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La telebasura infecta las tertulias

La fórmula lleva años patentada y dando buenos réditos, como gran descubrimiento de la telebasura. Se ha logrado convertir a los presuntos periodistas y a los especímenes criados en los cuchitriles de Gran Hermano o engendros similares en personajes televisivos en sí mismos.

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Los que comenzaron hablando de las cuitas, hígados y bajos de actores, cantantes, toreros, princesas, futbolistas o modelos han concluido que resulta mucho mejor ofrecer su propia casquería para el consumo de masas. Y además, sale más barato y es menos arriesgado.

Así que ahora de lo que se trata es de hablar de ellos mismos, de los sufrimientos de la Esteban o del divorcio de la Karmele. Pero sobre todo de sus peleas, de sus enfados, insultos y arañazos. Eso es lo que vende y funciona. Como inventor y muy acreditado porquero, un tal Jorge Javier controla magistralmente la cochiquera.

El fenómeno no solo no tiene límites ni deja cada día de traspasar las mas estremecedoras lineas rojas de indecencia, vacuidad, alienación, incuria y zafiedad sino que, al revés, está en claro proceso de expansión hacia otros géneros periodísticos.

El más próximo, y cada vez más afectado por el virus, es el de ciertas tertulias políticas cuya inflación, hipertrofía, desmesura y sectarismo las situaba como organismo débil y muy susceptible de ser invadido y contaminado. Y el proceso ya está en marcha y galopa a velocidad creciente alentado con entusiasmo por una buena nómina de jinetes más que dispuestos a entrar en los cajones y a utilizar lo que sea menester la fusta.

Es muy fácil comprobarlo. Basta asomarse a ciertas pantallas a las que no me da la gana publicitar o a las redes donde se reproducen y jalean los duelos. Verán que ya no se trata de analizar u opinar sobre esta u otra cuestión de actualidad, de gobierno, de oposición o de liderato. No.

Ahora la cuestión es la pelea entre este y aquel tertuliano, el enfrentamiento personal y si aquel le ha llamado a este cualquier cosa y este le ha mentado al otro la bicha. Lo que da audiencia es que se tiren, por ahora figuradamente, de los pelos. Y luego lo retuiteen.

No tengo duda alguna de que el producto tendrá éxito. Ni sueño con que sea una pesadilla pasajera. Irá a más y se expandirá como un gas tóxico. Causará un inmenso daño añadido a nuestra cada vez más golpeada y arrumbada profesión. Hará que el desprestigio del periodismo alcance las más altas y elevadas cotas.

No habrá remedio porque cualquier reflexión sucumbirá ante la máxima de que ese es el pienso que se pide y el que por tanto hay que poner en el pesebre. Cualquier reivindicación de periodismo como tal, de su ética, deontología, contraste y rigor está condenada de antemano a la sonrisa despectiva. Eso es cosa de viejos. A quién demonios le importa la verdad teniendo el share.

ANTONIO PÉREZ HENARES

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