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Mujeres, hombres, bíceps y berzas

La idiotización de la población es un proceso interesado que se lleva a cabo desde dos focos principales: la política y la televisión. Tengan en cuenta que mientras mayor sea el grado de idiotización de una comunidad, más fáciles serán de manipular sus individuos. Por otro lado, la insana costumbre de pensar nos convierte en individuos peligrosos, no conformistas, de esos que exigen una explicación que muy pocos, por no decir nadie, está dispuesto a dar.

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No hay que bucear mucho en la parrilla televisiva para toparnos con programas con alto índice idiotizador aunque, entre todos ellos, merece una mención especial el clásico de Telecinco titulado Mujeres y Hombres y Viceversa. Vaya por delante que cada cual tiene libertad para ofrecer la basura que quiera: por suerte para él, siempre habrá alguien dispuesto a comprársela; el problema llega cuando nuestros jóvenes toman como modelo de comportamiento el que se ofrece en espectáculos de este tipo.

Para aquel que aún no haya tenido la suerte de toparse con este engendro televisivo, el programa en cuestión consiste en que un afortunado (o afortunada), llamado "tronista" (dícese del que ocupa un trono, palabra que, por cierto, no está incluida en el Diccionario de la Real Academia Española) se deja querer por un número determinado de pretendientas (o pretendientes) que, programa tras programa, luchan por ganar su amor –por llamarlo de alguna forma-.

Como en un desfile de pavos reales, las cualidades que se muestran son puramente físicas: ellos, tatuados, de pectorales marcados, bíceps prominentes, depilado integral y ESO a medio acabar; ellas, de pechos voluptuosos –aunque sin llegar al nivel de la (sic) "tecnología de tetas bamboleantes"-, maquillaje de a kilo y falda a pocos centímetros de su órgano genital.

Las conversaciones no tienen desperdicio, así como el vocabulario que emplean, que tiene las palabras justas para lograr el entendimiento humano. El asunto llegaría incluso a la categoría de experimento sociológico, argumento empleado por Gran Hermano para justificar su existencia, si no fuera porque la mayoría de los Jonathan y las Vanesas que asisten al programa se conocen ya de antemano del mundo de la noche y plantean, en cada entrega diaria, un espectáculo pactado al más puro estilo Sálvame o De buena ley.

Y ¿qué? ¿No? ¡Pues no lo veas! El problema es que resulta espeluznante el número de adolescentes que toman como objetivo el convertirse en tronista o en habitante de la casa. Y luego llegas tú y les dices que no, y les intentas inculcar la cultura del esfuerzo.

Y más tarde, cuando llegan los 70 por ciento de suspensos en Lengua, cuando el fracaso escolar nos sitúa casi en el tercer mundo educativo nos preguntamos por qué, y miramos al sistema, que está mal; y miramos a los profesores, que también. Algunos pocos miran a los padres. Pero ¿quién mira a la televisión? Idiotización completada.

PABLO POÓ
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