Me da mucha pena el presente y el futuro que le espera a nuestra juventud que, desde mi modesto punto de vista, es la mejor preparada de la historia. Y pese a tener más y mejores estudios que las personas de mi generación, la gran mayoría no puede trabajar, a diferencia de lo que ocurría con nosotros que, en muchos casos, trabajábamos en lo que queríamos.
Desde siempre he sentido mucha nostalgia de mi tierra pues podría decirse que me rompieron la niñez en Montilla. Pero, realmente, mis padres, con un gran sacrificio, tuvieron que dejar a toda su familia atrás, todos sus recuerdos, todas las tradiciones, por buscar un mejor porvenir para sus hijos. Por eso nos llevaron a otra tierra: para tratar de que tuviéramos un futuro mejor.
Sin embargo, ahora me pregunto a dónde se pueden encaminar nuestros jóvenes si no hay trabajo en ninguna parte. En mi caso, comencé a trabajar con catorce años, mientras estudiaba por las noches. Y me pasaba algo muy curioso.
Estuve hasta en cuatro talleres mecánicos como aprendiz. Cuando me enviaban a hacer los recados, me dirigía al dueño y le decía claramente que si me mandaban a la ferretería, me iba, ya que yo estaba allí para aprender un oficio, no para hacer de recadero.
Como no me hacían caso, pues era un chaval, me marchaba y buscaba otros talleres. Así, durante los cuatro años de aprendizaje que se hacían antes. Debo reconocer que mi padre me recriminaba esta actitud pero yo le decía que haciendo mandados no podría ser luego un buen mecánico. Hoy en día eso no podemos ni soñarlo: la juventud se agarraría a un clavo ardiendo –y yo haría lo mismo, que conste- pues, por desgracia, no encuentran trabajo en ningún sitio.
Recuerdo que entre los años cincuenta y setenta había bastante trabajo en algunas zonas de España. En concreto, mi familia se instaló en Manresa, a 65 kilómetros de Barcelona y, por aquellos años, cuando la ciudad tenía la mitad de los habitantes que ahora (unos 76.000), rara era la calle en la que no había dos o tres fábricas pequeñas que tejían todas las horas que podían con telares familiares.
También habían muchas fábricas de textil con plantillas enormes –las más pequeñas, de 300 o 400 trabajadores y, las más grandes, de hasta 4.000 empleados-. En estas factorías se hacían tres turnos y mucha gente, cuando salía –hiciese el turno que fuera- se iba a otra empresa más pequeña a dar cuatro o cinco horas más.
De esta forma, aunque los sueldos fueran bajos, en muchas familias entraban lo que se conocía como "semanadas" –pues, por aquel entonces, se cobraba por semanas-. Por cierto, entonces no existían los sindicatos –sólo en la clandestinidad- y como había mucho trabajo, nadie se atrevía a entorpecer la marcha de aquella economía.
El caso es que por aquellos años la juventud tenía un futuro espléndido: cada cual se colocaba en lo que más le gustaba. En Manresa habría siete u ocho talleres mecánicos que se dedicaban a la construcción de maquinaria textil, entre ellos, la Metalurgia Textil, que fabricaba maquinaria con patente suiza y que exportaba al mundo entero.
Otra empresa fuerte era Maquinaria Industrial, una empresa dependiente del Instituto Nacional de Industria, que tenía una plantilla de unos 200 trabajadores y, en la fundición, un centenar. Recuerdo que en sus talleres fabricaban los tornos revólveres de cambio automático, fresadoras y maquinaria textil.
También había una empresa que trabajaba en la construcción de maquinaria para la hilatura, que exportaban al mundo entero y que, actualmente, se llama Comatex. En la parte textil, la mejor empresa de cintería –que fabricaba toda clase de etiquetado para prendas de vestir- era Perramon.
Sin embargo, cuando comenzó la crisis del textil todo se fue al garete. Con todo, seguía habiendo mucho trabajo, ya que casi a la par comenzó a funcionar la industria del automóvil y, con ella, todas las fábricas auxiliares a su alrededor.
En Manresa estaba Lezmer Española, que hacía toda clase de llantas de hierro para la automoción, con patente alemana. Por aquel entonces tenía una plantilla de unos 400 trabajadores mientras que en la actualidad hay menos de la mitad y, por si fuera poco, con unos contratos irrisorios.
No me quiero dejar atrás a Pirelli, la famosa fábrica de neumáticos con patente italiana en la que sus trabajadores –casi 3.000, a tres turnos- tenían el porvenir prácticamente asegurado. Sin embargo, como la alegría no es infinita, en la actualidad esta factoría ya está cerrada y, desde hace unos años, funciona como almacén de distribución de neumáticos.
Tras estos años de bonanza, en Manresa, hoy día, no hay nada. De hecho, quien encuentra aquí un puesto de trabajo puede decir que le ha tocado la Lotería. Sin embargo, no es algo exclusivo de aquí pues, por lo que leo en Montilla Digital, en mi querida Montilla se han batido también todos los récords de paro. Lamentable.
Por todo ello, me da mucha pena ver a chicos jóvenes deambulando por todos sitios o a esos padres de familia jóvenes sin ninguna esperanza de encontrar trabajo por mal pagado que esté. Ahora comprendo que, pese a haber tenido que emigrar a otra tierra, nuestra generación fue mucho más afortunada en el tema del trabajo. Espero –y Dios lo quiera- que esta situación cambie y que muy pronto puedan encontrar un empleo con el que retomar el rumbo de sus vidas.
Desde siempre he sentido mucha nostalgia de mi tierra pues podría decirse que me rompieron la niñez en Montilla. Pero, realmente, mis padres, con un gran sacrificio, tuvieron que dejar a toda su familia atrás, todos sus recuerdos, todas las tradiciones, por buscar un mejor porvenir para sus hijos. Por eso nos llevaron a otra tierra: para tratar de que tuviéramos un futuro mejor.
Sin embargo, ahora me pregunto a dónde se pueden encaminar nuestros jóvenes si no hay trabajo en ninguna parte. En mi caso, comencé a trabajar con catorce años, mientras estudiaba por las noches. Y me pasaba algo muy curioso.
Estuve hasta en cuatro talleres mecánicos como aprendiz. Cuando me enviaban a hacer los recados, me dirigía al dueño y le decía claramente que si me mandaban a la ferretería, me iba, ya que yo estaba allí para aprender un oficio, no para hacer de recadero.
Como no me hacían caso, pues era un chaval, me marchaba y buscaba otros talleres. Así, durante los cuatro años de aprendizaje que se hacían antes. Debo reconocer que mi padre me recriminaba esta actitud pero yo le decía que haciendo mandados no podría ser luego un buen mecánico. Hoy en día eso no podemos ni soñarlo: la juventud se agarraría a un clavo ardiendo –y yo haría lo mismo, que conste- pues, por desgracia, no encuentran trabajo en ningún sitio.
Recuerdo que entre los años cincuenta y setenta había bastante trabajo en algunas zonas de España. En concreto, mi familia se instaló en Manresa, a 65 kilómetros de Barcelona y, por aquellos años, cuando la ciudad tenía la mitad de los habitantes que ahora (unos 76.000), rara era la calle en la que no había dos o tres fábricas pequeñas que tejían todas las horas que podían con telares familiares.
También habían muchas fábricas de textil con plantillas enormes –las más pequeñas, de 300 o 400 trabajadores y, las más grandes, de hasta 4.000 empleados-. En estas factorías se hacían tres turnos y mucha gente, cuando salía –hiciese el turno que fuera- se iba a otra empresa más pequeña a dar cuatro o cinco horas más.
De esta forma, aunque los sueldos fueran bajos, en muchas familias entraban lo que se conocía como "semanadas" –pues, por aquel entonces, se cobraba por semanas-. Por cierto, entonces no existían los sindicatos –sólo en la clandestinidad- y como había mucho trabajo, nadie se atrevía a entorpecer la marcha de aquella economía.
El caso es que por aquellos años la juventud tenía un futuro espléndido: cada cual se colocaba en lo que más le gustaba. En Manresa habría siete u ocho talleres mecánicos que se dedicaban a la construcción de maquinaria textil, entre ellos, la Metalurgia Textil, que fabricaba maquinaria con patente suiza y que exportaba al mundo entero.
Otra empresa fuerte era Maquinaria Industrial, una empresa dependiente del Instituto Nacional de Industria, que tenía una plantilla de unos 200 trabajadores y, en la fundición, un centenar. Recuerdo que en sus talleres fabricaban los tornos revólveres de cambio automático, fresadoras y maquinaria textil.
También había una empresa que trabajaba en la construcción de maquinaria para la hilatura, que exportaban al mundo entero y que, actualmente, se llama Comatex. En la parte textil, la mejor empresa de cintería –que fabricaba toda clase de etiquetado para prendas de vestir- era Perramon.
Sin embargo, cuando comenzó la crisis del textil todo se fue al garete. Con todo, seguía habiendo mucho trabajo, ya que casi a la par comenzó a funcionar la industria del automóvil y, con ella, todas las fábricas auxiliares a su alrededor.
En Manresa estaba Lezmer Española, que hacía toda clase de llantas de hierro para la automoción, con patente alemana. Por aquel entonces tenía una plantilla de unos 400 trabajadores mientras que en la actualidad hay menos de la mitad y, por si fuera poco, con unos contratos irrisorios.
No me quiero dejar atrás a Pirelli, la famosa fábrica de neumáticos con patente italiana en la que sus trabajadores –casi 3.000, a tres turnos- tenían el porvenir prácticamente asegurado. Sin embargo, como la alegría no es infinita, en la actualidad esta factoría ya está cerrada y, desde hace unos años, funciona como almacén de distribución de neumáticos.
Tras estos años de bonanza, en Manresa, hoy día, no hay nada. De hecho, quien encuentra aquí un puesto de trabajo puede decir que le ha tocado la Lotería. Sin embargo, no es algo exclusivo de aquí pues, por lo que leo en Montilla Digital, en mi querida Montilla se han batido también todos los récords de paro. Lamentable.
Por todo ello, me da mucha pena ver a chicos jóvenes deambulando por todos sitios o a esos padres de familia jóvenes sin ninguna esperanza de encontrar trabajo por mal pagado que esté. Ahora comprendo que, pese a haber tenido que emigrar a otra tierra, nuestra generación fue mucho más afortunada en el tema del trabajo. Espero –y Dios lo quiera- que esta situación cambie y que muy pronto puedan encontrar un empleo con el que retomar el rumbo de sus vidas.
JUAN NAVARRO COMINO