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Repensar lo verde

Desde la Comisión Brundtland, decía esta mañana el viejo ecologista, el discurso del cambio global ha caído en el saco roto de las palabras. El imperio de los mercados ha ninguneado el papel de los estados en lo concerniente al diálogo ambientalista. En días como hoy, la disyuntiva entre la finitud de los recursos y el crecimiento exacerbado de un consumismo intoxicado invita a la Crítica a repensar lo verde como lo hizo Al Gore en los tiempos de Clinton.

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El espíritu del 68, en palabras de Jacinto, debería perturbar las conciencias civiles para recuperar en los programas políticos los renglones evaporados de la sostenibilidad. La revolución lenta, o dicho en otros términos, la unificación de acciones reformistas a corto plazo y objetivos radicales a largo, son los mimbres necesarios para dosificar el alimento de los lobos en la selva de los humanos.

Así las cosas, es necesario construir en el seno ideológico de las siglas actuales una opinión verde desde la perspectiva de la horizontalidad, la igualdad de género y la participación activa de los integrantes. Una opción, decía, capaz de pararle los pies al "culto a la abundancia". Un culto incompatible con la finitud de nuestra nave.

La crítica al industrialismo y la modernidad deben servir al intelectual contemporáneo para oxigenar nuevas corrientes de opinión. Nuevas corrientes de conciencia colectiva basadas en el crecimiento sostenible como modo de vida alternativo al crecimiento irresponsable de los últimos tiempos.

Las consecuencias del exceso han dejado su huella en la destrucción de la biodiversidad, el calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales. El aumento de la presión sobre los ecosistemas y el consumo energético sitúa al animal civilizado ante un escenario futuro nada halagüeño para las generaciones venideras.

Es precisamente esta responsabilidad intergeneracional la que debe servir de estímulo para articular un ambientalismo activo en sintonía con el sistema. Un pensamiento político que tome en consideración al ser humano como una especie más de una tierra castigada. Solamente así, considerándonos uno más del reino animal, conseguiremos que el león artificial –la industrialización- lo tenga difícil para saciar sus instintos.

La opción verde debe canalizar sus protestas contra los tres pilares básicos de la amenaza ecologista: la cultura del progreso ilimitado, el progreso consumista y el progreso jerárquico y patriarcal. Para ello, para construir la senda de la sostenibilidad, debemos reivindicar un sistema democrático más participativo.

Un sistema, decía, basado en la gobernanza y la horizontalidad. Decisiones compartidas entre organizaciones ecologistas, gobernantes y ciudadanos son la base para sembrar los cultivos del compromiso. Un compromiso necesario para no tropezar por segunda vez en una España degradada por la codicia del promotor y los sueños del ladrillo.

Una Hispania, cierto, convaleciente por los excesos de un consumo territorial exacerbado. Para ello, para evitar el tropiezo debemos cambiar el consumo de ostentación por un consumo funcional. Un consumo sostenido por la necesidad y alejado de la alienación publicitaria. De esta manera, articulando una crítica consumista activa podemos reinventar un país con vistas a un futuro. Un futuro lejano para nosotros pero cercano para las semillas de nuestros huertos.

El trato frívolo del cambio global por parte de algunos políticos conservadores –me refiero a Rajoy, claro está- sitúa a la sociedad civil en los riesgos denunciados por Beck. Una sociedad cada vez más vulnerable a los azotes de su predador y con menos resiliencia para soportar las perturbaciones de sus ecosistemas.

Así las cosas, la dejadez medioambiental de un Gobierno, más preocupado por la Prima que por el Riesgo, salpica al turismo como motor palanca de nuestra endémica economía. La proliferación de medusas en las costas alicantinas como consecuencia de la sobrepesca y el calentamiento; la salinización de los acuíferos por la intensificación de los cultivos y los efectos negativos de un litoral enladrillado sitúan a nuestra "marca España" en una posición de desventaja económica en contraste con otros países preocupados por "lo importante".

La respuesta política a los problemas medioambientales repercute de forma directa sobre el bienestar de los humanos. La concienciación sobre la escasez de los recursos naturales y la información ciudadana sobre los efectos de la contaminación en el organismo, serviría, por lo menos, para garantizar los mínimos de salud pública contemplados en la Suprema.

Para repensar lo verde es necesaria una colaboración de los medios. Una colaboración entorpecida –hasta ahora- por los intereses políticos y burgueses. Intereses que mueven los hilos de las cabeceras internacionales para preservar en sus espacios a la "flor y nata" de sus mercados.

El Estado del Miedo –obra de ciencia ficción escrita por Michael Crichton- fue utilizado como "documento científico" por políticos conservadores para ahuyentar del ideario colectivo los riesgos derivados del calentamiento global.

A este sesgo hemos de sumar las resistencias de la comunidad científica a publicar sus informes y avances en los medios. Resistencias provocadas por el miedo a las mofas y críticas de otros colegas de profesión y por la pérdida de precisión del mensaje científico al ser sintetizado por el lenguaje mediático.

Salvados estos sesgos –intereses políticos y económicos versus resistencias científicas- es el momento de dictar normas sancionadoras que pongan freno a las empresas que no cumplan con los límites de emisión de gases de efecto invernadero.

Es importante, decía, que recuperemos los mensajes de Comisión Brundtland para conseguir que el cambio global forme parte de las decisiones políticas. Mientras no lo consigamos, mientras tengamos políticos como Rajoy que se burlan del discurso ecologista y lo consideran la "cortina" de una izquierda desideologizada seguiremos, queridos amigos, sufriendo los efectos de un capitalismo ilimitado. Mal vamos.

ABEL ROS
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