Inicio estas cuartillas con la cita de un proverbio hindú que dice: “Un libro abierto es un cerebro que habla; olvidado, es un alma que perdona; destruido, es un corazón que llora. ¡Cuántas lágrimas han brotado de sus páginas!; ¡Cuántos suspiros entrecortados ahogan los latidos de sus palabras! Sin embargo hay que añadir que su hospitalidad, junto a su capacidad de perdón, es mayor que nuestra indiferencia; que siempre están solícitos a acompañarnos en un trayecto de nuestra vida; que su generosidad de amantes es de una paciencia infinita y nos acogen con cariñoso mimo cada vez que llamamos a su puerta.
El libro es un misterio por desentrañar, un mundo por descubrir, un amante que cautiva presto a conquistarnos, y se deja seducir para gozar juntos; hasta acompaña, como buen samaritano, al enfermo con quien comparte su dolor y trata de mitigarlo.
Es un desafío por vivir; un viaje a las estrellas; una puerta a la que llamar y hasta un lecho en el que dormir. Un libro es en definitiva, un regalo para el corazón. Eso sí, jamás nos impone su compañía, sino que deja libertad para aceptarlo como amigo, como compañero o como amante. Sabe muy bien que la obligación nos hace repeler contundentemente lo que nos quieren imponer.
Hubo un tiempo, ya lejano, en que la mayoría de la población era analfabeta y por tanto fácil de manipular. Hoy quizás sepamos leer, pero ¿entendemos, captamos, asimilamos lo leído? En la actualidad salta a la palestra tanta cantidad de información, mucha de ella falsa o tendenciosa, que nos está impidiendo elaborar un pensamiento libre, crítico, coherente y en consecuencia estamos perdiendo importantes cotas de libertad.
Si nos piensan, es decir, si piensan por nosotros, jamás seremos libres y seguiremos ignorantes a pesar de la gran cantidad de información que nos envuelve, o mejor dicho por culpa de la abundante información que nos satura. Por eso hoy, más que nunca, es necesario leer para tener criterio porque está en juego la libertad.
La lectura, en la medida en que conforma una mente crítica, nos habilita para ser dueños de nuestras vidas y ciudadanos del mundo. Es un cimiento para construir nuestro futuro, amasado desde el conocimiento del pasado y cocinado en el fogón del incierto presente.
© orádea 2014
Participar en el presente es una obligación; conocer el pasado, una necesidad; imaginar o construir el futuro o los posibles futuros, es el reto que nos ofrece la lectura. Sin ella jamás habrá un despliegue integral de la persona y ni tan siquiera tendremos igualdad de oportunidades. Leer nos faculta para crecer como persona.
La lectura es una gimnasia mental que permite desarrollar la inteligencia, ampliar la comprensión y despertar la imaginación como vía para la creatividad. La lectura es la ventana por la que entra el sol de la cultura a la par que dejamos salir el mal olor de la ignorancia, hasta tal punto que cada libro que abrimos, para bucear en él, nos sugiere luminosos miradores, tentadoras puertas, incluso misteriosas y angostas rendijas por las que se deslizan horizontes adormecidos en la lejanía, unas veces preñados de luz, otras sembrados de nubes grises que presagian tormenta o sueños por hilvanar que juegan al escondite en el desván de la fantasía.
La lectura nos prepara para conversar, nos capacita para escribir y sobre todo libera la imaginación para soñar posibles utopías, ese lugar inexistente que quisiéramos hacer realidad para llegar a él.
Hay muchas razones para leer y muchas formas de leer. ¿Cómo leer? ¿Lectura activa o pasiva? La pasiva es un tipo de lectura desenfadada, digamos que superficial y en sí no necesita de más requisitos.
Para la activa puede ser de utilidad leer con un lápiz en la mano –insisto en lápiz porque se puede borrar-, para hacer alguna marca vertical al margen de un párrafo, para subrayar una palabra o una frase que no entendemos o nos llama la atención; incluso para poder utilizar lo señalado por si queremos escribir.
Esta forma de lectura requiere mayor concentración. De todas formas leer siempre supone un ejercicio de atención. Un buen libro nos divierte, instruye y hasta nos ofrecerá contenido y expresiones literarias a las que podremos sacarle ulterior partido si nos da por escribir.
© orádea 2014
¿Libros de papel o virtuales? Cada cual tiene sus gustos. Acariciar las páginas de papel, corretear por ellas o saltarlas tiene su encanto; leer en libro electrónico es otra forma de sumergirse en una suculenta fuente de información. A la postre lo que importa no es el medio sino el ejercicio, la actividad de leer.
Alguien podría argüir que no sabe qué leer. Afortunadamente todas las semanas, desde este periódico digital nos sugieren un libro; nos lo ofrecen en apetitosa bandeja desde su limitada síntesis. Me refiero a las acertadas ofertas que nos llegan desde la columna Pasen y lean.
A otro de los escollos que puede presentarse también podemos buscarle solución. Con frecuencia se huye de la lectura porque no entendemos lo leído y echar mano del diccionario parece tedioso, sin embargo su uso enriquece nuestro vocabulario e incita a seguir. En el primer caso estamos ante un serio impedimento: no entiendo, no leo; pero –aunque la solución no sea cómoda- si no entiendo y busco leeré más a gusto.
El mayor problema estriba en cómo contagiar el amor a la lectura. Es bien sabido que dicha afición se aprende, incluso puede llegar a contagiarse pero por propia voluntad ya que no se puede imponer, a lo más se puede sugerir. Ciertamente, quien lee obligado se olvida de lo leído y lo que es peor, termina por aborrecer los libros.
La presencia de libros en el hogar, siendo un factor que influye en los hábitos lectores, no resulta, por sí sola, significativa para que nos encante leer, tampoco la ausencia de ellos. Ciertamente si en la familia hay afición a leer, influirán en los hijos, pues quien vive en un hogar donde se lee habitualmente se sentirá más inclinado a la lectura. El hábito lector se moldea en la familia y no en la escuela, que lo más que puede hacer es afianzarlo.
Me permito sugerir, a modo de resumen, el siguiente decálogo pensando en nuestros hijos:
No sé cuántos libros he leído en el tiempo que llevo vivido, pero sí sé la gran cantidad de ellos que me quedan por leer y sueño con tener siete vidas, como los gatos, para no perderme esas historias, relatos o ensayos que se esconden entre sus páginas.
De toda esta trayectoria lectora lo que más me satisface es comprobar que mis hijos son lectores por voluntad propia y escritores por hambre vivencial. Ciertamente nacieron entre libros y se contagiaron de ellos, pero jamás se les obligó a leer. Fue su curiosidad, junto con su anhelo de volar por la rosaleda de las palabras, lo que les indujo a ello.
Quiero cerrar estas líneas con un reconocimiento y una sugerencia. ¿Recuerdan el libro Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, nuestro premio Nobel en 1956? En este 2014 se cumplen cien años de su primera edición. “Platero es peludo, suave…; tan blando por fuera, que se diría de algodón…, sus ojos, espejos de azabache, son duros cual dos escarabajos de cristal negro...”.
Platero, a las verdes praderas celestes de horizontes azulinos y vientecillo salitroso con recuerdos a Moguer, ha llegado Gabo, premio Nobel en 1982, para jugar contigo; pídele que te lea algunos pasajes de su obra Memoria de mis putas tristes y así disfrutaras junto a otro genio de la palabra.
Para Sara y David, dos lectores curiosos e imaginativos.
El libro es un misterio por desentrañar, un mundo por descubrir, un amante que cautiva presto a conquistarnos, y se deja seducir para gozar juntos; hasta acompaña, como buen samaritano, al enfermo con quien comparte su dolor y trata de mitigarlo.
Es un desafío por vivir; un viaje a las estrellas; una puerta a la que llamar y hasta un lecho en el que dormir. Un libro es en definitiva, un regalo para el corazón. Eso sí, jamás nos impone su compañía, sino que deja libertad para aceptarlo como amigo, como compañero o como amante. Sabe muy bien que la obligación nos hace repeler contundentemente lo que nos quieren imponer.
Hubo un tiempo, ya lejano, en que la mayoría de la población era analfabeta y por tanto fácil de manipular. Hoy quizás sepamos leer, pero ¿entendemos, captamos, asimilamos lo leído? En la actualidad salta a la palestra tanta cantidad de información, mucha de ella falsa o tendenciosa, que nos está impidiendo elaborar un pensamiento libre, crítico, coherente y en consecuencia estamos perdiendo importantes cotas de libertad.
Si nos piensan, es decir, si piensan por nosotros, jamás seremos libres y seguiremos ignorantes a pesar de la gran cantidad de información que nos envuelve, o mejor dicho por culpa de la abundante información que nos satura. Por eso hoy, más que nunca, es necesario leer para tener criterio porque está en juego la libertad.
La lectura, en la medida en que conforma una mente crítica, nos habilita para ser dueños de nuestras vidas y ciudadanos del mundo. Es un cimiento para construir nuestro futuro, amasado desde el conocimiento del pasado y cocinado en el fogón del incierto presente.
© orádea 2014
Participar en el presente es una obligación; conocer el pasado, una necesidad; imaginar o construir el futuro o los posibles futuros, es el reto que nos ofrece la lectura. Sin ella jamás habrá un despliegue integral de la persona y ni tan siquiera tendremos igualdad de oportunidades. Leer nos faculta para crecer como persona.
La lectura es una gimnasia mental que permite desarrollar la inteligencia, ampliar la comprensión y despertar la imaginación como vía para la creatividad. La lectura es la ventana por la que entra el sol de la cultura a la par que dejamos salir el mal olor de la ignorancia, hasta tal punto que cada libro que abrimos, para bucear en él, nos sugiere luminosos miradores, tentadoras puertas, incluso misteriosas y angostas rendijas por las que se deslizan horizontes adormecidos en la lejanía, unas veces preñados de luz, otras sembrados de nubes grises que presagian tormenta o sueños por hilvanar que juegan al escondite en el desván de la fantasía.
La lectura nos prepara para conversar, nos capacita para escribir y sobre todo libera la imaginación para soñar posibles utopías, ese lugar inexistente que quisiéramos hacer realidad para llegar a él.
Hay muchas razones para leer y muchas formas de leer. ¿Cómo leer? ¿Lectura activa o pasiva? La pasiva es un tipo de lectura desenfadada, digamos que superficial y en sí no necesita de más requisitos.
Para la activa puede ser de utilidad leer con un lápiz en la mano –insisto en lápiz porque se puede borrar-, para hacer alguna marca vertical al margen de un párrafo, para subrayar una palabra o una frase que no entendemos o nos llama la atención; incluso para poder utilizar lo señalado por si queremos escribir.
Esta forma de lectura requiere mayor concentración. De todas formas leer siempre supone un ejercicio de atención. Un buen libro nos divierte, instruye y hasta nos ofrecerá contenido y expresiones literarias a las que podremos sacarle ulterior partido si nos da por escribir.
© orádea 2014
¿Libros de papel o virtuales? Cada cual tiene sus gustos. Acariciar las páginas de papel, corretear por ellas o saltarlas tiene su encanto; leer en libro electrónico es otra forma de sumergirse en una suculenta fuente de información. A la postre lo que importa no es el medio sino el ejercicio, la actividad de leer.
Alguien podría argüir que no sabe qué leer. Afortunadamente todas las semanas, desde este periódico digital nos sugieren un libro; nos lo ofrecen en apetitosa bandeja desde su limitada síntesis. Me refiero a las acertadas ofertas que nos llegan desde la columna Pasen y lean.
A otro de los escollos que puede presentarse también podemos buscarle solución. Con frecuencia se huye de la lectura porque no entendemos lo leído y echar mano del diccionario parece tedioso, sin embargo su uso enriquece nuestro vocabulario e incita a seguir. En el primer caso estamos ante un serio impedimento: no entiendo, no leo; pero –aunque la solución no sea cómoda- si no entiendo y busco leeré más a gusto.
El mayor problema estriba en cómo contagiar el amor a la lectura. Es bien sabido que dicha afición se aprende, incluso puede llegar a contagiarse pero por propia voluntad ya que no se puede imponer, a lo más se puede sugerir. Ciertamente, quien lee obligado se olvida de lo leído y lo que es peor, termina por aborrecer los libros.
La presencia de libros en el hogar, siendo un factor que influye en los hábitos lectores, no resulta, por sí sola, significativa para que nos encante leer, tampoco la ausencia de ellos. Ciertamente si en la familia hay afición a leer, influirán en los hijos, pues quien vive en un hogar donde se lee habitualmente se sentirá más inclinado a la lectura. El hábito lector se moldea en la familia y no en la escuela, que lo más que puede hacer es afianzarlo.
Me permito sugerir, a modo de resumen, el siguiente decálogo pensando en nuestros hijos:
- Que nos vean leer. Un ejemplo vale más que mil palabras y no tiene precio.
- Hay que fomentar la lectura sin obligar a ella.
- Puede ser útil hablarles sobre lo que estamos leyendo.
- Regalar libros apropiados a la edad es una invitación a leer.
- Hay que enseñar a cuidar los libros porque tienen valor y también precio.
- A determinada edad incrementar su propia biblioteca es un aliciente.
- Conviene dedicar un tiempo diario a leer.
- Disponer de un espacio propio en el que aislarse revaloriza la acción de leer.
- Leer permite pensar, abrir la mente y los libros ayudan a ello.
- Escribir sobre o desde lo leído sería ideal.
No sé cuántos libros he leído en el tiempo que llevo vivido, pero sí sé la gran cantidad de ellos que me quedan por leer y sueño con tener siete vidas, como los gatos, para no perderme esas historias, relatos o ensayos que se esconden entre sus páginas.
De toda esta trayectoria lectora lo que más me satisface es comprobar que mis hijos son lectores por voluntad propia y escritores por hambre vivencial. Ciertamente nacieron entre libros y se contagiaron de ellos, pero jamás se les obligó a leer. Fue su curiosidad, junto con su anhelo de volar por la rosaleda de las palabras, lo que les indujo a ello.
Quiero cerrar estas líneas con un reconocimiento y una sugerencia. ¿Recuerdan el libro Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, nuestro premio Nobel en 1956? En este 2014 se cumplen cien años de su primera edición. “Platero es peludo, suave…; tan blando por fuera, que se diría de algodón…, sus ojos, espejos de azabache, son duros cual dos escarabajos de cristal negro...”.
Platero, a las verdes praderas celestes de horizontes azulinos y vientecillo salitroso con recuerdos a Moguer, ha llegado Gabo, premio Nobel en 1982, para jugar contigo; pídele que te lea algunos pasajes de su obra Memoria de mis putas tristes y así disfrutaras junto a otro genio de la palabra.
Para Sara y David, dos lectores curiosos e imaginativos.
PEPE CANTILLO