La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a uno de los Encuentros POR que organiza la Cadena SER y que tuvo lugar en el Teatro Central de Sevilla. Dirigidos por Iñaki Gabilondo, estos encuentros son una serie de eventos que se celebran cada cierto tiempo, de manera itinerante, por distintas capitales de la geografía española, y en los que se tratan temas diversos concernientes a nuestra sociedad, a la actualidad, etc.
En el caso del encuentro de Sevilla, el tema de debate fue la crisis alimentaria de la zona de África conocida como Sahel, que pone en riesgo la vida de 1.000 millones de seres humanos que podrían morir de hambre en los próximos años.
A pesar del calibre de los expertos que allí se congregaron para hablar del tema, el teatro no se llenó y la convocatoria fue más que modesta, fundamentalmente en relación a la importancia del tema tratado. Parece que 1.000 millones de personas no es un número todavía lo suficientemente amplio como para llenar el graderío del Teatro Central de Sevilla.
Y es que todo esto ocurre en virtud de un proceso al que, después de numerosos años de convivencia forzosa en esta sociedad, he dado en llamar “La Extraña Empatía”, un proceso por cual el ser humano dirige su capacidad empática hacia el grupo equivocado, en lugar de hacerlo hacia aquellos colectivos sociales o hacia aquellas personas que realmente necesitarían de la solidaridad de todos y cada uno de nosotros.
De este modo, no dudamos en hacernos partícipes, en tomar como nuestras las victorias deportivas de un grupo de millonarios, muchos de los cuales ni siquiera tributan sus impuestos en España, en virtud de un falso sentimiento de pertenencia a la colectividad que desde distintas empresas han sabido vendernos.
El hecho de que una persona que se embolsa al año varios millones de euros practicando un deporte gane un título determinado no repercute en ningún tipo de beneficio ni para el ciudadano ni para la sociedad, por mucho que se festeje o por mucho que se ofrezca el trofeo a la patrona correspondiente. Se trata, sin duda, de un negocio redondo que han sabido colarnos gracias a este desorden moral que padecemos de la extraña empatía.
Pero la extraña empatía no es solo ese impulso interno que nos mueve a salir a la calle a celebrar las victorias ajenas como nuestras; no es solo aquel arrebato que nos lleva a realizar colas de varias horas para poder fotografiarnos con un trofeo dorado que recorre el país desde Finisterre hasta Mojácar.
La extraña empatía es también esa capacidad que tenemos para solidarizarnos con aquella simpática iletrada cuyo acontecimiento más importante en la vida fue haber sido fecundada por un matador de toros no mucho más formado y haber dado a luz a un hijo cuya vida, junto con la propia, va vendiendo de plató en plató embolsándose también cada año, por supuesto, cantidades que superan el millón de euros.
Empatizamos, por tanto, con quien no lo necesita, creando una sociedad de servidumbre en la que los menos necesitados son los que gozan del respaldo, de la simpatía y de la admiración del respetable. Por cierto, ¿sabía que con el dinero que van a inyectar a Bankia se solucionarían 16 crisis alimenticias como las del Sahel?
En el caso del encuentro de Sevilla, el tema de debate fue la crisis alimentaria de la zona de África conocida como Sahel, que pone en riesgo la vida de 1.000 millones de seres humanos que podrían morir de hambre en los próximos años.
A pesar del calibre de los expertos que allí se congregaron para hablar del tema, el teatro no se llenó y la convocatoria fue más que modesta, fundamentalmente en relación a la importancia del tema tratado. Parece que 1.000 millones de personas no es un número todavía lo suficientemente amplio como para llenar el graderío del Teatro Central de Sevilla.
Y es que todo esto ocurre en virtud de un proceso al que, después de numerosos años de convivencia forzosa en esta sociedad, he dado en llamar “La Extraña Empatía”, un proceso por cual el ser humano dirige su capacidad empática hacia el grupo equivocado, en lugar de hacerlo hacia aquellos colectivos sociales o hacia aquellas personas que realmente necesitarían de la solidaridad de todos y cada uno de nosotros.
De este modo, no dudamos en hacernos partícipes, en tomar como nuestras las victorias deportivas de un grupo de millonarios, muchos de los cuales ni siquiera tributan sus impuestos en España, en virtud de un falso sentimiento de pertenencia a la colectividad que desde distintas empresas han sabido vendernos.
El hecho de que una persona que se embolsa al año varios millones de euros practicando un deporte gane un título determinado no repercute en ningún tipo de beneficio ni para el ciudadano ni para la sociedad, por mucho que se festeje o por mucho que se ofrezca el trofeo a la patrona correspondiente. Se trata, sin duda, de un negocio redondo que han sabido colarnos gracias a este desorden moral que padecemos de la extraña empatía.
Pero la extraña empatía no es solo ese impulso interno que nos mueve a salir a la calle a celebrar las victorias ajenas como nuestras; no es solo aquel arrebato que nos lleva a realizar colas de varias horas para poder fotografiarnos con un trofeo dorado que recorre el país desde Finisterre hasta Mojácar.
La extraña empatía es también esa capacidad que tenemos para solidarizarnos con aquella simpática iletrada cuyo acontecimiento más importante en la vida fue haber sido fecundada por un matador de toros no mucho más formado y haber dado a luz a un hijo cuya vida, junto con la propia, va vendiendo de plató en plató embolsándose también cada año, por supuesto, cantidades que superan el millón de euros.
Empatizamos, por tanto, con quien no lo necesita, creando una sociedad de servidumbre en la que los menos necesitados son los que gozan del respaldo, de la simpatía y de la admiración del respetable. Por cierto, ¿sabía que con el dinero que van a inyectar a Bankia se solucionarían 16 crisis alimenticias como las del Sahel?
PABLO POÓ