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El "no" también educa

La docta y documentada pluma de Aureliano Sáinz, nos dio un toque de atención sobre el problema de la agresividad que derraman algunos hijos sobre padres y mayores. La agresividad se aprende desde el nido, se ratifica con actitudes del entorno próximo y se perpetúa con los mensajes que envía el mundo circundante (sociedad, televisión, juegos de ordenador, y un sinfín de ejemplos más).

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Ser padre dicen que no es difícil pero tampoco nos dijeron que fuera fácil, porque no lo es. Tampoco es nada fácil educar. Esta es una queja repetida, tanto por padres como por docentes y que en los últimos tiempos se expande como mancha de aceite. ¿Sensibilidad o alboroto porque nos vemos desbordados y es más fácil echar balones fuera? Yo diría que de todo un poco, aunque a veces dudo de casi todo.

Quejas sobre conducta en general, referidas a indolencia, pasotismo, rebeldía, falta de responsabilidad, carácter violento de algún sector de nuestra juventud, desprecio de las normas en casa, en el colegio y en la calle, sin mencionar conductas de abuso como adiciones varias, estamos oyendo todos los días. ¿Hay más problemas que antes? No lo creo, simplemente estamos más sensibles y posiblemente más angustiados por unas circunstancias que parecen desbordarnos.

Hoy me arriesgo a ofrecer unas posibles pautas de actuación para ir por casa. Sigo pensando que la familia es el puntal básico en este maratón. La educación debe iniciarse desde la edad más temprana. Educar desde la familia es más una cuestión de intuición sazonada de paciencia, de sentido común, que de ciencia y/o de teorías más o menos en boga. De teoría sabemos todos, la práctica es otra cosa y esa práctica hace maestros.

Estamos muy sensibles ante la mal llamada "violencia de género" que hay que reprobar por deleznable, pero se está pasando por alto la agresividad generada dentro del nido familiar, tanto o más grave que la anteriormente referida en cuanto que es el caldo de cultivo para llegar posteriormente a ella.

Una correcta educación pide a los progenitores “saber qué es lo que hay que hacer con los hijos para educarlos bien”. Me atrevería a recalcar que es más eficaz saber lo que no hay que hacer para conseguir buenos resultados en este complicado terreno. No estoy planteando un juego de palabras.

Un error es más peligroso y deja más huella que todos los aciertos que podamos tener. De los errores se aprende y los padres debemos sacarle provecho compartido a los errores para limar, en lo posible la frustración. Aunque nos pueda parecer una barbaridad, el fracaso también enseña.

- Una actitud bastante extendida es la de cerrar los ojos, negar la evidencia o pasar por alto sus errores ante los demás, máxime cuando eso ocurre, y ello es muy frecuente, en el ámbito escolar, porque estamos socavando la autoridad que podamos mantener (a dúo) delante de ellos. A la larga esa actitud-tapón repercutirá sobre los propios padres aunque la estemos manifestando contra los demás: familiares, abuelos, profesores.

- Criarlos en un ambiente de sobreprotección terminará por asfixiarlos, tanto física como psíquicamente, con el consiguiente daño cuando se enfrenten a un resfriado serio, ya sea profesional, moral, social o físico. Protegerlos en exceso no les beneficia.

- Hoy nos movemos en parámetros de “todos tenemos derecho a”, cuestión que resalto frente a un facilón "¡toma, para que te calles!" consentidor y chantajeante, que solemos practicar en muchas ocasiones. Hablemos de deberes y no precisamente escolares.

- "Quiero esto y esto y aquello…" sería la cantinela en la que subyace el manido “tengo derecho a...”. Hay que darles pero con criterio, con racionalidad, no con veleidad. Frente a un fiero consumismo, hagamos hincapié en la necesidad. Lo recomendable es no ceder ante los caprichos, actuando con firmeza al negar la demanda, sin alterarse, sin gritar ni reñir. La frustración también educa.

- Ya hemos repetido en ocasiones que estos pequeños tiranos presionan y aprietan hasta el tope máximo. El tope debemos ponerlo los mayores. Es necesario fijarles normas, hábitos positivos y límites. El "no" también educa.

- Actitudes de resentimiento, intolerantes, despreciativas, humillantes hacia los demás serán fácilmente captables y asumibles por los pequeños si habitualmente las maman directamente de los mayores. Enséñemeles a ser generosos, no rencorosos. Transmitir valores de respeto, tolerancia, sentido de la justicia, etc., es básico.

- Otro error que solemos cometer en educación es intentar comprarlos, chantaje se le llama a esa actitud, sea por medios materiales o emocionales. Pactar con ellos para obtener un compromiso por su parte es productivo. Ponernos siempre de su parte sólo enmascara las circunstancias, que más pronto que tarde se volverán contra nosotros.

- El niño espera, desde su corta experiencia, que el adulto se comporte como adulto. Si actuamos ante ellos como niños estamos confundiéndolos y desdibujando el papel del adulto. Por contra pretender ser “colegas” en lugar de desempeñar el papel de padres, no les transfiere un modelo serio y respetable. Desengañémonos: no somos colegas, somos adultos de los que esperan instrucciones claras para poder transitar por la vida.

- Remarco una sentencia de la sabiduría popular: "un ejemplo vale más que mil palabras". Con ello quiero incidir en un hecho demostrado: los niños no reaccionan ante nuestras monsergas, sino ante nuestros hechos porque los discursos les aburren, las palabras se las lleva el viento. Sólo permanecen y calan los ejemplos positivos o negativos.

- Como regla de oro que se debe tener muy presente en el ámbito familiar es que hay que unificar criterios y actuar con firmeza. Suele ser significativo que ante un mayor –padre, madre, abuelos- exigente, duro, siempre hay otro flexible, más benevolente, permisivo. Cuando se da esta dicotomía la batalla está perdida. Recordemos que los niños y los no tan críos son bisoños pero no retrasados. Como anormales e incompetentes podremos aparecer los adultos si minusvaloramos sus capacidades afectivas, intelectuales y decisorias.

Jugando con un sonsonete publicitario diría: Ser colegas… ¡error!; comprarlos… ¡error!; sobreprotegerlos… ¡error!; negar la evidencia de sus actuaciones… ¡error!; darles todo lo que quieran… ¡error!; sermonearlos… ¡error!; taponar la autoridad del otro… ¡error! Podríamos aducir más y más errores pero no se trata de machacar.

Pedir ayuda cuando sea necesario… ¡acierto!; predicar con el ejemplo… ¡acierto!, ser consecuente… ¡acierto!; darles cariño, no mimos… ¡acierto! Acierto sería ser capaces de analizar juntos lo que ha ocurrido, remarcando lo que se ha hecho de forma correcta y en qué se puede mejorar. Acierto sería que aprendan a desenvolverse solos aunque haya peligro de que puedan tropezar. Nuestro deber es estar cerca de ellos para cuando se caigan, levantarlos.

Acierto es exigirles, sin claudicar, las tareas que sean responsabilidad de ellos (recoger los juguetes los más pequeños, arreglar su habitación, ayudar a poner o quitar la mesa –¡ojo! faena que se le debe exigir tanto al chico como a la chica, dado que la igualdad de sexos también se inculca en la familia-). Mientras más les consintamos o les pasemos por alto, más facilidad hay para que se vuelvan déspotas.

¡Gran acierto…! Es imprescindible que el padre y la madre formen un frente común, es decir que estén en la misma línea de exigencia. Las diferencias de criterios educativos y los mensajes contradictorios socavan respeto, autoridad, normas.

Desde hace tiempo muchos profesionales venimos proponiendo llevar la escuela a los padres, no los padres a la escuela. Estas reflexiones fueron expuestas en su día a un colectivo de padres, madres, abuelos y abuelas. Dieron para unas horas de animada charla y permitieron un rico intercambio.

Aprender de los errores nos resultó menos penoso, no por ello menos eficaz; estar receptivos a los éxitos fue gratificante para quienes los ofrecían y útil para quienes los recibieron. Indudablemente, en la brevedad de estas líneas, no se puede explicitar todo lo que aquella actividad dio de sí.

PEPE CANTILLO
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