Si la pobreza entre los niños es una epidemia que va a más, sobre todo en países como el nuestro y como consecuencia de esta dura situación sociopolítica y económica que atravesamos, la violencia no se queda a la zaga. No pensemos, para tranquilizar nuestra conciencia que es un problema lejano. Esta en derredor nuestro ¡por desgracia!
La violencia es una realidad en nuestro entorno y en nuestras vidas. Dada la situación socioeconómica puede que estemos muy sensibles y saltemos por un quítame allá esas pajas. Hay violencia en la familia, en la calle, en los medios; violencia domestica, civil, e institucional. Aterrizo en el tema que me interesa reflexionar: la violencia infantil.
Según un informe de Save the Children titulado Mas allá de los golpes, “el término 'violencia contra la infancia' se utiliza en contraposición con el concepto clásico de 'maltrato infantil' ya que éste se asocia normalmente con formas de violencia física intencionales con consecuencias inmediatas y llamativas en los niños y las niñas”.
Profundizando algo más dice que: “la violencia contra la infancia nunca es justificable y debe ser rechazada y combatida con contundencia, aún en sus formas aparentemente más leves (…). No solo puede tener consecuencias negativas en el desarrollo y bienestar presente y futuro de los niños, sino que supone, además, la negación de la dignidad inherente que como seres humanos tienen los niños y las niñas y en la que se basan sus derechos”.
Para terminarlo de rematar añaden en dicho informe que: “uno de los obstáculos con el que nos encontramos para poner fin a la violencia contra la infancia es que está aceptada socialmente”. ¡Aquí nos duele! ¿Finalizaron realmente los años de vigencia de aquella aseveración dicha y admitida por todos de que “la letra con sangre entra”? Parece que no. Y no me estoy refiriendo sólo al ámbito pedagógico.
Para nuestra vergüenza la violencia infantil se manifiesta de variadas maneras: insultos, desatención, negligencia, humillaciones, amenazas, abandono afectivo y efectivo, abuso sexual, maltrato físico o mental. La falta de cuidados médicos o relativos a la educación también son formas de violencia.
Aquí no introducimos la explotación laboral o sexual, ni la pornografía infantil, tan de primera plana en los últimos tiempos, que al parecer nos proporcionaría material para otro artículo. Nos guste o no, la desestructuración de parejas ha incrementado esta lacra. Que nadie entienda esta aseveración como un alegato contra el divorcio porque no lo es.
Hasta cierto punto es normal que el nuevo compañero o compañera no tenga especial estima a los hijos de su pareja, pertenecientes a una unión anterior. ¿Por qué debo cargar con ellos si no son mis hijos? Que los soporte su progenitor.
Los cristales rotos de este tipo de relaciones terminan por pagarlos los pequeños. Simplemente, no son míos y no tengo por qué aguantarlos. Lamentable pero cierto. Hay mucha tela que cortar en este tipo de afirmación.
Añadimos a esta retahíla de seudorazones la coyuntura de que dicho maltrato, por lo general, se esconde. Nadie tiene por qué saber lo que ocurre dentro de mi casa. No hay que darle tres cuartos al pregonero. Nos avergonzamos de que alguien pueda señalarnos con el dedo como maltratadores infantiles.
Con datos de la Organización Mundial de la Salud se calcula que cada año mueren por homicidio cerca de 31.000 menores de 15 años y alertan de que muchas de las muertes por violencia física no se detectan como tales. Hablamos de que casi un 50 por ciento de niños de ambos sexos sufren frecuentes daños físicos. Este macabro cómputo no incluye el maltrato psíquico u otras sofisticadas maneras de hostigamiento ya citadas.
Naciones Unidas define la violencia ejercida contra la infancia como “toda forma de perjuicio o abuso físico, mental o emocional, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual”. El abanico es bastante amplio.
Siempre me ha llamado la atención la insistencia con la que el tema de abusos sexuales, en el ámbito de la familia, se reflejaban y se siguen tratando en las películas americanas. Ingenuo de mí especulaba con que eso no era posible, que exageraban. El asunto no es de película, es la cara más grosera de una cruda realidad. También en nuestro país. De pedofilia no hablemos porque apesta.
Sin pretender estigmatizar a nadie, los datos sobre el tema apuntan a que este tipo de agresiones las sufren más las niñas que los niños por parte de padres o de padrastros, aunque tampoco quedan descartadas de esta lacra las mujeres.
Con datos obtenidos a posteriori cuando las víctimas, ya de mayores, han podido exteriorizar su problema “se estima que el 20% de las mujeres por un lado y el 10% de los hombres son víctimas de abusos sexuales durante la infancia”.
Que el tema es duro. Sin duda. Que dan ganas de vomitar. También. Mi intención al sacar el asunto es que reflexionemos y tomemos conciencia de la situación. Nos es muy fácil preocuparnos de la infancia en cualquier parte del mundo olvidando que cerca de nosotros lamentablemente también tienen problemas y serios.
Este tipo de opresión puede ser ejercida en la familia, la escuela, la comunidad, los centros de protección o a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Los niños, en general, están más indefensos de lo que parece. Y que conste que no estoy abogando por un superproteccionismo de los mismos.
Con horror leía días pasados el titular siguiente: “Detenida una mujer por arrojar a su hijo al río Guadalmedina, en Málaga. El niño, de nueve años, pedía socorro desde el agua, pero su madre no lo ayudó a salir”. Ya sé que este ejemplo es muy llamativo pero puntual. Afortunadamente es puntual. No juzgo, sólo pregunto: ¿qué ha podido pasar por la mente de esa mujer para tirar al río a una criatura indefensa? Cuando una madre tiene callos en el corazón es que algo está fallando.
Sigue diciendo el informe: “En España la violencia contra los niños continúa siendo una realidad oculta y poco documentada, sólo se conocen algunos datos de niños y niñas víctimas de delitos y aquellas relativas a casos detectados por los servicios sociales”. La escuela tampoco se salva de este problema
El problema de la violencia es que una vez se ha desencadenado ya no hay quien la detenga. Es un remolino que envuelve al violentador y al violentado. Cuando te calientas ya no eres dueño de tus actos.
La violencia para quien la sufre tiene una doble consecuencia: se convierte en victima y en posible verdugo. A partir de ahí se entra en una espiral muy difícil de contener. Deja secuelas en lo más profundo del sujeto que a su vez se convertirá en violento.
Save the Children pide una Ley integral para combatir la violencia contra la infancia que, entre otras cosas, prohíba el castigo físico en el Código Civil.
La violencia es una realidad en nuestro entorno y en nuestras vidas. Dada la situación socioeconómica puede que estemos muy sensibles y saltemos por un quítame allá esas pajas. Hay violencia en la familia, en la calle, en los medios; violencia domestica, civil, e institucional. Aterrizo en el tema que me interesa reflexionar: la violencia infantil.
Según un informe de Save the Children titulado Mas allá de los golpes, “el término 'violencia contra la infancia' se utiliza en contraposición con el concepto clásico de 'maltrato infantil' ya que éste se asocia normalmente con formas de violencia física intencionales con consecuencias inmediatas y llamativas en los niños y las niñas”.
Profundizando algo más dice que: “la violencia contra la infancia nunca es justificable y debe ser rechazada y combatida con contundencia, aún en sus formas aparentemente más leves (…). No solo puede tener consecuencias negativas en el desarrollo y bienestar presente y futuro de los niños, sino que supone, además, la negación de la dignidad inherente que como seres humanos tienen los niños y las niñas y en la que se basan sus derechos”.
Para terminarlo de rematar añaden en dicho informe que: “uno de los obstáculos con el que nos encontramos para poner fin a la violencia contra la infancia es que está aceptada socialmente”. ¡Aquí nos duele! ¿Finalizaron realmente los años de vigencia de aquella aseveración dicha y admitida por todos de que “la letra con sangre entra”? Parece que no. Y no me estoy refiriendo sólo al ámbito pedagógico.
Para nuestra vergüenza la violencia infantil se manifiesta de variadas maneras: insultos, desatención, negligencia, humillaciones, amenazas, abandono afectivo y efectivo, abuso sexual, maltrato físico o mental. La falta de cuidados médicos o relativos a la educación también son formas de violencia.
Aquí no introducimos la explotación laboral o sexual, ni la pornografía infantil, tan de primera plana en los últimos tiempos, que al parecer nos proporcionaría material para otro artículo. Nos guste o no, la desestructuración de parejas ha incrementado esta lacra. Que nadie entienda esta aseveración como un alegato contra el divorcio porque no lo es.
Hasta cierto punto es normal que el nuevo compañero o compañera no tenga especial estima a los hijos de su pareja, pertenecientes a una unión anterior. ¿Por qué debo cargar con ellos si no son mis hijos? Que los soporte su progenitor.
Los cristales rotos de este tipo de relaciones terminan por pagarlos los pequeños. Simplemente, no son míos y no tengo por qué aguantarlos. Lamentable pero cierto. Hay mucha tela que cortar en este tipo de afirmación.
Añadimos a esta retahíla de seudorazones la coyuntura de que dicho maltrato, por lo general, se esconde. Nadie tiene por qué saber lo que ocurre dentro de mi casa. No hay que darle tres cuartos al pregonero. Nos avergonzamos de que alguien pueda señalarnos con el dedo como maltratadores infantiles.
Con datos de la Organización Mundial de la Salud se calcula que cada año mueren por homicidio cerca de 31.000 menores de 15 años y alertan de que muchas de las muertes por violencia física no se detectan como tales. Hablamos de que casi un 50 por ciento de niños de ambos sexos sufren frecuentes daños físicos. Este macabro cómputo no incluye el maltrato psíquico u otras sofisticadas maneras de hostigamiento ya citadas.
Naciones Unidas define la violencia ejercida contra la infancia como “toda forma de perjuicio o abuso físico, mental o emocional, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual”. El abanico es bastante amplio.
Siempre me ha llamado la atención la insistencia con la que el tema de abusos sexuales, en el ámbito de la familia, se reflejaban y se siguen tratando en las películas americanas. Ingenuo de mí especulaba con que eso no era posible, que exageraban. El asunto no es de película, es la cara más grosera de una cruda realidad. También en nuestro país. De pedofilia no hablemos porque apesta.
Sin pretender estigmatizar a nadie, los datos sobre el tema apuntan a que este tipo de agresiones las sufren más las niñas que los niños por parte de padres o de padrastros, aunque tampoco quedan descartadas de esta lacra las mujeres.
Con datos obtenidos a posteriori cuando las víctimas, ya de mayores, han podido exteriorizar su problema “se estima que el 20% de las mujeres por un lado y el 10% de los hombres son víctimas de abusos sexuales durante la infancia”.
Que el tema es duro. Sin duda. Que dan ganas de vomitar. También. Mi intención al sacar el asunto es que reflexionemos y tomemos conciencia de la situación. Nos es muy fácil preocuparnos de la infancia en cualquier parte del mundo olvidando que cerca de nosotros lamentablemente también tienen problemas y serios.
Este tipo de opresión puede ser ejercida en la familia, la escuela, la comunidad, los centros de protección o a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Los niños, en general, están más indefensos de lo que parece. Y que conste que no estoy abogando por un superproteccionismo de los mismos.
Con horror leía días pasados el titular siguiente: “Detenida una mujer por arrojar a su hijo al río Guadalmedina, en Málaga. El niño, de nueve años, pedía socorro desde el agua, pero su madre no lo ayudó a salir”. Ya sé que este ejemplo es muy llamativo pero puntual. Afortunadamente es puntual. No juzgo, sólo pregunto: ¿qué ha podido pasar por la mente de esa mujer para tirar al río a una criatura indefensa? Cuando una madre tiene callos en el corazón es que algo está fallando.
Sigue diciendo el informe: “En España la violencia contra los niños continúa siendo una realidad oculta y poco documentada, sólo se conocen algunos datos de niños y niñas víctimas de delitos y aquellas relativas a casos detectados por los servicios sociales”. La escuela tampoco se salva de este problema
El problema de la violencia es que una vez se ha desencadenado ya no hay quien la detenga. Es un remolino que envuelve al violentador y al violentado. Cuando te calientas ya no eres dueño de tus actos.
La violencia para quien la sufre tiene una doble consecuencia: se convierte en victima y en posible verdugo. A partir de ahí se entra en una espiral muy difícil de contener. Deja secuelas en lo más profundo del sujeto que a su vez se convertirá en violento.
Save the Children pide una Ley integral para combatir la violencia contra la infancia que, entre otras cosas, prohíba el castigo físico en el Código Civil.
Enlaces de interés
- Estado Mundial de la Infancia 2012
- Posicionamiento PPDI castigo físico y psicológico: la parentalidad positiva
PEPE CANTILLO