Echando una ojeada a las ofertas de empleo que se publican diariamente en prensa e internet, se da uno cuenta de que el inglés lo exigen ya hasta en trabajos en los que cuesta imaginarse ese momento en que de verdad se haga preciso su uso. Parece que el dominio de un idioma extranjero se ha impuesto como marca personal de un nivel formativo adecuado más que como herramienta necesaria, en algunos casos.
Hablar un inglés duodenal no debería ser motivo de mofa y escarnio para nadie, no todos hemos tenido la oportunidad de formarnos con igualdad ni de medios ni oportunidades; pero cuando la que habla un inglés que nació después de los dolores es la alcaldesa en persona de la capital de España defendiendo una candidatura olímpica ante el Comité Olímpico Internacional y, a la postre, de millones de personas de todo el mundo espectadores de un evento retransmitido, la cosa cambia.
La marca España, concepto abstracto, interesado y partidista donde los haya, se hace más evidente que nunca en actos en los que un alto representante de todos los españolitos de a pie se permite el lujo de hablar un inglés fistro sin ningún tipo de complejo.
Viendo hablar a la señora del amigo de Bush sentí pena y vergüenza ajena, esa que nos vemos abocados a padecer cuando alguien carente de sentido del ridículo delega en nosotros una ruborización que no nos corresponde.
Pero si yo fuera madrileño, más que por el lamentable nivel de inglés de alguien que, probablemente, no haya necesitado hablarlo en su vida para llegar donde ha llegado, me preocuparía por los recortes en servicios sociales que está llevando a cabo, me preocuparía por el modelo de sociedad que están creando estos adalides del neoliberalismo y porque se vea como algo normal ir en coche oficial a la peluquería.
Hablar un inglés duodenal no debería ser motivo de mofa y escarnio para nadie, no todos hemos tenido la oportunidad de formarnos con igualdad ni de medios ni oportunidades; pero cuando la que habla un inglés que nació después de los dolores es la alcaldesa en persona de la capital de España defendiendo una candidatura olímpica ante el Comité Olímpico Internacional y, a la postre, de millones de personas de todo el mundo espectadores de un evento retransmitido, la cosa cambia.
La marca España, concepto abstracto, interesado y partidista donde los haya, se hace más evidente que nunca en actos en los que un alto representante de todos los españolitos de a pie se permite el lujo de hablar un inglés fistro sin ningún tipo de complejo.
Viendo hablar a la señora del amigo de Bush sentí pena y vergüenza ajena, esa que nos vemos abocados a padecer cuando alguien carente de sentido del ridículo delega en nosotros una ruborización que no nos corresponde.
Pero si yo fuera madrileño, más que por el lamentable nivel de inglés de alguien que, probablemente, no haya necesitado hablarlo en su vida para llegar donde ha llegado, me preocuparía por los recortes en servicios sociales que está llevando a cabo, me preocuparía por el modelo de sociedad que están creando estos adalides del neoliberalismo y porque se vea como algo normal ir en coche oficial a la peluquería.
PABLO POÓ
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