La columna de esta semana surge por el deseo de hablar de cómo determinados círculos políticos, bancarios y especímenes varios, difíciles de clasificar, se están columpiando en nuestras narices y sacando partido en su propio provecho. El hacer referencia a bichitos pululantes en nuestro medio es solo a nivel dialectico-comparativo. ¡Pulgones y tiñas!
Hay una retahíla de enfermedades que estaban erradicadas unas y controladas otras en el mundo occidental. Eficaces medidas sanitarias, continuadas revisiones del personal, control de vacunas… han dado como resultado una saludable situación sanitaria.
La persistente presencia de piojos de los años cuarenta o cincuenta, las chinches, las pulgas fueron poco a poco desterradas de nuestro entorno. En la España que emergía de la miseria, tras un dilatado periodo, pasada la Guerra Civil, también descendían toda una serie de problemas sanitarios acarreados por la constante presencia de dichos bichitos y algunas enfermedades contagiosas.
Metidos ya en el siglo XXI, estamos ante un serio retroceso sanitario como consecuencia de un severo aumento de la pobreza, entre otras de las tantas causas que pueden dar paso a este parasitario resurgimiento. Tuberculosis, variadas enfermedades de transmisión sexual, sarna… están rebrotando después de haber sido casi erradicadas. Otras, como el sida o la malaria, persisten.
Dicen los expertos que la preocupante aparición de dichos animalitos y de las diversas enfermedades es debida al trasiego de personas como consecuencia del turismo y de la mayor movilidad humana. Puede ser.
Hay que señalar que en muchos países de África y Sudamérica esas situaciones sanitarias no están controladas. Debemos ser conscientes de que lo que ocurra en cualquier parte del planeta repercutirá en nuestro entorno.
Las pendencieras chinches han aparecido en habitaciones de hoteles lo cual indica que o hay poca limpieza o este parásito se ha vuelto tozudamente resistente. Todavía recuerdo cuando los vecinos, en las calurosas noches de verano, se sentaban a la puerta de las casas haciendo un rato de tertulia y a la espera de que refrescara un poco para irse a dormir.
Las sillas de enea era un magnífico escondite para las chinches. Los irritantes picotazos te acribillaban las pantorrillas. Bien es cierto que sentías un placer sádico cuando conseguías aplastar alguna de ellas que ya estaba preñada de tu sangre. ¡Viejos recuerdos del Llanete de la Cruz!
Y no hablemos de las pulgas, esos bichitos que saltan como demonios y que no existe forma humana de deshacerse de ellas. Parece ser que existen unas 1.900 especies de esta diminuta fauna. Entre los animales domésticos, perros y gatos son los huéspedes más mimados para ellas.
Indudablemente, estamos rodeados de animales de compañía que, al menor descuido por nuestra parte, pueden ser parasitados. El asalto a la geografía de los humanos es fácil. Desde luego, no respetan a las personas pues su sangre también es chupable y debe estar ¡rica rica! para ellas.
Las pulgas pueden transmitirnos enfermedades aunque no es frecuente. Piernas, pies y tobillos son lugares apetecibles para su faena. La picadura produce fuerte picazón y un irresistible deseo de rascarse. ¡Craso error! Hay que resistirse a dicho placer-tortura.
Otra de las plagas de nuestra infancia eran los piojos. Iban y venían con nosotros a la escuela aunque creo que no aprendieron nada. Nuestras cabezas apestaban a vinagre. No estaba de moda ir con la cabeza rapada por dos razones: una, porque ibas “cantando” a los cuatro vientos que tu chola era un “semoviente”; y otra, más ácida, porque aún persistían amargos recuerdos.
La pediculosis es una infestación tan vieja como la Humanidad. Se conocen fósiles de liendres de hace más de 10.000 años. Los piojos se contagian por contacto directo y afectan a muchas personas en todo el mundo.
Las cucarachas invaden de cuando en cuando nuestro territorio. Que se lo digan a la barriada de El Molinillo en estos días. Cucarachas ha habido siempre en mayor o menor proporción. Las nativas eran un tipo de cucaracha negra no muy grande que correteaba sobre todo por las cocinas. Las de ahora son grandotas, rojas y mucho más voladoras que las autóctonas. Parece ser que esta variedad ha llegado a la Península con los barcos madereros, posiblemente de América y Australia y, poco a poco, nos ha colonizado.
Luego están una caterva de animales traídos de otras latitudes: peces, pájaros, tortugas, cangrejos o mejillones así como algún que otro tipo de reptil y que se están apoderando de los espacios y anulando a las especies autóctonas.
Entre ellos destaca el siluro, un pez invasor que se ha establecido entre nosotros. En el cercano embalse de Iznajar pescaban un ejemplar joven en noviembre pasado lo que, según los entendidos, indicaba que hay más pobladores de esta clase en dicho pantano. El Guadalquivir tampoco se libra de ellos.
Pudiendo ser un serio peligro para las especies autóctonas del rio, los pescadores puede que defiendan su existencia pues capturar un ejemplar adulto debe dar mucho morbo. El Real Decreto 1628/2011 de 14 de noviembre prohíbe esta especie invasora. Pero ¿quién le pone puertas al campo?
Lo que sí ha venido de turista son determinadas especies de animales como la cotorra argentina que está invadiendo nuestros parques y, de paso, depredando los nidos de especies voladoras más pequeñas como los ariscos y, a la par, domésticos gorriones.
Pero yo quería hablar de otra clase de parásitos que han prosperado con la Democracia: políticos arribistas y chupadores de presupuestos públicos, asesores de cargos oficiales, liberados sindicales, en crecido número que viven de no dar un palo al agua, aunque los sindicatos los defiendan a capa y espada. "Amor de padres" se llama ese fino ademán de defensa.
Enchufados a dedo en las distintas autonomías, empleados de las diversas empresas paraestatales que están colocados porque su mérito es ser amigo del político de turno o militante del partido gobernante. Ese tipo de parásitos han aumentado enormemente en los últimos años y al socaire de la crisis sociolaboral en la que estamos inmersos.
Ese espécimen de parásitos bípedos, “paniaguados” en sus distintas subespecies, abundan por doquier y crecen como moscas y pican cual mosquitos trompeteros. Recuerden que solo de políticos parece ser que hay censados unos 450.000 aproximadamente.
En esta clase de chupasangres hay diversas categorías. Primero están los que sabemos que nos van a engañar. De otro lado, los que nos prometen el cielo y nos quitan la tierra. Finalmente, los que no dicen nada pero van erre que erre a la suya. Este último grupo lo pueden integrar desde el conocido alcalde de turno al oscuro asesor puesto a dedo por el cacique electo.
Son del genero doméstico y elegidos por nosotros cada cierto tiempo, aún a sabiendas que nos van a resultar “ranas”. A esta especie que, para entendernos, calificaremos con el nombre de "chupóptera" no le he encontrado características claramente definitorias en el diccionario. Tengo entendido que dichos chupópteros consiguen que sus presas se sientan culpables de la situación cuando, en realidad, es todo lo contrario.
Para terminar esta atípica columna, os recomiendo que echéis una ojeada al periódico digital Sueldos públicos. En él aparece toda una colección de dípteros –por lo que pican- y afanípteros -por lo que afanan- , digna de tenerse en cuenta. Confieso que ha absorbido algunas horas de mi tiempo, su instructivo e informativo contenido.
Hay una retahíla de enfermedades que estaban erradicadas unas y controladas otras en el mundo occidental. Eficaces medidas sanitarias, continuadas revisiones del personal, control de vacunas… han dado como resultado una saludable situación sanitaria.
La persistente presencia de piojos de los años cuarenta o cincuenta, las chinches, las pulgas fueron poco a poco desterradas de nuestro entorno. En la España que emergía de la miseria, tras un dilatado periodo, pasada la Guerra Civil, también descendían toda una serie de problemas sanitarios acarreados por la constante presencia de dichos bichitos y algunas enfermedades contagiosas.
Metidos ya en el siglo XXI, estamos ante un serio retroceso sanitario como consecuencia de un severo aumento de la pobreza, entre otras de las tantas causas que pueden dar paso a este parasitario resurgimiento. Tuberculosis, variadas enfermedades de transmisión sexual, sarna… están rebrotando después de haber sido casi erradicadas. Otras, como el sida o la malaria, persisten.
Dicen los expertos que la preocupante aparición de dichos animalitos y de las diversas enfermedades es debida al trasiego de personas como consecuencia del turismo y de la mayor movilidad humana. Puede ser.
Hay que señalar que en muchos países de África y Sudamérica esas situaciones sanitarias no están controladas. Debemos ser conscientes de que lo que ocurra en cualquier parte del planeta repercutirá en nuestro entorno.
Las pendencieras chinches han aparecido en habitaciones de hoteles lo cual indica que o hay poca limpieza o este parásito se ha vuelto tozudamente resistente. Todavía recuerdo cuando los vecinos, en las calurosas noches de verano, se sentaban a la puerta de las casas haciendo un rato de tertulia y a la espera de que refrescara un poco para irse a dormir.
Las sillas de enea era un magnífico escondite para las chinches. Los irritantes picotazos te acribillaban las pantorrillas. Bien es cierto que sentías un placer sádico cuando conseguías aplastar alguna de ellas que ya estaba preñada de tu sangre. ¡Viejos recuerdos del Llanete de la Cruz!
Y no hablemos de las pulgas, esos bichitos que saltan como demonios y que no existe forma humana de deshacerse de ellas. Parece ser que existen unas 1.900 especies de esta diminuta fauna. Entre los animales domésticos, perros y gatos son los huéspedes más mimados para ellas.
Indudablemente, estamos rodeados de animales de compañía que, al menor descuido por nuestra parte, pueden ser parasitados. El asalto a la geografía de los humanos es fácil. Desde luego, no respetan a las personas pues su sangre también es chupable y debe estar ¡rica rica! para ellas.
Las pulgas pueden transmitirnos enfermedades aunque no es frecuente. Piernas, pies y tobillos son lugares apetecibles para su faena. La picadura produce fuerte picazón y un irresistible deseo de rascarse. ¡Craso error! Hay que resistirse a dicho placer-tortura.
Otra de las plagas de nuestra infancia eran los piojos. Iban y venían con nosotros a la escuela aunque creo que no aprendieron nada. Nuestras cabezas apestaban a vinagre. No estaba de moda ir con la cabeza rapada por dos razones: una, porque ibas “cantando” a los cuatro vientos que tu chola era un “semoviente”; y otra, más ácida, porque aún persistían amargos recuerdos.
La pediculosis es una infestación tan vieja como la Humanidad. Se conocen fósiles de liendres de hace más de 10.000 años. Los piojos se contagian por contacto directo y afectan a muchas personas en todo el mundo.
Las cucarachas invaden de cuando en cuando nuestro territorio. Que se lo digan a la barriada de El Molinillo en estos días. Cucarachas ha habido siempre en mayor o menor proporción. Las nativas eran un tipo de cucaracha negra no muy grande que correteaba sobre todo por las cocinas. Las de ahora son grandotas, rojas y mucho más voladoras que las autóctonas. Parece ser que esta variedad ha llegado a la Península con los barcos madereros, posiblemente de América y Australia y, poco a poco, nos ha colonizado.
Luego están una caterva de animales traídos de otras latitudes: peces, pájaros, tortugas, cangrejos o mejillones así como algún que otro tipo de reptil y que se están apoderando de los espacios y anulando a las especies autóctonas.
Entre ellos destaca el siluro, un pez invasor que se ha establecido entre nosotros. En el cercano embalse de Iznajar pescaban un ejemplar joven en noviembre pasado lo que, según los entendidos, indicaba que hay más pobladores de esta clase en dicho pantano. El Guadalquivir tampoco se libra de ellos.
Pudiendo ser un serio peligro para las especies autóctonas del rio, los pescadores puede que defiendan su existencia pues capturar un ejemplar adulto debe dar mucho morbo. El Real Decreto 1628/2011 de 14 de noviembre prohíbe esta especie invasora. Pero ¿quién le pone puertas al campo?
Lo que sí ha venido de turista son determinadas especies de animales como la cotorra argentina que está invadiendo nuestros parques y, de paso, depredando los nidos de especies voladoras más pequeñas como los ariscos y, a la par, domésticos gorriones.
Pero yo quería hablar de otra clase de parásitos que han prosperado con la Democracia: políticos arribistas y chupadores de presupuestos públicos, asesores de cargos oficiales, liberados sindicales, en crecido número que viven de no dar un palo al agua, aunque los sindicatos los defiendan a capa y espada. "Amor de padres" se llama ese fino ademán de defensa.
Enchufados a dedo en las distintas autonomías, empleados de las diversas empresas paraestatales que están colocados porque su mérito es ser amigo del político de turno o militante del partido gobernante. Ese tipo de parásitos han aumentado enormemente en los últimos años y al socaire de la crisis sociolaboral en la que estamos inmersos.
Ese espécimen de parásitos bípedos, “paniaguados” en sus distintas subespecies, abundan por doquier y crecen como moscas y pican cual mosquitos trompeteros. Recuerden que solo de políticos parece ser que hay censados unos 450.000 aproximadamente.
En esta clase de chupasangres hay diversas categorías. Primero están los que sabemos que nos van a engañar. De otro lado, los que nos prometen el cielo y nos quitan la tierra. Finalmente, los que no dicen nada pero van erre que erre a la suya. Este último grupo lo pueden integrar desde el conocido alcalde de turno al oscuro asesor puesto a dedo por el cacique electo.
Son del genero doméstico y elegidos por nosotros cada cierto tiempo, aún a sabiendas que nos van a resultar “ranas”. A esta especie que, para entendernos, calificaremos con el nombre de "chupóptera" no le he encontrado características claramente definitorias en el diccionario. Tengo entendido que dichos chupópteros consiguen que sus presas se sientan culpables de la situación cuando, en realidad, es todo lo contrario.
Para terminar esta atípica columna, os recomiendo que echéis una ojeada al periódico digital Sueldos públicos. En él aparece toda una colección de dípteros –por lo que pican- y afanípteros -por lo que afanan- , digna de tenerse en cuenta. Confieso que ha absorbido algunas horas de mi tiempo, su instructivo e informativo contenido.
PEPE CANTILLO