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Los "rotos" de Rato

Mientras más datos afloran del “agujero” de Bankia, más dañado queda el prestigio de Rodrigo Rato, el mítico político que era alabado como el artífice de los logros económicos de la era Aznar, en cuyos gobiernos ostentó la responsabilidad del Ministerio de Economía y las vicepresidencias económicas, con Mariano Rajoy de multidisciplinar cometido (Administraciones Públicas, Educación y Cultura, Interior) y autor de retruécanos (“hilillos de plastilina” que salían del Prestige) y un leal y poco dialéctico Cristóbal Montoro como fiel escudero en la Secretaría de Hacienda, primero, y como ministro, después, idéntico destino al que hoy ocupa con más poder disuasorio.

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Rato fue vicepresidente segundo para Asuntos Económicos en la primera Legislatura de Aznar y vicepresidente primero durante la segunda (2000-2004), siendo en ambas el autor de las medidas que permitieron una recuperación de la economía española, mediante recetas liberales de bajada de los tipos de interés y el control (momentáneo) de la inflación.

Ello supuso cumplir con la promesa del Partido Popular de sanear las cuentas públicas, basándose en la rebaja fiscal y las reformas estructurales, medidas que recuerdan la actual política de Rajoy.

Pero este heredero de una saga familiar de empresarios asturianos presenta también zonas oscuras que ensombrecen su gestión, allí donde vaya. Ya su padre y un hermano terminaron en la cárcel por un asunto de evasión de divisas, bajo la cobertura del Banco Siero, en 1997.

En ese primer año como ministro, Rato se vio implicado en la querella criminal que se interpuso contra la empresa de su familia, Rebecasa (Refrescos y Bebidas de Castilla, S.A.), por una fraudulenta suspensión de pagos.

Sin embargo, el escándalo de mayor envergadura en el que se ha visto envuelto ha sido en el caso Gescartera, una agencia de valores que fue intervenida en 2001 por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) a causa de una estafa por más de 20.000 millones de pesetas, una trama que recuerda a la Gürtel de actualidad, por las implicaciones que supuso para el PP, pero a escala más modesta, y en la que figura HSBC, un banco que operaba con la sociedad y que concedía créditos en condiciones muy ventajosas a Muinmo, una empresa participada por su familia.

Nada de ello, sin embargo, eclipsó la imagen de brillante economista que exhala Rodrigo Rato, hasta el extremo de que, nada más el PSOE arrebatara el poder al PP, es designado director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), un cargo con mandato de cinco año de duración y posibilidad de reelección, que goza del rango de un jefe de Estado, con derecho a participar en las cumbres de las economías más desarrolladas (G-8) y en diversos foros mundiales.

Pero un cargo del que Rato, sorpresivamente, dimite a los tres años (2007), por razones nunca aclaradas, aunque existen informes internos que denuncian que el organismo no supo prever la enorme crisis financiera que estaba gestándose en sus propias narices y que todavía nos afecta.

Ese es el Rodrigo rato que aterriza en Bankia para acometer el saneamiento de una Caja Madrid obligada a “dimensionarse” y adquirir capacidad de financiación ante su elevada exposición al “ladrillo”.

No dura ni dos años, descubriendo un “roto” de 23.500 millones de euros, casi 4 billones (con "b" de "bestialidad") de las antiguas pesetas, y que deja a España a las puertas de la intervención europea, lo que tanto teme Rajoy, pero más cualquier ciudadano, al que todos estos “agujeros” lo empobrecen cada día más.

Así se teje la brillante alfombra de la reputación de Rodrigo Rato, cubierta de “rotos” que la deshilachan, aunque continúe siendo sumamente rentable, en vista de los millonarios beneficios, blindados naturalmente, que proporciona a su propietario y de las exenciones de responsabilidad con que le protege. Esos sí que son “rotos” y no los descosidos de la sanidad y la educación que nos quieren hacer pagar, sin comerlo ni beberlo.

DANIEL GUERRERO
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