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Segregación

Coja un concepto, una idea cualquiera. Ahora exprésela con una palabra lo más peyorativa posible; mientras más carga negativa tenga, mejor. ¿Ya? ¡Felicidades! Tenga por seguro de que ya nadie la considerará una buena idea. En el campo de la educación (es decir, en el ámbito, aunque cada día parezca más un campo al aire libre), un día alguien tuvo la feliz idea de separar a los alumnos en función de sus capacidades. Con esto se conseguía homogeneizar el grado de conocimientos de una clase de manera que no existieran abismales diferencias entre el nivel educativo de los alumnos.

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Todos salíamos ganando: los alumnos porque conseguían una educación adaptada a las necesidades específicas de su clase; y los profesores porque ya no tenían que recurrir al don de la ubicuidad para atender a alumnos que prácticamente no saben leer y que comparten clase con otros que ya son capaces de analizar oraciones subordinadas.

Sin embargo, a un político que pasaba por allí, le dio miedo de que las cosas se hiciesen bien sin su inútil colaboración y decidió echar por tierra todo el trabajo con la invención del término maldito: "segregación". Ahora mismo no es ni siquiera legal hacer eso.

Si algún día le da por visitar el instituto de su hijo otro día que no sea el de la recogida de notas, y se interesa por conocer cuál es la composición de su clase, se dará cuenta de que lo normal es que haya hasta tres niveles distintos.

Por un lado, los alumnos con más capacidades, los grandes olvidados del sistema. Es fácil reconocerlos, son los que se aburren en las clases mientras explicas por cuarta vez un concepto que ellos han entendido a la primera y los que ven coartado su progreso académico en función del bien de la mayoría.

Encontrará después un grupo más numeroso de alumnos con nivel medio. Estos son los que en otros tiempos hubieran sido los del nivel académico más bajo, pero “in E.S.O progresitas” y, a costa de entregar el Graduado a alumnos con cada vez menos nivel académico, hemos conseguido reflotar unos resultados de fracaso escolar que hacían agua por doquier.

Y, finalmente, el pelotón de cola, compuesto por una amalgama de casos particulares muy diversa: alumnos con problemas personales que inciden en su nivel académico y en su comportamiento, otros diagnosticados con problemas de atención u algún otro tipo de problema similar, vagos congénitos, maleantes, “objetores escolares” (tengo que confesar que este término me encanta)...

Son los que marcan el ritmo de la clase y reciben las atenciones preferentes de las consejerías de Educación: adaptaciones curriculares, programas de diversificación, programas de cualificación profesional inicial, programas de repetidores, promociones automáticas de curso…

El día en el que para la elaboración de las leyes educativas se cuente con profesores en activo en lugar de con políticos de dudosa formación profesional, pedagogos de a kilo que nunca se han puesto delante de treinta alumnos, o entendidos en educación cuyas manos nunca han estado manchadas con el polvo blanco de una tiza, entonces, y sólo entonces, veremos la luz al final del túnel. Hasta entonces aún queda mucho por destrozar todavía.

PABLO POÓ
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