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Cuando los padres envejecen

Un padre le escribía a su hijo una carta porque le había avisado que vendría a visitarlo unos días. Como el progenitor se encontraba alicaído y triste, le dirigió unas letras para describirle su situación y, sobre todo, para pedirle comprensión. La carta decía así:

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"Querido hijo, cuando veas cómo me encuentro no des crédito a lo que ven tus ojos. Te ruego que tengas paciencia conmigo y, aunque tú no te creas mi estado, cuando observes que comiendo me tiembla la mano con la cuchara y se me caiga la comida de la boca y me ensucie, y veas que no pueda cortar un filete con el cuchillo, ayúdame y entiéndeme como yo hacía cuando tú eras pequeño y pasaba las horas enseñándote a comer.

Nos costó mucho aprender a cortar un filete con el cuchillo, ¿te acuerdas? Tú te ponías contento cuando lo hacías solo. Recuerda también lo que me costó que aprendieses a estar bien dispuesto en la mesa, con modales y educación.

Si cuando estés hablando contigo notas que te repito las mismas cosas varias veces, no me interrumpas y escúchame como yo solía hacer contigo cuando te escuchaba y te enseñaba. Recuerda cuando hablabas deprisa y te atascabas: yo tenía paciencia y te hacía repetir con tranquilidad, para que pudieras explicarte bien.

No me avergüences cuando yo no me quiera bañar: convénceme y ayúdame. Recuerda cuando yo te tenía que perseguir por los pasillos de nuestra casa y tú me ponías mil excusas para no bañarte. Yo te decía: "te saldrán bichitos si no lo haces" y, al final, te convencía y conseguía meterte en la bañera. Al terminar, me decías muy contento: "¡Papá, huelo a limpio!".

Cuando veas mi torpeza y mi ignorancia con las nuevas tecnologías, no me pongas esa sonrisa burlona y recuerda las horas que pasamos tecleando la máquina de escribir hasta que cogiste experiencia y cada día dabas más pulsaciones. Llegaste a ser el primero en clase de Mecanografía.

Te he enseñado a hacer tantas cosas… Comer bien, vestirte bien, comportarte bien y, cómo no, la manera de afrontar la vida. Y es verdad, muchas de estas cosas son producto del esfuerzo y de la perseverancia de los dos.

Si algún día y en algún momento yo pierdo la memoria o el hilo de la conversación, dame el tiempo necesario para recordar y, si no puedo, no te pongas nervioso conmigo: seguramente, lo más importante no era mi conversación y lo único que yo quiero es estar contigo y que me escuches.

Cuando mis piernas cansadas no me dejen caminar por el agotamiento y la fatiga de los muchos años trabajados, dame tu mano amiga de la misma manera como yo lo hice cuando tu dabas tus primeros pasos. Cuando caías, llorabas, te consolaba y nos poníamos otra vez a caminar hasta que, por fin, un día arrancaste tu solo a caminar.

Y cuando algún día te diga que ya no quiero vivir más, que quiero morir, no te enfades conmigo. Entiéndeme, esto me pasa cuando me veo impotente con algunas cosas; algún día entenderás que esto no tiene que ver nada contigo. Eso sí, solo me marcharé de esta vida cuando Dios Nuestro Señor lo diga.

No dejes pasar la oportunidad de abrazarme y de apreciarme. Ten en cuenta que la vida es muy corta ya para mí; recuerda siempre que la vida es una escuela en la cual, durante mucho tiempo, yo fui tu maestro. Ahora te toca a ti, ya solo, aprender las lecciones de la vida que van y vienen.

Y ten muy en cuenta que la voluntad de Dios nunca te llevará donde la Gracia de Dios Nuestro Señor no te proteja. Procura vivir con serenidad y, cuando tengas ganas de explotar, cuenta siempre hasta diez. No pierdas el tiempo en lamentaciones y preocupaciones, pues solo te traen enfermedades.

Mantén el contacto con la naturaleza; procura tener en tu casa plantas y, al menos, cuídalas con cariño. El amor que damos a las plantas y a los animales calma al ser humano y es muy relajante.

Recuerda siempre, hijo, que o controlas tus actos o ellos te controlarán, y que ser flexible no significa ser débil o no tener personalidad. Da a los otros más de lo que esperen y hazlo de buena fe: no permitas que un pequeño desliz malogre una gran amistad; no ofendas, no juzgues a las personas por lo que escuchaste hablar de ellas.

Recuerda siempre que en la vida hay tres cosas que nunca son seguras: el éxito, la fortuna y los sueños. Recuerda que el dolor compartido es la mitad de la pena pero, sin embargo, la felicidad, cuando se comparte, es doble. Sí, es una tremenda felicidad hacer felices a los demás, sea cual sea la propia situación.

Algún día descubrirás que, pese a mis muchos errores, siempre quise y deseé lo mejor para ti y que intenté y me esforcé en preparar el mejor camino que tú debías emprender para toda tu vida.

Hijo mío, no debes sentirte triste, ni enfadado, ni impotente por verme de esta manera. Intenta estar a mi lado; intenta también comprenderme y ayúdame como yo lo hice cuando tu comenzabas a vivir.

Ahora te toca a ti acompañarme en mi duro caminar. Ayúdame a acabar mi camino con amor y mucha paciencia. Yo te lo pagaré con una sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido. Te quiero, hijo mío".

JUAN NAVARRO COMINO
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