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Entre el cielo y el infierno: Edvard Munch (y II)

A diferencia de Vincent van Gogh, cuya vida atormentada le seguiría como una sombra pegada al cuerpo hasta que finalmente decide suicidarse, Edvard Munch, que también lo intentó, pudo finalmente conocer eso que se llama “las mieles de la gloria”, al tener un claro reconocimiento en su propio país y convertirse en uno de los símbolos de Noruega.

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Como indiqué en el anterior artículo, El grito, cuadro del que haría cuatro versiones, ha llegado a hacerse tan mundialmente famoso que aparece reproducido en todo tipo de objetos, desde camisetas, souvenirs, películas de terror, hasta en episodios de la conocida serie Los Simpsons. Creo que un devoto de la fama como fue Andy Wharhol, artista del que hablaremos en otro momento, lo tomaría como un referente para alcanzar su gran objetivo: que todo el mundo lo conociera y hablara de él.

Pero antes de ser un pintor reconocido, la vida de Munch se movía en medio de los tormentos heredados del fanatismo religioso paterno, de las muertes de su madre y su hermana Sophie y la locura de su hermana Laura.

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Madonna. Esta obra es de las pocas en las que Munch presenta a la mujer con
cierta carga erótica, a pesar de la inquietud que provoca el torso femenino 
rodeado de formas curvas que recuerdan a la penetración en una cueva

A pesar de que sus amigos lo llamaban “el hombre más apuesto de Noruega”, lo cierto es que sus relaciones con el género femenino fueron muy complicadas, hecho que se refleja en sus cuadros, ya que retrata a las mujeres bien como seres frágiles e inocentes o como verdaderas vampiresas que chupan la vida a todo hombre que se acerque a ellas.

Y una de esas “amantes vampiresas” fue Tulla Larsen, una joven acaudalada a la que conoció en 1898, cuando ella tenía veintinueve años. Ambos se embarcaron en una relación amorosa que no duró mucho tiempo, pues Munch no soportaba su carácter neurótico y posesivo.

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Mujer vampiro. En esta obra se muestra el miedo que sentía Munch ante la idea de verse sometido a las mujeres

Esta es la razón por la que huyera de Noruega para alejarse de su amante, logrando estar dos años sin que pudiera ser localizado por ella. Pero Tulla no estaba dispuesta de ningún modo a soltarle, por lo que le siguió y buscó por toda Europa. Finalmente lo localizó en la casa que se había comprado en la costa noruega. Allí se traslada a vivir, adquiriendo una casa vecina para tenerlo bajo observación y control.

A Munch la vida se le hace insoportable. Así, una noche, al volver a su casa, encontró una carta que había sido dejada debajo de la puerta. En la misma, Tulla le decía que había intentado suicidarse. Aterrado, acude a su domicilio y la encuentra tumbada en la cama en perfecto estado de salud.

Enojado, le daba todo tipo de argumentos y razones en los que le explicaba que no podían vivir juntos, que eran dos personas incompatibles. A todos estos razonamientos Tulla no respondía, se limitaba a llorar o reírse, alternando una forma u otra.

Desesperado, coge la pistola que su “desconsolada” amante tenía en la casa y aprieta el gatillo. Años atrás, Vincent van Gogh en un arrebato se cortó el lóbulo de su oreja; Edvard Munch lo que logró fue destrozarse el dedo corazón de su mano izquierda, que quedó maltrecha para siempre.

Finalmente, pudo alejarse de esa “amante-vampiresa”, tal como la denominaban sus amigos, y poder centrarse de nuevo en la pintura. Alejado de Tulla, reanudó su actividad pictórica con gran pasión.

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Friedrich Nietzsche. Este es uno de los pensadores por el que Munch sentía 
gran admiración desde su etapa de estudiante. Como podemos comprobar, el paisaje
recuerda al que realizó para su obra maestra El grito

No obstante, la locura siempre le cercaba. Comenzó a creer que los desconocidos con los que se encontraba eran policías secretos que habían sido enviados para vigilarle. Por otro lado, sufría frecuentes ataques de parálisis y estaba obsesionado con la posibilidad de enloquecer, temiendo caer en el mismo estado al que había llegado su hermana Laura.

Asustados por el desvarío de su mente, sus amigos decidieron ingresarlo en un hospital situado en las afueras de Copenhague, la capital de Dinamarca, ya que por entonces este país estaba unido a la corona noruega.

Los médicos le diagnosticaron parálisis alcohólica, como resultado de los daños provocados en su sistema nervioso por la ingesta de alcohol a lo largo de los años. Salió del hospital en la primavera del año siguiente, estando sobrio por primera vez en el último cuarto de siglo de su vida.

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Melancolía. La tristeza del personaje que protagoniza la escena ante el mar es claro exponente 
de ese sentimiento de pesar del autor ante la indiferencia de la naturaleza que lo rodea

Pasados los cincuenta años ya era un pintor reconocido en su país, cuyas obras eran admiradas y cotizadas en el mercado del arte. Ello le dio posibilidad de comprarse una gran casa en la costa noruega, de la que apenas salía, ya que estaba entregado en cuerpo y alma a la pintura.

En 1926, cuando tenía 63 años, falleció su hermana Laura, víctima de las alucinaciones y de la esquizofrenia de las que no logró recuperarse. Todavía el miedo a la locura le perseguía a Munch allá por donde fuera, por lo que no fue capaz de estar presente en el funeral de su hermana, siguiéndolo escondido detrás de los cipreses del cementerio.

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Ansiedad. Con un fondo similar al de su obra emblemática, Munch nos muestra un conjunto 
de personajes con rostros enloquecidos y que parecen caminar acercándose al espectador

Años más tarde, cuando los nazis se hacen con el poder en Alemania, Adolf Hitler, un fracasado alumno de artes y de arquitectura, comienza a hablar de “arte degenerado”, entendiendo por tal todas las corrientes artísticas del siglo veinte, entre ellas, claro, el expresionismo.

A Edvard Munch se le declaró “artista degenerado”, por lo que temió por su vida cuando, en abril de 1940, las tropas alemanas invadieron Noruega. De manera un tanto sorprendente, los nazis trataron de ganarse sus favores, invitándole a una organización de artistas noruegos.

Declinó la invitación, por lo que permaneció asustado, en permanente estado de vigilancia y esperando que un día cualquiera la Policía echara para abajo la puerta de su casa. A pesar de que se le había ordenado que abandonara el domicilio, la orden nunca llegó a practicarse.


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Train smoke. Munch siempre representó a la naturaleza como si fuera un ser viviente: 
las curvas y ondulaciones son constantes en los elementos que aparecen en ella

En esos años, recluido en la casa, continuó pintando de una manera intensa, concentrándose principalmente en la pintura de paisajes, retratos y de autorretratos. Fallecería el 23 de enero de 1944, cuando todavía las tropas nazis ocupaban el país, y dejando una gran sorpresa a sus compatriotas, ya que durante años no había permitido a nadie que subiera al segundo piso de su casa, que lo tenía cerrado a cal y canto para cualquiera que no fuera él mismo.

Cuando sus amigos pudieron acceder a esa planta se quedaron verdaderamente estupefactos. Apilados, desde el suelo hasta el techo, había 1.008 cuadros, 4.443 dibujos, 15.391 láminas, 378 litografías, 188 aguafuertes, 148 grabados en madera, 143 piedras litográficas, 155 placas de cobre, numerosas fotografías y todos sus diarios.

Un auténtico tesoro artístico, puesto que todas esas obras las había donado a la ciudad de Oslo, la capital noruega, sin pedir a cambio ninguna contrapartida. Un gesto de generosidad a su país como no se conoce en ningún artista a lo largo de la historia.

Para mantener vivo su recuerdo y su legado, en 1963, la ciudad abrió el Museo Munch para albergar esta gran colección. Era la herencia de un hombre que nunca creyó que podría sobrevivir a una infancia torturada, ya que durante años vivió en un verdadero infierno emocional, pero que, finalmente, alcanzó la gloria con el reconocimiento y la gratitud de todo un país a su genial obra.

AURELIANO SÁINZ
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