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Cidade Viseu, ciudad del contraste luso

No sé si es moderna o antigua. Si camino por una calle o me voy por los tejados de la ciudad. Si hay vida en las derruidas construcciones, o si en su decadencia se abraza el olvido a la melancolía. Viseu se dibuja sobre un promontorio, coronado por dos edificios singulares: la iglesia de la Misericordia y la Catedral.

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En torno a ellos, tan pronto parece que estamos en una zona urbana como en la profundidad del campo, como sugieren las bolsas de suelo y corralones, constantes en el centro como en la zona residencial.

En la parte baja, el legendario Viriato, líder de las tropas lusitanas y celtíberas que resistió a la dominación romana, observa desde la monumental escultura erigida en su honor, el devenir de los actuales íberos (portugueses, españoles, gallegos, catalanes, vascos…) que enfrentan el desempleo, la emigración que vacía su territorio, los recortes para saldar deudas, y la dominación del capital en la voz despectiva y el dictado de la Troika.

Por el empinado viario del casco histórico los adoquines de granito confinan la historia con lo coetáneo, y los restos de la muralla se integran con la arquitectura de coloridos edificios de impronta moderna, haciendo un guiño al que lo ve y desmontando a su paso los prejuicios de quienes desconfían de la compatibilidad en el casco antiguo del pasado con el futuro, en la acción permanente de nuestro presente.

Los parques y espacios públicos derrochan frescor con árboles y plantas, y se prodigan por toda la ciudad con impecable mantenimiento, dando cuenta del civismo y de la exquisita relación del entorno con sus gentes.

Las fuentes, de diversos tipos son frecuentes en el callejero, alivian una temperatura que, para ser verano, rara vez supera los treinta grados, haciendo agradable el encuentro en alguno de los bancos que invitan a echarse a la calle para conversar, para leer, o simplemente para cuestionar un modelo de ciudad, rico en matices, diseñado para las personas.

Las vías peatonales y las áreas de esparcimiento dan buena cuenta de esta clave, que no está reñida con los intereses de los vehículos privados o de los comercios. Muchos de estos comercios son despachos, viejas tiendas de proximidad que se resisten a abandonar su histórico emplazamiento o a cederlo a las franquicias globales que homogenizan los centros de las ciudades.

Los gatos se regodean en las esquinas sombrías de las calles estrechas que bajan desde el cerro donde se levanta Viseu, con pasajes en los que uno camina con temor de sorprender a otros viandantes de imprevisto, o de elevar más de lo justo la voz haciendo que vuelva a pasar el tiempo en un lugar que parece condenado a entenderse con las estampas de tonos sepias, donde las agujas dan a entender que también se han ido ya del reloj.

Las telarañas, el óxido de rejas o de candados cerrados hace décadas, los jardines desatados, y la madera descarnada de alguna ventana o puerta a lugares deshabitados, acompañan a los vecinos en un quehacer diario que no parece estar regido por el extrés o las prisas. El funicular es un medio de transporte de renovado brío en Viseu, con unas cabinas nuevas que acarician como en otro tiempo la cuesta, y ayuda a los viseenses a hacer llevadera la subida.

Un anciano duerme la siesta tardía a las seis y media de la tarde sobre un gran sillón venido –como casi todo aquí- a menos. Al fresco, al relente, como un actor sobre un decorado en el escenario de su ciudad. Su gorra de visera lo protege de un sol que hace horas dejó de ser una molestia, pero hace apacible su descanso.

Entre los balcones y los ventanales de las casas juegan los geranios de colores, dando un toque pintoresco y alegre al vivir de los fríos bloques de piedra esconchados de las fachadas. Otras, por contra, lucen engalanadas con nobles cerámicas de estampados que parecen tejidos. Son la piel y el ángel de un caserío a veces desangelado que burla las líneas rectas, y la seguridad del viandante.

En algunas plazas, cafés y restaurantes sacan sus veladores al viario, y como los edificios públicos, convidan a la ciudadanía a compartir su experiencia desde la capital del distrito de Viseu con el resto del mundo, gracias a unas redes de wi-fi abiertas. Los templos siguen un mismo patrón arquitectónico de estilo neobarroco dieciochesco, conocido como estilo Juan V, con fachada labrada coronada por un escudo de armas, con una o dos torres para el campanario, generosas ventanas y paredes de color blanco.

En una ida y vuelta caprichoso del destino, el aire colonial no llega de América, sino de África. La población afrodescendiente es una minoría notable en Viseu. Recuerda a la capital oriental del Río de la Plata, Montevideo, y a su popular Barrio Sur. Al son de los tambores del candombe, y a la rebeldía del Sur. Sones de protesta, de queja, de falta, de nostalgia y también de melancolía, como el fado. Parábola, hoy, de la rebeldía de unos pueblos que se resisten a ser esclavos de los nuevos poderosos.

JUAN C. ROMERO
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