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Cada rabo con su cereza

En este país le están poniendo su rabo a cada cereza. Anda cada cual a su aire bailando al son que se le antoja, de modo que es difícil diferenciar una fruta de otra, un problema de un capricho, la buena fe de la mala leche. Siempre hubo un botón para cada ojal, y un ascua para cada sardina. Ahora, cada día, nos venden las cerezas sin rabo.

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Las cerezas sin rabo son mercancía de segundo orden. En los restaurantes más prestigiosos siempre sirven de postre cerezas con rabo, postre único donde los haya. Una cereza sin rabo es como una feria sin dineros o como un verso sin poeta, si se quiere ser más literario.

Las cerezas sin rabo se venden a más bajo precio en los mercados. España es un país en el que las cerezas han perdido su rabo, y ahora que nos hemos percatado, andamos todos buscando los rabos extraviados de la desdicha. El rabo en la cereza es como el rabo en el ser humano: o se tiene o no se tiene. O se tienen cojones o no se tienen. Y al carajo las metáforas.

Las cerezas sin rabo son una metáfora de España. Anda ahora todo desteñido con las expectativas que nos ofrecen la crisis económica y la crisis de valores. Dos por una, como en las grandes superficies. Nadie se atreve a dar una mano de pintura a la fachada de casa con este ir y venir de gentes por todas partes.

Yo llevo ya unos días poniendo el rabo a cada cereza. El problema radica, no obstante, en los rabos que nos meten cada día. Nos levantamos con la prima de riesgo y nos acostamos con el riesgo de la prima, pero sin la prima, haciendo el primo mientras el gobierno intenta traducir los números primos que descifra a su modo, siempre en perjuicio de los débiles, sin otro prisma que prime en sus observaciones a la hora de descuartizar ya moribundo a este país acorralado.

Ahora sé, gracias a Rajoy, de la utilidad del sueldo de tanto funcionario, de las pagas extras de Navidad con las que soñamos viajar a Brasil para beber uvas fermentadas la Nochevieja metidos en tus brazos como niños indefensos. Sé ahora que los desempleados y parados de este país lo serán para siempre, que crecerán los desdichados incapaces de gritar quién debería pagar todo estos desvaríos y que no fueran siempre los mismos. Ahora sé que a los pensionistas les hemos prolongado la vida y le hemos achicado el sueldo y la felicidad que buscaban para apagar sus últimos días.

Ahora sé que la sociedad del bienestar era la utopía que llegamos a oler como cuando cruzamos la calle y nos llega a la nariz el aroma del pan recién horneado. Sé también que todo no se puede quedar así, que ya no estamos indignados, que posiblemente estemos hasta los cojones y hasta los ovarios, según quién. En fin, que la siesta se acabó y nos han echado de la cama y andamos extraviados en nuestra propia identidad de hijos desheredados.

Éstos no son tiempos para andárselas con chiquitas, pero tampoco se entiende muy bien en qué andarán metidos los trabajadores de este gremio y del otro para no entender que la situación que se atraviesa nos atañe a todos, incluso a quienes gozan en tiempos de estrecheces de unos sueldos que no se justifican ni por la mucha o muchísima responsabilidad en sus puestos de trabajo o de su acomodo laboral.

Hay que aprender a comprar cerezas con rabo para que no nos vendan el rabo por liebre. Andan estos tiempos tan confundidos que a menos que te descuides te ponen el rabo en el autobús, en la empresa, en la nómina, en la cama.

No están los tiempos tampoco para ir arrastrándose por las paredes eludiendo al enemigo o al frívolo. Que de todo hay en el mercado de Dios. Aunque la Iglesia mire para otro lado cuando la prensa sacude el pasado de los pederastas y la Iglesia oculta y justifica a los pederastas y a los maricones que juraron o prometieron evadirse del sexo, como si eso fuera posible. Anda el mundo con los rabos en alza, sin saber cada cual qué rabo es el suyo o a qué rabo atender, ahora que todos tienen la vocación encendida.

Como digo, las cerezas son ahora la metáfora de España. En cualquier parte te venden las cerezas sin rabo, y así andan los rabos por ahí sueltos. Éste es un país de rabos sin dueño que buscan su cereza extraviada o confundida. Llevamos ya cada cual unos meses, o años tal vez, poniendo los rabos a nuestras cerezas por miedo o previsión a que nos vendan otros rabos que no sean los nuestros y no les vengan a las cerezas como una prolongación natural de la vida.

Así que lo mejor será no desesperar frente a circunstancias ajenas. La vida nos ofrece la posibilidad de comer otras frutas, pero todo postre que se precie siempre viene sujeto a su rabo. Después, claro, cuando despiertas del sopor que genera toda buena celebración, encuentras los supermercados ahítos de cerezas sin rabo, de cerezas de baja calidad que maduran sin fortuna.

Andamos ahora todos poniendo el rabo a las cerezas, no solo por una cuestión estética, que también lo es, sino sobre todo porque después de todo no nos gusta encontrar rabos revueltos por doquier, como si éstos fueran tiempos de rabos sin atar. Y ahí es donde siempre acabamos, en la duda y en la convicción de si todo en esta vida hay que hacerlo con el rabo entre las piernas o si hay que tener rabo suficiente para hacer frente a las inclemencias que nos ofrece el momento, que no son pocas.

En fin, allá cada cual con su rabo, en este tiempo que nos están enculando bien y a medida. A ver si espabilamos de una vez antes de que los últimos sueños solo alcancen a ser esa pesadilla que nadie quiso advertir en ese horizonte que otros nos robaron para siempre.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
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