En esta vida que vivimos no todo el mundo tiene la misma suerte: hay personas muy emprendedoras pero, por circunstancias de la vida, tienen muy mala suerte y, a pesar de eso, no se arrugan ni se rinden y comienzan de nuevo. Hace unos días me contaba un joven su experiencia con mucha pena.
Se trata de una persona cien por cien trabajadora y emprendedora: un buscavidas, como se suele decir. De oficio, decorador; con estudios y muy preparado. Trabajaba en una planta de Porcelanosa en Barcelona y, como era bueno en su trabajo, fueron a buscarlo de otra empresa en expansión, que supo de sus extraordinarios diseños.
La verdad es que no pudo rechazar la oferta, ya que le doblaban el sueldo y, además, le permitían visitar ferias en el extranjero, incrementando sus conocimientos y, por qué no decirlo, también su caché. Con el tiempo, esta empresa se expandió y montaron una nueva nave de exposición en un polígono cerca de Tarrasa, encargando a este joven el diseño de baños y cocinas de alto standing.
Me contaba que tuvo mucho trabajo, tanto por lo complicado como por la responsabilidad, pero todo fue colmado con felicitaciones y parabienes el día de su inauguración oficial, a la que asistió la créme de la créme del ramo.
Todo parecía ir sobre ruedas. De hecho, le vino a buscar otra empresa que se dedicaba a la restauración de bloques de pisos y le ofrecieron de todo: un sueldo mejor y, además, participación en la empresa como socio.
Al principio la cosa iba fantástica pero, sin embargo, se dio cuenta de los problemas cuando ya era demasiado tarde. Y es que uno de los socios era un mafioso sin escrúpulos que sólo buscaba las ganancias que ocultaba a sus otros socios.
El caradura trabajaba como relaciones públicas de la firma, sin dar un palo al agua, pues con el cuento de las gestiones en los bancos se pasaba todo el día en la calle. Mi amigo, por su parte, se encargaba del diseño del material, de las compras e, incluso, cuando faltaba algún trabajador, era el primero en arrimar el hombro pues, por suerte, estaba preparado para hacer de todo: lo mismo diseñaba una cocina que ayudaba a los operarios a montarla.
Era tal el ahínco y la constancia en su trabajo que no se percató de la poca vergüenza de sus "compañeros". Así, cuando explotó la maldita burbuja inmobiliaria, a este amigo le cogió de lleno pues el socio mafioso que había llenado el banco de pagarés –y no se preocupó ni puso interés en que se los cubrieran- se salió por la tangente, dejando solos y al descubierto a sus hasta entonces colaboradores. Con el culo al aire, es decir, en la ruina más absoluta.
Por si fueran pocos los problemas, aparecieron los bancos que, cuando no dispones de efectivo ni de patrimonio y tu liquidez es nula, no admiten ninguna negociación. Por ello, mi amigo tuvo que despedir a sus trabajadores, con el correspondiente finiquito, mientras él, como autónomo, no tenía derecho a paro.
Se quedó sin nada porque, para más inri, el tercer socio que quedaba se largó con toda la maquinaria, dejando el local vacío. Y claro, siguieron llegando los problemas y la pelota se iba haciendo más y más grande…
Comenzaron a llegar los embargos y una casa que tenía en propiedad acabó en manos de una entidad financiera, arrastrando consigo a todos los familiares que le habían avalado. Así, sin haber dejado de trabajar desde los 16 años, se encontraba ahora con 38 años, sin casa, sin dinero, sin trabajo y con un cajón lleno de pagarés que subían a velocidad de vértigo, dado que eran imposibles de cobrar.
Tras conocer en vivo y en directo este gran problema, me surgió una duda: ¿hacen algo los políticos por solucionar este problema de la morosidad de los pagarés? Déjenme que les responda: ¡Nada, señores! ¡No hacen nada! Y, precisamente, por este tema hay muchas familias españolas que están en la ruina total, mientras los políticos no mueven ni un dedo.
Eso sí, aquí en Cataluña tenemos que pagar un euro por cada receta que expiden y ¡a callar! después de toda una vida cotizando. Sin embargo, por desgracia, siempre es a los mismos a los que nos toca apechugar...
Como pueden imaginar, el joven de esta historia lo pasó muy mal. Padre de familia y en paro, se sintió desesperado ante tanto infortunio pero, como reza el título de esta columna, luchando contra lo imposible, no quiso rendirse y, a base de constancia, logró salir adelante.
Mi amigo está ahora de comercial en una gran empresa y aunque me confesaba que no se podrá recuperar jamás del traspiés tan grande que le tocó sufrir, no va a cejar en el empeño y a él no le va a ganar nadie en constancia y trabajo, como toda su vida ha hecho, y con la esperanza de que la burbuja inmobiliaria que le explotó algún día le devuelva, a base de trabajo, algo de lo mucho que perdió.
Es probable que haya alguien que piense que este joven fue un descuidado por no darse cuenta a tiempo de los problemas que le acuciaban. Es probable. Pero es triste que no baste en este mundo con andar de buena fe y con trabajo para poder prosperar sino que, para muchos, sea necesario ser sinvergüenzas.
Y es que ha habido muchos empresarios honrados y cabales que han tenido mala suerte y que han terminado arrastrando a su familia a la ruina total. Mientras, otros que no han dado jamás un palo al agua, sin escrúpulos ningunos, se han hecho multimillonarios, dando la sensación de que a los sinvergüenzas y a los mafiosos les acompaña la suerte en este país de vividores y políticos nefastos.
¿Y dónde nos dejamos los bancos? Cuando las cosas te funcionan y ellos sacan sus buenos beneficios, te tienden la alfombra. Pero, amigo, como las circunstancias fallen, no te preocupes que tardan diez segundos en despellejarte como a un conejo. Por desgracia, la cosa está montada así y creo que no la van a cambiar por mucho que nos duela.
Se trata de una persona cien por cien trabajadora y emprendedora: un buscavidas, como se suele decir. De oficio, decorador; con estudios y muy preparado. Trabajaba en una planta de Porcelanosa en Barcelona y, como era bueno en su trabajo, fueron a buscarlo de otra empresa en expansión, que supo de sus extraordinarios diseños.
La verdad es que no pudo rechazar la oferta, ya que le doblaban el sueldo y, además, le permitían visitar ferias en el extranjero, incrementando sus conocimientos y, por qué no decirlo, también su caché. Con el tiempo, esta empresa se expandió y montaron una nueva nave de exposición en un polígono cerca de Tarrasa, encargando a este joven el diseño de baños y cocinas de alto standing.
Me contaba que tuvo mucho trabajo, tanto por lo complicado como por la responsabilidad, pero todo fue colmado con felicitaciones y parabienes el día de su inauguración oficial, a la que asistió la créme de la créme del ramo.
Todo parecía ir sobre ruedas. De hecho, le vino a buscar otra empresa que se dedicaba a la restauración de bloques de pisos y le ofrecieron de todo: un sueldo mejor y, además, participación en la empresa como socio.
Al principio la cosa iba fantástica pero, sin embargo, se dio cuenta de los problemas cuando ya era demasiado tarde. Y es que uno de los socios era un mafioso sin escrúpulos que sólo buscaba las ganancias que ocultaba a sus otros socios.
El caradura trabajaba como relaciones públicas de la firma, sin dar un palo al agua, pues con el cuento de las gestiones en los bancos se pasaba todo el día en la calle. Mi amigo, por su parte, se encargaba del diseño del material, de las compras e, incluso, cuando faltaba algún trabajador, era el primero en arrimar el hombro pues, por suerte, estaba preparado para hacer de todo: lo mismo diseñaba una cocina que ayudaba a los operarios a montarla.
Era tal el ahínco y la constancia en su trabajo que no se percató de la poca vergüenza de sus "compañeros". Así, cuando explotó la maldita burbuja inmobiliaria, a este amigo le cogió de lleno pues el socio mafioso que había llenado el banco de pagarés –y no se preocupó ni puso interés en que se los cubrieran- se salió por la tangente, dejando solos y al descubierto a sus hasta entonces colaboradores. Con el culo al aire, es decir, en la ruina más absoluta.
Por si fueran pocos los problemas, aparecieron los bancos que, cuando no dispones de efectivo ni de patrimonio y tu liquidez es nula, no admiten ninguna negociación. Por ello, mi amigo tuvo que despedir a sus trabajadores, con el correspondiente finiquito, mientras él, como autónomo, no tenía derecho a paro.
Se quedó sin nada porque, para más inri, el tercer socio que quedaba se largó con toda la maquinaria, dejando el local vacío. Y claro, siguieron llegando los problemas y la pelota se iba haciendo más y más grande…
Comenzaron a llegar los embargos y una casa que tenía en propiedad acabó en manos de una entidad financiera, arrastrando consigo a todos los familiares que le habían avalado. Así, sin haber dejado de trabajar desde los 16 años, se encontraba ahora con 38 años, sin casa, sin dinero, sin trabajo y con un cajón lleno de pagarés que subían a velocidad de vértigo, dado que eran imposibles de cobrar.
Tras conocer en vivo y en directo este gran problema, me surgió una duda: ¿hacen algo los políticos por solucionar este problema de la morosidad de los pagarés? Déjenme que les responda: ¡Nada, señores! ¡No hacen nada! Y, precisamente, por este tema hay muchas familias españolas que están en la ruina total, mientras los políticos no mueven ni un dedo.
Eso sí, aquí en Cataluña tenemos que pagar un euro por cada receta que expiden y ¡a callar! después de toda una vida cotizando. Sin embargo, por desgracia, siempre es a los mismos a los que nos toca apechugar...
Como pueden imaginar, el joven de esta historia lo pasó muy mal. Padre de familia y en paro, se sintió desesperado ante tanto infortunio pero, como reza el título de esta columna, luchando contra lo imposible, no quiso rendirse y, a base de constancia, logró salir adelante.
Mi amigo está ahora de comercial en una gran empresa y aunque me confesaba que no se podrá recuperar jamás del traspiés tan grande que le tocó sufrir, no va a cejar en el empeño y a él no le va a ganar nadie en constancia y trabajo, como toda su vida ha hecho, y con la esperanza de que la burbuja inmobiliaria que le explotó algún día le devuelva, a base de trabajo, algo de lo mucho que perdió.
Es probable que haya alguien que piense que este joven fue un descuidado por no darse cuenta a tiempo de los problemas que le acuciaban. Es probable. Pero es triste que no baste en este mundo con andar de buena fe y con trabajo para poder prosperar sino que, para muchos, sea necesario ser sinvergüenzas.
Y es que ha habido muchos empresarios honrados y cabales que han tenido mala suerte y que han terminado arrastrando a su familia a la ruina total. Mientras, otros que no han dado jamás un palo al agua, sin escrúpulos ningunos, se han hecho multimillonarios, dando la sensación de que a los sinvergüenzas y a los mafiosos les acompaña la suerte en este país de vividores y políticos nefastos.
¿Y dónde nos dejamos los bancos? Cuando las cosas te funcionan y ellos sacan sus buenos beneficios, te tienden la alfombra. Pero, amigo, como las circunstancias fallen, no te preocupes que tardan diez segundos en despellejarte como a un conejo. Por desgracia, la cosa está montada así y creo que no la van a cambiar por mucho que nos duela.
JUAN NAVARRO COMINO