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Los amigos están para sacrificarse

"Eres mi amigo preferido, ¿lo sabes?". No contestó. Simplemente, lo miró con esa dulzura colgada de sus ojos que lo embaucaba. "De ti me puedo fiar porque te portas como nadie…". Siguió en silencio pero, esta vez, le propinó un leve roce como muestra de un afecto mutuo.

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"Sé que hemos compartido muchas cosas y nunca me has fallado, por eso no voy a dejarte ahora". No pudo continuar y pareció darse cuenta. Desvió la mirada hacia ambos lados antes de volver a fijarla en la suya. Denotaba cansancio pues respiraba por la boca. Acabó sentándose frente a él, pendiente de la conversación.

"Además, eres muy valiente. No te arredraste a la hora de hacer huir al tipo aquel que intentó atracarnos en plena calle. No sé de dónde sacaste cojones…". Tampoco respondió. Estaba atento pero en silencio, aunque a veces le distraía algún sonido o el movimiento de otras personas.

"¡Pero hay que ver cómo pasa el tiempo! Nos hacemos mayores de un día para otro, envejecemos…". Una mirada fija, expectante, transmitía que había captado el poso de tristeza de aquellas palabras porque ni se inmutaba.

"Esto va a ser más duro para mí que para ti, lo sé". No pretendía asustarlo, pero el desahogo tensó el ambiente. Por un momento se paralizó el tiempo entre ambos, fue cuando bajó la cabeza, se mantuvo mudo y quieto, sin que se le moviera un músculo.

"Pero no te apures, haré cuanto pueda para que no te duela, seguro, no sentirás nada, ya lo verás…". El silencio con el que recibía lo que debía de ser un consuelo era más insoportable que cualquier otra reacción. Demostraba mayor entereza. "Estaré todo el tiempo contigo, socio, no te dejaré solo". Esta vez dio síntomas de incomodarse. Se levantó, recorrió la habitación y, sin expresar ninguna queja, volvió a sentarse cerca de él.

"¡Tranquilo, que no te dejaré, este trago lo pasaremos juntos…!". Se limitó a levantar la cabeza para mirarlo con extrañeza. "No me mires así, es por tu bien. De verdad, es por tu bien. Me estás haciendo saltar las lágrimas y no quería llegar a esto…". Pero no le hizo caso: siguió mirándolo directamente a los ojos, clavándole aquellas pupilas nobles que rezumaban ternura.

"Me gustaría ser como tú para soportar estos trances, pero ya ves, no puedo, me echo a llorar en vez de estar calmándote", dijo, arrimándose a él para abrazarlo entre sollozos y acariciarle la cabeza, que se rindió sobre su pecho. "Te echaré mucho de menos, tronco, y nadie podrá sustituirte nunca, nunca", le susurró al oído. Pero se revolvió y se separó del abrazo, apartándose de él. Su respiración empezó a agitarse.

"¡No sufrirás, no sufrirás!". Ya nada lo colmaba. Estaba inquieto y jadeaba aceleradamente. "Ven, yo entraré contigo para que no te pongas nervioso, ven conmigo, ven". Obedeció como de costumbre. Se pusieron de pie justo cuando una puerta se abría a sus espaldas. Pasaron juntos a la otra habitación, donde los estaban esperando.

"No puedo verlo, lo siento, no puedo. Espero fuera, lo siento". Abandonó la estancia inundado en lágrimas. Tuvieron que parar a su fiel amigo para que no lo siguiera. Esa fue la última vez que escuchó al fin su saludo antes de que cerraran la puerta y le pusieran una inyección letal.

—¡Guau!

DANIEL GUERRERO
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