La mayoría de las monarquías lo tenían peor. Al sucesor no lo nombraba el rey sino que, dinásticamente, la Corona pasaba a manos del primogénito, tuviese este las cualidades que tuviese, como en la Historia de España hemos tenido oportunidad de estudiar. Pero claro, nosotros no contamos con una monarquía simple y pura sino que nuestra Constitución establece, en su artículo 1, que nuestra forma política de Estado es la Monarquía parlamentaria.
¿Qué quiere decir ello? Pues que, al margen del monarca, en nuestro país existe otra estructura, de mucho más peso político, conformada por el parlamento y sustentada por los partidos políticos. Y hete aquí que si la monarquía se rige por una línea sucesoria, cómo iban a ser menos nuestros partidos y quienes se sitúan al frente de ellos.
De ahí que, al margen de estatutos y parafernalias, todos ellos procuren, aunque a veces no lo consigan, que la sucesión se establezca en su código interno de funcionamiento, eludiendo de todas las formas posibles la participación directa de las bases en el proceso de elección de líderes.
Es cierto que el centro-derecha español ha sido más proclive a este tipo de prácticas, pero tampoco la izquierda ha escapado de ellas, poniendo en práctica distintos tipos de subterfugios.
Les comento esto porque parece ser que se acaba de cerrar –estaba cerrado desde hace tiempo en la cabeza de Javier Arenas- el proceso de su sucesión al frente del Partido Popular de Andalucía (PP-A).
Y se ha vuelto a cerrar sin contar con las bases, sin tan siquiera haber establecido previamente una línea sucesoria, sino por la simple voluntad –hay quien comenta que María Dolores de Cospedal estaba en el ajo- del antecesor en el cargo, que ya hace días impuso la persona que debería hacerse con la Presidencia del partido y, ahora, deja caer la de quien le acompañará en la tarea, asumiendo la Secretaría regional y, por tanto, el verdadero día a día del control de la organización.
Efectivamente, Juan Ignacio Zoido y José Luis Sanz han sido los elegidos sin que ambos nombres levanten ningún tipo de sorpresa, ya que los dos han bebido de las ubres políticas de Arenas y, a priori, garantizan la continuidad no solo de las políticas de este sino, lo que es mucho más importante, la presencia de su sombra sobre la estructura del partido, dominando el ambiente.
¿Habrá algún tipo de contestación a este proceso sucesorio? Evidentemente no, por dos distintos motivos. El primero de ellos es que quien decide cuándo marca también muy claramente los tiempos, de manera que resulte prácticamente imposible pertrechar una estrategia distinta.
Las fechas del Congreso Regional han sido meticulosamente elegidas, una vez que se tenía muy claro cuál debía ser el resultado del mismo, de manera que ningún movimiento tuviese posibilidad de recorrido alguno.
El otro, y definitivo, porque todo monarca suele rodearse de una corte a la que colma de prebendas a fin de tenerla más o menos sometida, que no es otra que la que se encarga de pacificarle los territorios así como de poner a sus huestes a su servicio si fuese necesario.
En el caso que nos ocupa, las distintas direcciones provinciales del partido, que acumulan cargos orgánicos e institucionales y que, por temor a perder sus privilegios, no van a alzar su voz sino todo lo contrario, procurarán que no haya tampoco quien ose elevarla.
Con ello se cerrará un circulo vicioso –no se si vicioso o viciado realmente- que perpetuará esa endogamia política que, como la monárquica, tan poca riqueza aporta a los genes de nuestro sistema democrático.
¿Qué quiere decir ello? Pues que, al margen del monarca, en nuestro país existe otra estructura, de mucho más peso político, conformada por el parlamento y sustentada por los partidos políticos. Y hete aquí que si la monarquía se rige por una línea sucesoria, cómo iban a ser menos nuestros partidos y quienes se sitúan al frente de ellos.
De ahí que, al margen de estatutos y parafernalias, todos ellos procuren, aunque a veces no lo consigan, que la sucesión se establezca en su código interno de funcionamiento, eludiendo de todas las formas posibles la participación directa de las bases en el proceso de elección de líderes.
Es cierto que el centro-derecha español ha sido más proclive a este tipo de prácticas, pero tampoco la izquierda ha escapado de ellas, poniendo en práctica distintos tipos de subterfugios.
Les comento esto porque parece ser que se acaba de cerrar –estaba cerrado desde hace tiempo en la cabeza de Javier Arenas- el proceso de su sucesión al frente del Partido Popular de Andalucía (PP-A).
Y se ha vuelto a cerrar sin contar con las bases, sin tan siquiera haber establecido previamente una línea sucesoria, sino por la simple voluntad –hay quien comenta que María Dolores de Cospedal estaba en el ajo- del antecesor en el cargo, que ya hace días impuso la persona que debería hacerse con la Presidencia del partido y, ahora, deja caer la de quien le acompañará en la tarea, asumiendo la Secretaría regional y, por tanto, el verdadero día a día del control de la organización.
Efectivamente, Juan Ignacio Zoido y José Luis Sanz han sido los elegidos sin que ambos nombres levanten ningún tipo de sorpresa, ya que los dos han bebido de las ubres políticas de Arenas y, a priori, garantizan la continuidad no solo de las políticas de este sino, lo que es mucho más importante, la presencia de su sombra sobre la estructura del partido, dominando el ambiente.
¿Habrá algún tipo de contestación a este proceso sucesorio? Evidentemente no, por dos distintos motivos. El primero de ellos es que quien decide cuándo marca también muy claramente los tiempos, de manera que resulte prácticamente imposible pertrechar una estrategia distinta.
Las fechas del Congreso Regional han sido meticulosamente elegidas, una vez que se tenía muy claro cuál debía ser el resultado del mismo, de manera que ningún movimiento tuviese posibilidad de recorrido alguno.
El otro, y definitivo, porque todo monarca suele rodearse de una corte a la que colma de prebendas a fin de tenerla más o menos sometida, que no es otra que la que se encarga de pacificarle los territorios así como de poner a sus huestes a su servicio si fuese necesario.
En el caso que nos ocupa, las distintas direcciones provinciales del partido, que acumulan cargos orgánicos e institucionales y que, por temor a perder sus privilegios, no van a alzar su voz sino todo lo contrario, procurarán que no haya tampoco quien ose elevarla.
Con ello se cerrará un circulo vicioso –no se si vicioso o viciado realmente- que perpetuará esa endogamia política que, como la monárquica, tan poca riqueza aporta a los genes de nuestro sistema democrático.
ENRIQUE BELLIDO