me pareció oportuno preguntarle a la autora del trabajo las razones de esta ausencia, ya que comprendí que era indicio de un conflicto emocional que estaba viviendo en el seno familiar y que era expresado a través del rechazo hacia sus padres, por lo que buscaba el apoyo emocional de su hermana mayor.
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El segundo trabajo corresponde a un chico de 12 años que, al igual que el caso anterior, se encontraba en sexto curso de Primaria. La escena que plasmó era sorprendentemente sencilla, ya que trazó la figura de su padre y una casa al lado, junto con otros elementos de la naturaleza.
El que el autor no se representara era signo de falta de seguridad y de autoestima, producto de la situación que estaba viviendo por la separación de los padres. Como puede comprobarse, en este caso es la madre la que no queda plasmada, como rechazo inconsciente hacia ella.
Resulta curioso el trazado de la casa, puesto que la fachada suele aparecer en los dibujos infantiles con las dos ventanas, lo que conlleva que recuerde a un rostro humano. La ausencia de la ventana derecha simboliza un hogar incompleto, al que le falta una parte importante del mismo. Es el sentimiento que embargaba a este chico.
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Con este tercer dibujo, cierro la selección que he realizado de los escolares de edades mayores, ya que se trata de un chico de 13 años que, como vemos, se dibuja solo con su padre. En este caso, el autor se había encontrado en una situación de ruptura familiar y, por decisión propia, estaba viviendo con su padre.
La escena es totalmente escueta, pues únicamente aparecen trazados ambos, sin que el autor hubiera tenido en cuenta a su madre a la hora de plasmar gráficamente a su familia. Esto es claro indicio de que no la aceptaba formando parte ni de su mundo emocional ni tampoco del simbólico.
Dado que era lo suficiente mayor para comprender lo que había supuesto la separación y cómo le había afectado, no quise hacerle ninguna pregunta, puesto que a través del dibujo dejaba claro que se sentía unido a su padre, pero no a su madre.
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Podemos ir bajando en edades para entender que la ausencia materna no solo se da en los cursos superiores de Primaria, sino que también en los de edades inferiores. De este modo, en este trabajo de una niña de 8 años vemos que se ha dibujado a sí misma junto a su padre, no apareciendo ni su madre ni los otros dos hermanos que tenía.
La niña comenzó por el trazado de la figura que la representaba, pasando posteriormente a la de su padre. Cuando uno esperaba que continuara con el resto de la familia, me encuentro que la autora traza dos grandes montañas con los picos blancos y cayendo una nevada entre ellos.
Al preguntarle a la niña por qué no aparecía ni su madre ni sus hermanos, la respuesta que recibí es que “no cabían”. No quise interrogarle más pues no quería incomodarla, ya que su respuesta era claramente evasiva. De todos modos, simbólicamente ha acudido a la representación de dos elementos en pico, lo que implica algo punzante (¿padres enfrentados?), y a una nevada que cae entre ellos, como símbolo del sentimiento de frialdad y de rechazo que le producen los miembros ausentes.
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En este dibujo de una niña de 9 años se nos muestran tres personajes: ella misma, en la izquierda de la lámina; su padre, trazado en primer lugar y ubicado en el centro; y su hermano mayor en la parte derecha. ¿Dónde está entonces su madre? ¿Por qué no la ha representado?
La razón de que no la hubiera trazado se debe a que sus padres se habían divorciado hacía algún tiempo y su madre se había casado de nuevo, habiendo tenido un par de niños que no aparecen en la escena, pues no los considera como hermanos.
El sentimiento que embargaba a la autora era que su madre había creado una nueva familia en la que ella no entraba, que no pertenecía a la misma, por lo que excluye a su madre de su mundo afectivo y termina reduciendo su idea de familia a los tres miembros dibujados.
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Nos acercamos a las edades inferiores para presentar este dibujo de una niña que se encontraba en el primer curso de Primaria. Como podemos ver, la pequeña comenzó dibujando a su padre en el centro de la lámina, como expresión de la importancia que tenía para ella; en segundo lugar, se representó a sí misma; posteriormente, trazó la casa y los demás elementos.
La madre no aparece, puesto que los padres se habían divorciado, pasando la custodia al padre, que era el que atendía y cuidaba de la niña. No es necesario que indique que en este caso es la madre la que se encuentra “ausente” del mundo emocional y simbólico de la pequeña autora, con lo que podemos ver que el progenitor que queda fuera de la custodia, también puede quedar fuera del mundo afectivo del hijo o de la hija.
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Cierro con este dibujo de una niña de 7 años en el que tampoco aparece la madre dentro del grupo familiar. La pequeña autora comenzó dibujándose a sí misma, con una corona como expresión del deseo inconsciente de verse como una reina, es decir, de ser el centro de las atenciones. Pasó posteriormente a trazar a su padre, para acabar con su hermana mayor a la que, sorprendentemente, llamaba “tata”.
La razón por la que no dibujó a su madre me la dio la profesora de su clase, que conocía la situación por la que atravesaba la niña. Según su maestra, el rechazo provenía de que su madre “tenía un romance” con otro, y esto había llegado a oídos de ella, lo que le generaba un estado de nerviosismo permanente.
Como compensación de ese estado de inquietud en el que se encontraba, había acudido, tal como he indicado, a trazarse esa corona, como expresión del deseo de sentirse el centro de la atención que había perdido en el seno de la familia y desplazaba hacia su hermana mayor el deseo de sentirse protegida por una figura femenina.
AURELIANO SÁINZ