Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de una carta abierta dirigida por la persona que encarna a Judas Iscariote durante el tradicional acto del Prendimiento que, si el tiempo lo permite, tendrá lugar esta tarde en la Plaza de La Rosa. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a montilladigital@gmail.com exponiendo su queja, comentario o sugerencia. Si lo desea, puede acompañarla también de alguna fotografía.
De nuevo es Jueves Santo, y mi misión es traicionar al Hijo de Dios. Treinta malditas monedas de plata fueron mi perdición. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero hoy seguimos igual que aquella noche del mes de Nisán: continuamos traicionando al justo; seguimos engañando al amigo.
Cada año interpreto lo mejor que puedo el papel de Judas Iscariote en su recorrido por las calles de Montilla. La representación del amigo traicionero va más allá de la careta que oculta mi rostro: diría que es una realidad que, en nuestra vida cotidiana, se encuentra por doquier. Quizá, algunos sentirán algo dentro de su conciencia. Por ello, Judas ha triunfado en todos aquellos que no saben dónde satisfacer sus ansias de poder y su ambición. Malditos todos.
Judas, tu traición la encontramos día a día en la injusticia y en nuestros engaños. Y lo que es peor, no reconocemos el dolor de las personas que han sido victimas de la infamia. Así de vilmente funciona el mundo actual. Soy Judas Iscariote, y esta es mi reflexión. Cada Jueves Santo acudo a la Plaza de la Rosa en busca del Señor, de mi amigo y maestro, para prenderlo. Para traicionarlo.
Pero quiero que todos tengan presente que mi traición encarna la vileza y la maldad del género humano, en el que no encuentro distinciones de clases ni procedencia. Mi traición es continuamente renovada por todos aquellos que van por la vida dando sus treinta monedas a cambio de engañar, de traicionar y de corromper.
Es Jueves Santo y, momentos antes de que se consuma el Prendimiento de Jesús, asumo el papel de traicionarlo. En una habitación fría oculto mi rostro con una careta de facciones burlonas y me coloco una cabellera larga y descuidada para que nadie me reconozca.
Visto con ropas de color verde y granate intenso para que todos me distingan entre el bullicio; también calzo mis pies con sandalias. No olvido la linterna con la que iluminaré el rostro del Señor, ni tampoco la limosnera en la que verteré los treinta denarios de plata prometidos. Una vez enmascarado, estaré preparado para interpretar al mayor traidor: a Judas Iscariote.
Momentos antes de prender al Maestro, en esta habitación fría, le pregunto a mí conciencia: Señor Jesús, para que alcancemos el triunfo de tu Salvación ¿tiene que haber gente como yo que interprete año tras año la traición del hombre personificado en el papel de Judas? De repente. el capitán de los romanos me despierta de este sueño tan real, y me dice:
—¡Judas es la hora!
Tengo que darme prisa porque, antes de que el sol se oculte, he de llegar al Getsemaní montillano para vender a Jesús. Las tropas romanas me saludan, me llaman por mi nombre entre el gentío.
—Vamos, Judas Iscariote... ¿Dónde está ese Mesías?
Yo sonrío, y les digo: "Dios os guarde" y pienso: "pobre de mí que, con mis treinta monedas prometidas, tengo que entregar al Hijo de Dios, que es mi amigo y mi maestro".
Una vez que llego a la plaza quiero estar solo ante mi maestro, Jesús. Es entonces, en ese preciso momento, cuando pasan por mi mente cientos de recuerdos y añoranzas, cientos de fatigas. Frente al Más Grande, al que mueve el Mundo, le pido y ruego todo su perdón para mí y para toda la Humanidad.
Señor, con esta reflexión mi alma de traidor queda confortada con tu perdón. Sin tu piedad, yo seguiré perdido entre el gentío, con mi linterna y mi limosnera, pero tu infinita bondad no lo permitirá y redimirá a toda la Humanidad. Perdón, Maestro, por mi traición.
De nuevo es Jueves Santo, y mi misión es traicionar al Hijo de Dios. Treinta malditas monedas de plata fueron mi perdición. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero hoy seguimos igual que aquella noche del mes de Nisán: continuamos traicionando al justo; seguimos engañando al amigo.
Cada año interpreto lo mejor que puedo el papel de Judas Iscariote en su recorrido por las calles de Montilla. La representación del amigo traicionero va más allá de la careta que oculta mi rostro: diría que es una realidad que, en nuestra vida cotidiana, se encuentra por doquier. Quizá, algunos sentirán algo dentro de su conciencia. Por ello, Judas ha triunfado en todos aquellos que no saben dónde satisfacer sus ansias de poder y su ambición. Malditos todos.
Judas, tu traición la encontramos día a día en la injusticia y en nuestros engaños. Y lo que es peor, no reconocemos el dolor de las personas que han sido victimas de la infamia. Así de vilmente funciona el mundo actual. Soy Judas Iscariote, y esta es mi reflexión. Cada Jueves Santo acudo a la Plaza de la Rosa en busca del Señor, de mi amigo y maestro, para prenderlo. Para traicionarlo.
Pero quiero que todos tengan presente que mi traición encarna la vileza y la maldad del género humano, en el que no encuentro distinciones de clases ni procedencia. Mi traición es continuamente renovada por todos aquellos que van por la vida dando sus treinta monedas a cambio de engañar, de traicionar y de corromper.
Es Jueves Santo y, momentos antes de que se consuma el Prendimiento de Jesús, asumo el papel de traicionarlo. En una habitación fría oculto mi rostro con una careta de facciones burlonas y me coloco una cabellera larga y descuidada para que nadie me reconozca.
Visto con ropas de color verde y granate intenso para que todos me distingan entre el bullicio; también calzo mis pies con sandalias. No olvido la linterna con la que iluminaré el rostro del Señor, ni tampoco la limosnera en la que verteré los treinta denarios de plata prometidos. Una vez enmascarado, estaré preparado para interpretar al mayor traidor: a Judas Iscariote.
Momentos antes de prender al Maestro, en esta habitación fría, le pregunto a mí conciencia: Señor Jesús, para que alcancemos el triunfo de tu Salvación ¿tiene que haber gente como yo que interprete año tras año la traición del hombre personificado en el papel de Judas? De repente. el capitán de los romanos me despierta de este sueño tan real, y me dice:
—¡Judas es la hora!
Tengo que darme prisa porque, antes de que el sol se oculte, he de llegar al Getsemaní montillano para vender a Jesús. Las tropas romanas me saludan, me llaman por mi nombre entre el gentío.
—Vamos, Judas Iscariote... ¿Dónde está ese Mesías?
Yo sonrío, y les digo: "Dios os guarde" y pienso: "pobre de mí que, con mis treinta monedas prometidas, tengo que entregar al Hijo de Dios, que es mi amigo y mi maestro".
Una vez que llego a la plaza quiero estar solo ante mi maestro, Jesús. Es entonces, en ese preciso momento, cuando pasan por mi mente cientos de recuerdos y añoranzas, cientos de fatigas. Frente al Más Grande, al que mueve el Mundo, le pido y ruego todo su perdón para mí y para toda la Humanidad.
Señor, con esta reflexión mi alma de traidor queda confortada con tu perdón. Sin tu piedad, yo seguiré perdido entre el gentío, con mi linterna y mi limosnera, pero tu infinita bondad no lo permitirá y redimirá a toda la Humanidad. Perdón, Maestro, por mi traición.
JUDAS ISCARIOTE
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