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El efecto Gallardón

El bar de Inés está situado a dos manzanas del hospital, entre la iglesia de San José y la panadería de Martín. Allí –en el bar- todas las mañanas se citan las mismas caras para desayunar. En la barra se entremezclan los "monos azules" del taller de Andrés con los "cuellos blancos" del Banco Sabadell. En la mesa del fondo, justo al lado del futbolín, “las maestras" del Azorín" son las primeras en llegar.

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Ayer, mientras desayunaba la tostada y el café, tuve la ocasión de hablar con Antonio. Antonio es un viejo profesor de Matemáticas que, por cuestiones de amor, viaja con frecuencia a Caracas. "La gran diferencia entre España y Caracas –decía este humilde señor- es su nefasta organización. Allí, en el país de Chávez, existe el robo de baja intensidad.

Mientras aquí –en Hispania- es muy poco probable que atraquen a alguien en plena calle para robarle diez o veinte euros, allí –en Caracas- el robo del monedero está a la orden día. Tanto es así –decía Antonio- que a los turistas se les advierte que circulen por las aceras sin portar nada que, por insignificante que sea (collares, relojes, anillos…) pueda llamar la atención a los ojos del ladrón.

Hace tres meses, la última vez que estuve allí, cuatro encapuchados secuestraron el autocar que nos conducía con destino a Altamira (un barrio "bien" de la zona Este). Encañonaron al conductor; nos pusieron a todos contra las ventanas y nos cachearon, como si fuéramos delincuentes de la calle, hasta desnudar nuestros bolsillos. Y todo ello, querido Abel, por unos cuantos móviles, cámaras de video y algún que otro objeto de escaso valor. Después, obligaron al conductor a parar el autobús y, corrieron como galgos asustados escapando de su cazador".

Al final, no sé muy bien por qué, siempre terminamos –Antonio y yo- hablando de política. "En Caracas –me decía- he leído con frecuencia las últimas publicaciones de 'El País'. Quién nos iba a decir que el verso suelto del PP –en referencia a Gallardón- se convertiría, a día de hoy, en el estribillo retrógrado de Rajoy.

Me arrepiento cuando en los años del "Tamayazo" defendí, en este mismo taburete, al ministro de Mariano como el nuevo Suárez de los tiempos aznarianos. Hoy se ha demostrado que aquel alcalde de Madrid era uno más del pedigrí. Uno más, querido Ros, de la derecha en blanco y negro, que tanto daño hizo al devenir de este país.

Dentro de unos años veremos en las alfombras mundanas a cientos de discapacitados deambulando como zombis por las selvas neoliberales. Estamos, en temas del aborto, más atrasados que nuestra querida Venezuela. Allí, en el país de Maduro, siguen perennes los tres supuestos abortivos (amenaza para la salud de la mujer, malformación del feto y violación).

Los mismos, que teníamos aquí en la era de Felipe. Hoy, con la gallordanada de Alberto se ha eliminado de un plumazo la Ley de Zapatero y, para desgracia de la izquierda, también se han cargado el supuesto de las "malformaciones fetales", o sea, que si, por hache o por be, tu hijo –el antesnacido, en términos de Gallardón- te sale "defectuoso", no te cabe otra que apechugar con el "marrón" o abortar en el extranjero".

Por mucho que don Alberto nos venda la moto con el rollo de la "igualdad entre nacidos" –en referencia a "fetos normales" y "fetos anormales"- no hay nada más dictatorial que una ley cocinada con el final de prohibir.

Prohibir, le dije al matemático, porque mientras que con la ley de ZP –la de la libertad- la mujer tenía el instrumento legal para elegir, con la nueva norma del exalcalde madrileño, quien pierde es la mujer. Pierde la mujer, he dicho bien, porque sea su "feto normal o anormal", no tendrá más remedio que parir –sí o sí- a un ser que probablemente pasará las de Caín, si no tiene un buen papá que le garantice un porvenir.

El efecto Gallardón, como así se conoce en los foros sociológicos de la izquierda, será un aumento "involuntario" de la natalidad y un incremento de la discapacidad. Una discapacidad condenada a vivir en la precariedad de las redes "merkelianas".

Las "niñas y niños de Rajoy" vivirán en un entorno liderado por el "darwinismo educativo" de Wert. Una escuela futura, y ustedes lo saben bien, con escasas adaptaciones curriculares y con la puesta de perfil ante los débiles de la clase.

Solamente los mejores, o mejor dicho, los mejores dotados por su genética y socialización culta podrán tocar la tecla del ascensor social. Los otros –los discapacitados o "malformados de Gallardón"- serán vistos como bichos raros a la espera de que Rajoy apruebe alguna ley que los salve de la marginalidad.

"Es, querido Abel, el coste que pagarán nuestros hijos por la ley de Gallardón. Una norma nacida en el seno de un Gobierno que no ha hecho otra cosa que desmantelar el Estado del Bienestar. Me molesta que Alberto y los suyos hablen de "igualdad", cuando son, precisamente ellos, quienes han hecho de España, la "España desigual".

Hablan de "libertad", cuando son ellos quienes intervienen en la libertad privada de la mujer y le cortan las alas de su "derecho a decidir". Son ellos, quienes hablan de moralidad, los mismos que fomentan la "doble moral". Con la nueva ley volveremos a la mentira y al disimulo de las barrigas.

Volverán las mujeres de la "derecha" a viajar a clínicas clandestinas para desprenderse de sus barrigas y contar su fechoría al señor de la eucaristía. Volverán las plebeyas de Felipe a abortar como "antes" en las mesas de la cocina.

La nueva ley de Gallardón nos sitúa a la cola de Europa en prácticas abortivas y nos acerca a los postulados de Caracas. Allí, en la tierra de Maduro, por abortar, de forma ilegal, a la mujer le pueden caer entre seis y dos años de cárcel". ¿Veremos en España a alguna mujer encarcelada por abortar a un "antesnacido malformado"? A este ritmo, probablemente sí.

ABEL ROS

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