El autor checo Franz Kafka está considerado como una de las grandes cumbres de la literatura europea del siglo veinte. Su obra basada en el sinsentido de la vida, personal y social, tuvo tanta repercusión que a partir del mundo que literariamente había creado se acuñó el término de “kafkiano”, utilizado habitualmente para designar un comportamiento, un hecho o una sociedad regida por el absurdo.
Basándome en sus vivencias y sentimientos, tiempo atrás escribí un artículo tomando como punto de partida su emotiva Carta al padre, carta o misiva que hoy es leída como el relato de la desolación que un hijo envía a un padre que lo había aniquilado anímicamente.
En esta segunda ocasión, y dentro de la sección “Aforismos y pensamientos”, quisiera hacer una breve selección de frases o de párrafos que aparecen en sus diarios, cartas y obras de ficción.
Aunque las referencias a los temas sociales o políticos no son habituales en los textos del autor checo, puesto que su mundo son las relaciones personales, no vendría mal hacer una trasposición de sus reflexiones a la sociedad que actualmente nos toca vivir, pues en gran medida podríamos calificarla de absurda o kafkiana.
Es sabido que su existencia estuvo marcada por la soledad y el tormento interior. Basta leer su Carta al padre para entender cómo un padre tiránico llegó a anularle, de modo que en su madurez se encontraba en lucha permanente entre los deseos de emancipación de esa figura paterna y la necesidad del calor humano que le fue negado.
El resultado de esta lucha interior condujo a sucesivas crisis de angustia, agotamientos intelectuales, insomnios y presagios de locura. Para acercarnos a ese complejo y desolador mundo interior, presento algunas de sus frases indicando de dónde han sido extraídas.
“Vivo con mi familia, entre seres excelentes y dignos de ser amados, como un extraño entre extraños”. (De una carta a Felice Bauer).
“Ahora soy más inseguro de lo que jamás fui. Solo siento la violencia de la vida. Y estoy en un vacío sin sentido. Realmente soy como una oveja perdida en la noche que vaga por la montaña, o como una oveja que sigue a esa oveja”. (De los Diarios).
“Insomnio. Ya la tercera noche seguida. Me duermo con facilidad, pero despierto transcurrida una hora, como si hubiera introducido mi cabeza en el agujero erróneo. Ahora estoy completamente despierto. Ante mí está de nuevo el trabajo de dormirme y me siento rechazado por el sueño”. (Carta a Milena).
“Me aislaré de todos hasta la inconsciencia. Me enemistaré con todos, no hablaré con nadie”. (De los Diarios).
Un agudo sentimiento de culpa dominó su existencia. Pero ese sentimiento, como una planta que se agarra al ser doliente, estaba conformado por muchas ramificaciones: sentía la culpa de contravenir una ley desconocida o inexistente; la que nace de la propia autoinculpación; la de no responder a las esperanzas familiares, especialmente a los deseos de un padre despótico; la culpa derivada del pecado y de la expiación, resultado de su pertenencia a una familia judía.
No se entiende bien la obra de Kafka si no se penetra en el fenómeno de la culpa, maligna hiedra que se apodera del individuo que la padece y que no le permite una existencia en paz consigo mismo.
“Cuando era niño no dejaba de hacerme reproches, con tu conformidad, porque no iba lo suficiente al templo, no ayunaba, etc. No creía cometer con ello ninguna injusticia contra mí, sino contra ti, y la conciencia de culpa, que siempre estaba al acecho, me invadía por completo”. (En Carta al padre).
“Tiene muchos jueces. Son como un ejército de pájaros sentados en un árbol”. (En Fragmentos póstumos).
“Estoy condenado, y no solo estoy condenado hasta el final, sino que también estoy condenado a defenderme hasta el final”. (En Diarios).
“Solo yo tengo la culpa. Consiste en poseer muy poca verdad de mi parte, demasiada poca verdad, la mayoría mentira, mentira causada por el miedo a mí mismo y a los hombres… La mentira es horrible, no hay tormento espiritual más maligno”. (En Carta a Milena).
“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, ya que fue detenido por la mañana sin haber hecho nada malo”. (En El proceso).
“Algunas veces, cuando regreso de la fábrica a casa por la noche o por la mañana, en el caso de un turno de noche, creo expiar mis pecados pasados y futuros con el dolor de mis huesos”. (En Cuadernos en octavo).
También la muerte siempre se encuentra de manera presente en la vida y en los escritos de Franz Kafka, puesto que era una obsesión que le perseguía. Sin embargo, en su obra literaria conviene distinguir entre morir y la muerte: la agonía o forma de morir, descrita de modo desgarrador, provoca indignación por su banalidad, por su vulgaridad; en cambio, la muerte se presenta como el final de la existencia terrenal, como una liberación de la prisión que, a fin de cuentas, es la liberación de este mundo.
“El mundo horrible que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarle sin tener que desgarrar. Y es mil veces mejor desgarrar que retenerlo o enterrarlo en mi interior. Por eso estoy aquí, eso me es del todo claro”. (En Diarios).
“¿Te asusta pensar en la muerte? Yo solo tengo un miedo horrible al dolor. Por lo demás, uno se puede aventurar a la muerte”. (En Carta a Milena).
“El suicida es el preso que ve cómo levantan una horca en el patio de la prisión, cree erróneamente que está destinada a él, huye de la celda por la noche, baja y se cuelga”. (En Fragmentos póstumos).
“Después de la muerte de un ser humano irrumpe en la tierra, por un espacio de tiempo y en el ámbito del muerto, una tranquilidad especial y bienhechora. La fiebre terrenal ha cesado, no se ve más cómo continúa el morir, un error parece haber sido solventado”. (En Cuadernos en octavo).
Franz Kafka había nacido en 1883. Cuatro décadas más tarde, el 3 de junio de 1924, fallece a la edad de cuarenta años. Las navidades anteriores había contraído una pulmonía que le obligó a regresar al conflictivo hogar paterno. Al agravarse la enfermedad, fue ingresado en un sanatorio cerca de Viena. Allí acabarían los tormentos que le acompañaron a lo largo de su existencia. Quizás, por fin alcanzara esa tranquilidad especial y bienhechora que tanto anhelaba y que le fue negada en esta vida.
Basándome en sus vivencias y sentimientos, tiempo atrás escribí un artículo tomando como punto de partida su emotiva Carta al padre, carta o misiva que hoy es leída como el relato de la desolación que un hijo envía a un padre que lo había aniquilado anímicamente.
En esta segunda ocasión, y dentro de la sección “Aforismos y pensamientos”, quisiera hacer una breve selección de frases o de párrafos que aparecen en sus diarios, cartas y obras de ficción.
Aunque las referencias a los temas sociales o políticos no son habituales en los textos del autor checo, puesto que su mundo son las relaciones personales, no vendría mal hacer una trasposición de sus reflexiones a la sociedad que actualmente nos toca vivir, pues en gran medida podríamos calificarla de absurda o kafkiana.
Es sabido que su existencia estuvo marcada por la soledad y el tormento interior. Basta leer su Carta al padre para entender cómo un padre tiránico llegó a anularle, de modo que en su madurez se encontraba en lucha permanente entre los deseos de emancipación de esa figura paterna y la necesidad del calor humano que le fue negado.
El resultado de esta lucha interior condujo a sucesivas crisis de angustia, agotamientos intelectuales, insomnios y presagios de locura. Para acercarnos a ese complejo y desolador mundo interior, presento algunas de sus frases indicando de dónde han sido extraídas.
“Vivo con mi familia, entre seres excelentes y dignos de ser amados, como un extraño entre extraños”. (De una carta a Felice Bauer).
“Ahora soy más inseguro de lo que jamás fui. Solo siento la violencia de la vida. Y estoy en un vacío sin sentido. Realmente soy como una oveja perdida en la noche que vaga por la montaña, o como una oveja que sigue a esa oveja”. (De los Diarios).
“Insomnio. Ya la tercera noche seguida. Me duermo con facilidad, pero despierto transcurrida una hora, como si hubiera introducido mi cabeza en el agujero erróneo. Ahora estoy completamente despierto. Ante mí está de nuevo el trabajo de dormirme y me siento rechazado por el sueño”. (Carta a Milena).
“Me aislaré de todos hasta la inconsciencia. Me enemistaré con todos, no hablaré con nadie”. (De los Diarios).
Un agudo sentimiento de culpa dominó su existencia. Pero ese sentimiento, como una planta que se agarra al ser doliente, estaba conformado por muchas ramificaciones: sentía la culpa de contravenir una ley desconocida o inexistente; la que nace de la propia autoinculpación; la de no responder a las esperanzas familiares, especialmente a los deseos de un padre despótico; la culpa derivada del pecado y de la expiación, resultado de su pertenencia a una familia judía.
No se entiende bien la obra de Kafka si no se penetra en el fenómeno de la culpa, maligna hiedra que se apodera del individuo que la padece y que no le permite una existencia en paz consigo mismo.
“Cuando era niño no dejaba de hacerme reproches, con tu conformidad, porque no iba lo suficiente al templo, no ayunaba, etc. No creía cometer con ello ninguna injusticia contra mí, sino contra ti, y la conciencia de culpa, que siempre estaba al acecho, me invadía por completo”. (En Carta al padre).
“Tiene muchos jueces. Son como un ejército de pájaros sentados en un árbol”. (En Fragmentos póstumos).
“Estoy condenado, y no solo estoy condenado hasta el final, sino que también estoy condenado a defenderme hasta el final”. (En Diarios).
“Solo yo tengo la culpa. Consiste en poseer muy poca verdad de mi parte, demasiada poca verdad, la mayoría mentira, mentira causada por el miedo a mí mismo y a los hombres… La mentira es horrible, no hay tormento espiritual más maligno”. (En Carta a Milena).
“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, ya que fue detenido por la mañana sin haber hecho nada malo”. (En El proceso).
“Algunas veces, cuando regreso de la fábrica a casa por la noche o por la mañana, en el caso de un turno de noche, creo expiar mis pecados pasados y futuros con el dolor de mis huesos”. (En Cuadernos en octavo).
También la muerte siempre se encuentra de manera presente en la vida y en los escritos de Franz Kafka, puesto que era una obsesión que le perseguía. Sin embargo, en su obra literaria conviene distinguir entre morir y la muerte: la agonía o forma de morir, descrita de modo desgarrador, provoca indignación por su banalidad, por su vulgaridad; en cambio, la muerte se presenta como el final de la existencia terrenal, como una liberación de la prisión que, a fin de cuentas, es la liberación de este mundo.
“El mundo horrible que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarle sin tener que desgarrar. Y es mil veces mejor desgarrar que retenerlo o enterrarlo en mi interior. Por eso estoy aquí, eso me es del todo claro”. (En Diarios).
“¿Te asusta pensar en la muerte? Yo solo tengo un miedo horrible al dolor. Por lo demás, uno se puede aventurar a la muerte”. (En Carta a Milena).
“El suicida es el preso que ve cómo levantan una horca en el patio de la prisión, cree erróneamente que está destinada a él, huye de la celda por la noche, baja y se cuelga”. (En Fragmentos póstumos).
“Después de la muerte de un ser humano irrumpe en la tierra, por un espacio de tiempo y en el ámbito del muerto, una tranquilidad especial y bienhechora. La fiebre terrenal ha cesado, no se ve más cómo continúa el morir, un error parece haber sido solventado”. (En Cuadernos en octavo).
Franz Kafka había nacido en 1883. Cuatro décadas más tarde, el 3 de junio de 1924, fallece a la edad de cuarenta años. Las navidades anteriores había contraído una pulmonía que le obligó a regresar al conflictivo hogar paterno. Al agravarse la enfermedad, fue ingresado en un sanatorio cerca de Viena. Allí acabarían los tormentos que le acompañaron a lo largo de su existencia. Quizás, por fin alcanzara esa tranquilidad especial y bienhechora que tanto anhelaba y que le fue negada en esta vida.
AURELIANO SÁINZ