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Ética para Dívar

El comportamiento de un juez, que además encarna la más alta representación del órgano de gobierno de sus cuates y, simultáneamente, ostenta el cargo de presidente del Tribunal Supremo, no sólo ha de ser honrado y atenerse a la legalidad, como cualquier persona, sino que debe parecerlo de manera mucho más exigente que la mujer del César.

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Posiblemente, los viajes que ha realizado a Marbella esta altísima personalidad pluriempleada de la judicatura, sin una finalidad clara que los justifique, pueden tener acomodo en los supuestos de gastos contemplados en los presupuestos de cualquiera de los organismos que preside su señoría, pero difícilmente serán explicables desde una consideración ética a una población a la que se le están exigiendo enormes sacrificios personales y recortes en salarios infinitamente más precarios.

Tal comportamiento de Carlos Dívar Blanco, cuarta autoridad del Estado, causa alarma entre la ciudadanía porque es difícil explicar las facturas por gastos privados de varias decenas de viajes en fines de semana largos, de hasta cuatro días, a un pueblo costero de Andalucía que, aunque se esté juzgando allí el caso más emblemático de corrupción de los tiempos de Gil y Gil, no precisa de una atención tan directa por parte de la cúpula del Consejo General del Poder Judicial ni del Tribunal Supremo.

Y en caso de que así fuera, peor justificación resultaría el no dedicar semejante seguimiento a procesos mucho más graves que en la actualidad dilucidan tramas y delitos en los que se ven implicados aforados de más elevado rango en política, con conexiones en el mundo de las finanzas, la economía y la política (Gürtel, Urdangarín, etc.).

A pesar de que la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo haya acordado el archivo de la querella contra Dívar por tales viajes, no parece que su comportamiento haya sido consecuente con la ética y la honradez que se supone en personalidades de una tacha ejemplar, tanto en su vida pública como privada, puesto que por la posición que ocupan es imposible deslindar una actividad de otra.

Un comportamiento cuando menos discutible al alargar estancias, con cargo al erario público, en hoteles de lujo y cenas privadas, bajo la excusa de algún acto oficial que sólo duraba escasas horas en un día determinado.

Parece que el juez Dívar no ha leído –y si lo ha hecho, no lo recuerda- lo que el filósofo Fernando Savater explicaba a su hijo adolescente, en un libro todavía a su alcance, acerca de la ética como substrato que permite a los ciudadanos optar por la libertad y la responsabilidad.

Son valores que posibilitan que, aún pudiendo hacer lo que se antoje, se prefieran los actos guiados por la rectitud formal y la honestidad real. Es desde ese punto de vista ético que los dispendios que ha disfrutado Carlos Dívar no resultan adecuados ni justificables en una personalidad que tantos privilegios ya goza al no rendir cuentas de sus desplazamientos ni de sus cenas.

Actuar de modo diferente a los que “no tienen más remedio que ser tal como son” (animales, plantas, minerales) es lo que eleva al humano sobre el resto de seres naturales, no solo por la capacidad racional de su inteligencia, sino por la facultad ética que le enseña opciones y valores de la libertad y la responsabilidad. Justo lo contrario al abuso con que ha actuado Carlos Dívar, personaje con el que ejemplificar lo que repudia cualquier ética, también esa moral cristiana con la que dice guiarse.

DANIEL GUERRERO
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