Dice alguna gente que, a cierta edad, después de los cuarenta, la mujer se hace más invisible; que su protagonismo en la escena de la vida declina y que se vuelven como inexistentes para este mundo, en el que solo cabe el ímpetu de los años jóvenes.
Yo conozco a una mujer amiga mía que no piensa así y estoy en que la mayoría de las féminas son de su misma opinión. Días atrás se preguntaba, con mucho ahínco, si no se habría vuelto invisible para el resto del mundo. "Es muy probable", afirmaba, para añadir no obstante que "hasta hoy nunca fui tan consciente de mi existencia; nunca me sentí tan protagonista de mi vida; y nunca disfruté tanto de cada momento como ahora.
Ahora sé que no soy la princesa del cuento de hadas y que no necesito que me venga a salvar un príncipe azul en su caballo blanco, porque no soy princesa, ni vivo en una torre, ni tengo a un dragón que me esté custodiando.
Hoy me reconozco mujer capaz de amar a mi esposo; de amar intensamente a mis hijos. Sé que puedo dar sin pedir, pero también sé que no tengo que hacer nada que me haga sentir mal. Por fin encontré al ser humano que sencillamente soy: con sus miserias y con sus grandezas.
Descubrí por mí misma –y me puedo permitir el lujo de decirlo- que no soy perfecta. Pero, lo mismo que estoy llena de defectos, que tengo muchas debilidades, que me equivoco, que no soy capaz de responder a las expectativas de los demás o que hago incluso algunas cosas indebidas, a pesar de todo ello, me siento bien.
Y es que, a pesar de todo –y por si fuera poco- me siento querida por mucha gente que me respeta y me quiere como soy. Así: un poco loca, algo mandona y, muchas veces, también terca.
Pero, de igual manera, soy cariñosa, habladora y besucona. Y, a veces, por algún motivo, tengo bajones y me pongo triste y sufro momentos de esos en los que me pongo con mi cara larga, con un aire muy pensante y me da por ponerme a llorar. Soy así y lo reconozco.
Cuando me miro al espejo y me contemplo ya no veo ni busco a la que fui en el pasado, tan jovial y resplandeciente. Sonrío a la persona que soy hoy, me alegro mucho del camino andado y asumo mis errores, que son muchos.
¡Qué bien! Por fin ya aprendí a tener paciencia, pues siempre he sido una impaciente y esto, muchas veces, me ha traicionado. El ser humano tarda mucho en madurar aunque, según dicen, las mujeres tardamos mucho menos.
Hoy sé que solo Dios Nuestro Señor es responsable de mi felicidad, que disfruto a raudales. Y sé que la vida es bella pues con la ayuda de Dios y de la Virgen María me siento inmensamente feliz.
Y vivo la vida así como es: bonita y preciosa, con sus altos y bajos y con sus amores y desamores. Solo quiero dejarla correr: no quiero nada para mí, solo quiero lo que verdaderamente merezca. Y es que ya he aprendido que Dios Nuestro Señor está en mi camino, expectante y conduciéndome hacia el bien.
Antes cuidaba que los demás no hablaran mal de mí. Entonces, de esta manera, me portaba como los demás querían y mi conciencia me censuraba. A veces no haces nada porque no puedes hacer mucho, pero siempre piensas que más vale que hagas algo.
Si quieres dar a tu vida sana eficacia, cambia tu voluntad por la infinita voluntad de Dios. Él cambiará tus mezquindad y tus fuerzas por su omnipotencia infinita".
A todas las mujeres montillanas, con mucho afecto.
Yo conozco a una mujer amiga mía que no piensa así y estoy en que la mayoría de las féminas son de su misma opinión. Días atrás se preguntaba, con mucho ahínco, si no se habría vuelto invisible para el resto del mundo. "Es muy probable", afirmaba, para añadir no obstante que "hasta hoy nunca fui tan consciente de mi existencia; nunca me sentí tan protagonista de mi vida; y nunca disfruté tanto de cada momento como ahora.
Ahora sé que no soy la princesa del cuento de hadas y que no necesito que me venga a salvar un príncipe azul en su caballo blanco, porque no soy princesa, ni vivo en una torre, ni tengo a un dragón que me esté custodiando.
Hoy me reconozco mujer capaz de amar a mi esposo; de amar intensamente a mis hijos. Sé que puedo dar sin pedir, pero también sé que no tengo que hacer nada que me haga sentir mal. Por fin encontré al ser humano que sencillamente soy: con sus miserias y con sus grandezas.
Descubrí por mí misma –y me puedo permitir el lujo de decirlo- que no soy perfecta. Pero, lo mismo que estoy llena de defectos, que tengo muchas debilidades, que me equivoco, que no soy capaz de responder a las expectativas de los demás o que hago incluso algunas cosas indebidas, a pesar de todo ello, me siento bien.
Y es que, a pesar de todo –y por si fuera poco- me siento querida por mucha gente que me respeta y me quiere como soy. Así: un poco loca, algo mandona y, muchas veces, también terca.
Pero, de igual manera, soy cariñosa, habladora y besucona. Y, a veces, por algún motivo, tengo bajones y me pongo triste y sufro momentos de esos en los que me pongo con mi cara larga, con un aire muy pensante y me da por ponerme a llorar. Soy así y lo reconozco.
Cuando me miro al espejo y me contemplo ya no veo ni busco a la que fui en el pasado, tan jovial y resplandeciente. Sonrío a la persona que soy hoy, me alegro mucho del camino andado y asumo mis errores, que son muchos.
¡Qué bien! Por fin ya aprendí a tener paciencia, pues siempre he sido una impaciente y esto, muchas veces, me ha traicionado. El ser humano tarda mucho en madurar aunque, según dicen, las mujeres tardamos mucho menos.
Hoy sé que solo Dios Nuestro Señor es responsable de mi felicidad, que disfruto a raudales. Y sé que la vida es bella pues con la ayuda de Dios y de la Virgen María me siento inmensamente feliz.
Y vivo la vida así como es: bonita y preciosa, con sus altos y bajos y con sus amores y desamores. Solo quiero dejarla correr: no quiero nada para mí, solo quiero lo que verdaderamente merezca. Y es que ya he aprendido que Dios Nuestro Señor está en mi camino, expectante y conduciéndome hacia el bien.
Antes cuidaba que los demás no hablaran mal de mí. Entonces, de esta manera, me portaba como los demás querían y mi conciencia me censuraba. A veces no haces nada porque no puedes hacer mucho, pero siempre piensas que más vale que hagas algo.
Si quieres dar a tu vida sana eficacia, cambia tu voluntad por la infinita voluntad de Dios. Él cambiará tus mezquindad y tus fuerzas por su omnipotencia infinita".
A todas las mujeres montillanas, con mucho afecto.
JUAN NAVARRO COMINO