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El pensamiento atrapado

Decía Popper, filósofo de origen austriaco, que la crítica debería ser el motor que arrastrase a la ciencia y la sacara del dogmatismo historicista. Según él, el conocimiento es algo provisional. Algo sometido al dictamen de la duda continua. Solamente, de esta manera, mediante el ensayo y error –que diríamos hoy- las sociedades avanzan hacia cuotas cada vez más altas de conocimiento.

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Evolucionan –cuánta razón tenía este señor- desde la crítica hacia la perfección infinita. Existen mecanismos incrustados en la dinámica social –y es la gran crítica que le hacemos a Popper- que intentan paralizar o, dicho en otros términos, atrapar al conocimiento en las celdas del inmovilismo.

Es precisamente esta resistencia a los cambios de la razón la que encierra a algunas democracias en los muros del dogmatismo. Muros orquestados por las vitrinas del miedo y la mordaza. En días como hoy, como diría el viejo Rigodón, los surcos mentales –dibujados por la polarización ideológica de antaño- dificultan que las aguas de nuestros ríos cambien sus sendas para llegar a su destino.

Tanto el periodismo como la política han perpetuado el corsé de la bipolaridad. A través del “boca-oído”, el diálogo intergeneracional entre padres e hijos ha mantenido enjaulado el espíritu crítico de “los ni-ni de Zapatero” en un limbo de fieles al argumento de autoridad.

Las “Dos Españas mediáticas”, esto es, la brecha entre periódicos de derechas –ya saben a cuáles me refiero- y cabeceras de izquierda han parcializado a la intelectualidad en una contienda entre conservadores y progresistas. Son precisamente estas corrientes de opinión sesgadas por los intereses infraestructurales de algunos las que han contribuido al empeoramiento de la alienación intelectual.

Una alienación que impide la concienciación de una crítica independiente y constructiva para dibujar corrientes alternativas a la bipolaridad. Una democracia sin espíritu crítico, es decir, una masa lectora que no contrasta sus lecturas, se convierte en el peor tóxico para el avance del conocimiento.

Es una obligación por parte de la sociedad civil reivindicar, en todos los foros de opinión, la pluralidad. Pluralidad manifiesta en debates de televisión. Pluralidad manifiesta en los paraninfos españoles y, sobre todo, pluralidad entendida como respeto hacia la diversidad.

Las sociedades críticas, es decir, aquellas en las que abundan los versos libres por encima de las estrofas, son las que han conseguido sacar al pensamiento atrapado de sus miedos y temores. Solamente así, mediante opiniones independientes, alejadas del guión político y mediático de las dos Españas podemos, y lo digo con todo convencimiento, construir una intelectualidad de calidad alejada de telarañas y prejuicios perturbadores.

Llegados a este punto es el momento de pasar a la acción. Para pasar a la acción se necesita la construcción de nuevos surcos mentales que articulen sendas distintas al pensamiento vertical. En primer lugar, debemos cambiar las lecturas y enfrentar nuestra crítica hacia aquello que nos molesta.

El progresista que nunca lee a las plumas de la derecha no podrá –o al menos le costará- construir una autocrítica que le permita edificar una alternativa independiente en el juicio que le domina. Solamente así, desde la incomodidad de las lecturas, conseguiremos liberar a nuestra mente de los surcos mentales que la secuestran desde que estuvimos en la cuna.

ABEL ROS
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