Les relataré un hallazgo sorprendente a caballo entre la Geología y la Botánica. No se trata de un error ginecológico ni ha de ver con si los políticos lavan con jabón neutro el vibrador después de usarlo. Hace unos años, cuando todos éramos la prima del rey en el maletero y vivíamos en un poso de espumajos de oro, nuestro esqueleto era rollizo y nuestra honra pesaba lo que un banco de arena.
Los urinarios públicos respiraban ese azul de tranquilidad, ese azul azorrado, ese decibelio tan a la pata coja, tan nuestro, de rechupete. Ese empate que tiene el cerdo en sus delanteras: la industria orgullosa de años silvestres de pasto y pienso.
Nos reíamos de la azada y el alcatrafe de los viejos abuelos dando un paseo higienico por el pasotismo. Aunque, de vez en cuando, salíamos del ataúd para cocerle el ladrillo a la derecha. Pasta sin modales y semblantes pluscuamperfectos. Y toda una hormigonera comiéndoselo todo. Años de azul, años de mordida y manos libres, años de Aznar "el macizorro".
Era nuestra vida, nuestra aspirina hirviendo, nuestro momento, nuestro brío. Nacían dioses en las huertas y músculos en los libros contables. Chupábamos, como la mosca. Habia enseñantes, y muy buenos, había empollones y ayuntamientos eléctricos. Y sobras sin espeluzno.
Había carreras universitarias teñidas con azafrán, tenedores bien raspados que servían para sorber la sopa y encontrar pozos en todos los brindis. Teníamos sobradas ideas sobre el escritorio.
Aquellos urinarios de fin de semana, siempre en Nochevieja, donde anochecíamos los perros y el amoniaco tocaba la gaita gallega, tenían la facultad de prometer culebras y pitones y contemplabas curas pornógrafos y monaguillos pornófilos rompiendo las olas del retrete.
No pensabas en las cogoteras del despertador para el lunes siguiente. Contemplabas peonías sobre fondo de vainilla, jamás pensaste en entrar en ellos con cuello de peluche o con otro lenguaje que no fuera el termonuclear.
La cajita de la esquina, dicese del servicio de las "ladies", pertrechaba a todo un ejercito pontificio que en altas horas de madrugada bendita atisbabas como si fuera pan de molde sobre hojas de tocino.
Entrabas en el baño a orear la cuestión, con tu input personal, suave y duro, leche caliente y sangre de ferrocarril, con el cuello engallado y los vicios poderosos de un perro mastín. Tus amigos y tú reproducíais la muerte de las Torres Gemelas blandiendo galones sin estrellas pero con buena predisposición para la trigonometría y el amor.
Distrito salvaje, pensabas, donde coincides con bestias oportunamente bellas accionando el interruptor de al lado, donde la muñeca con falda. Subía la fiebre y tú eras un cuadrúpedo haciendo rombos con la meada.
Te adentrabas en aquellos cubículos de Chiapas, zapatista de romería con escopeta y linterna de Aguascalientes, deseando cagar pedrería como el que caga en una maceta archisabida que en esta noche de autos se ha quedado en dibujo de una diarrea anuciada.
Los baños eran vomitorios en lienzo, la minuta de machos sádicos, revoltijo de naipes, carnicería en seco. Decías a tus compadres que tu sable era de diseño futurista con ahorro de combustible y juntábais papeles para ver si llegabáis como Lorenzo Lamas a culebrón de quinta.
Llevabas las tres comidas del dia en la visera pero cuando entrabas en aquella vajilla blanca, libre de ratas, de alacranes cebolleros, de fluidos prosódicos, ansiabas ensillarte el sanitario de pared, encaramarte a la Santisima Trinidad como en el orgasmo de una olla express; querías comerte la punta de los nervios antes de que la chica que te gustaba hiciese matanza con su cadera inalámbrica y sus tacones hemisféricos.
La fiesta ha terminado. Ahorcados vamos con los ojos reventones, dispuestos para la servidumbre, dispuestos para un invierno largo, dispuestos para que nos descuarticen y regresemos a los tejados.
El verdadero drama de este cacao que nos toca comer sin lunas es el drama del desempleo. Esta es la tronera, la trinchera, que tantos muertos en vida, tantos miembros fantasmas esta sembrando por toda la geografía social de éste y muchos países.
Sé de lo que hablo porque también me he tenido que tragar ese sapo. También tendré que dar la cara al toro y sentir cómo la peor de todas las cuchilladas es aquella que te deja con vida para poder escuchar las castañuelas de la incertidumbre, del miedo, del desorden.
Inevitablemente, España es un país que sólo sabe acumular mierda para no barrerla. De ahí proviene nuestra pasión por matarnos, nuestra admiración por las colmenas cabreadas, el apetito por la estupidez y por todo lo superficial.
La masa de este pastel se la están comiendo los de siempre en esta crisis testicular a la que nadie es capaz de quitarle el frío. El retortijón de las clases poderosas es el excremento que comemos hoy. Y ellas, desde la mecedora, si tratamos de sacar cabeza, nos dispararán. He ahí la Historia de las ratas y las milicias.
Una vez más, la ruindad gana, lo mezquino gana, el tormento gana. El infrarrojo de los caudales, vence. El dinero continúa en las cintas transportadoras, las pescadillas se siguen mordiendo la cola y de esta situación prebélica saldrán los enanos aún mas ricos. Nosotros perderemos hasta la hemoglobina.
Hace unos días, divagando sobre el orangután boquituerto y entonando un cantar de gesta, entraba este que les escribe en el baño de un bar sin llegar a congeniar en primera instancia con la iluminación del mismo. Un mojón ortopédico yacía flotando como helado al corte. Era el mismo de unos días atrás. Estoy seguro.
Sobre un sanitario de pared descubrí un hallazgo sin pecado y sin perdón. Vello púbico masculino e impertinente se encontraba desafiante a la altura de mis pectorales. Primorosamente depositado y estratégicamente posicionado.
No cabía duda alguna. Un tipo desesperado por dejar huella, por marcar territorio aunque fuera con alambre natural, quería dejar vestigio, actitud, de su paso por este mundo. Quería dejar constancia, con su amable presente y su correo ingenioso; nos informaba así que la grosería, la cerdería fina, pueden hablar con descaro y de tú a tú a la crisis.
Finalmente, me reí y rió mi surco balanoprepucial cuando me meé fuera. ¡El espíritu español, siempre tan confinado! Porque de eso se trata, no obstante: de acabar por reírse y de recordar cuando velabas armas en el cajón de ese mundo, aquel nuestro mundo.
A los amigos que he dejado por un breve paréntesis. Paquito Santa Cruz, todo un señor templario; Juan David, Mario Varo, Sergio, Marcos y Loli, Jose Romero, Jose Aranda, Irene, Jaime, etc. Gracias por vuestro aliento, apoyo y por haberme dado tantas y buenas tardes.
A Francis Salas, un tipo formidable que, con una llamada de teléfono, me alegró una vez el día.
Los urinarios públicos respiraban ese azul de tranquilidad, ese azul azorrado, ese decibelio tan a la pata coja, tan nuestro, de rechupete. Ese empate que tiene el cerdo en sus delanteras: la industria orgullosa de años silvestres de pasto y pienso.
Nos reíamos de la azada y el alcatrafe de los viejos abuelos dando un paseo higienico por el pasotismo. Aunque, de vez en cuando, salíamos del ataúd para cocerle el ladrillo a la derecha. Pasta sin modales y semblantes pluscuamperfectos. Y toda una hormigonera comiéndoselo todo. Años de azul, años de mordida y manos libres, años de Aznar "el macizorro".
Era nuestra vida, nuestra aspirina hirviendo, nuestro momento, nuestro brío. Nacían dioses en las huertas y músculos en los libros contables. Chupábamos, como la mosca. Habia enseñantes, y muy buenos, había empollones y ayuntamientos eléctricos. Y sobras sin espeluzno.
Había carreras universitarias teñidas con azafrán, tenedores bien raspados que servían para sorber la sopa y encontrar pozos en todos los brindis. Teníamos sobradas ideas sobre el escritorio.
Aquellos urinarios de fin de semana, siempre en Nochevieja, donde anochecíamos los perros y el amoniaco tocaba la gaita gallega, tenían la facultad de prometer culebras y pitones y contemplabas curas pornógrafos y monaguillos pornófilos rompiendo las olas del retrete.
No pensabas en las cogoteras del despertador para el lunes siguiente. Contemplabas peonías sobre fondo de vainilla, jamás pensaste en entrar en ellos con cuello de peluche o con otro lenguaje que no fuera el termonuclear.
La cajita de la esquina, dicese del servicio de las "ladies", pertrechaba a todo un ejercito pontificio que en altas horas de madrugada bendita atisbabas como si fuera pan de molde sobre hojas de tocino.
Entrabas en el baño a orear la cuestión, con tu input personal, suave y duro, leche caliente y sangre de ferrocarril, con el cuello engallado y los vicios poderosos de un perro mastín. Tus amigos y tú reproducíais la muerte de las Torres Gemelas blandiendo galones sin estrellas pero con buena predisposición para la trigonometría y el amor.
Distrito salvaje, pensabas, donde coincides con bestias oportunamente bellas accionando el interruptor de al lado, donde la muñeca con falda. Subía la fiebre y tú eras un cuadrúpedo haciendo rombos con la meada.
Te adentrabas en aquellos cubículos de Chiapas, zapatista de romería con escopeta y linterna de Aguascalientes, deseando cagar pedrería como el que caga en una maceta archisabida que en esta noche de autos se ha quedado en dibujo de una diarrea anuciada.
Los baños eran vomitorios en lienzo, la minuta de machos sádicos, revoltijo de naipes, carnicería en seco. Decías a tus compadres que tu sable era de diseño futurista con ahorro de combustible y juntábais papeles para ver si llegabáis como Lorenzo Lamas a culebrón de quinta.
Llevabas las tres comidas del dia en la visera pero cuando entrabas en aquella vajilla blanca, libre de ratas, de alacranes cebolleros, de fluidos prosódicos, ansiabas ensillarte el sanitario de pared, encaramarte a la Santisima Trinidad como en el orgasmo de una olla express; querías comerte la punta de los nervios antes de que la chica que te gustaba hiciese matanza con su cadera inalámbrica y sus tacones hemisféricos.
La fiesta ha terminado. Ahorcados vamos con los ojos reventones, dispuestos para la servidumbre, dispuestos para un invierno largo, dispuestos para que nos descuarticen y regresemos a los tejados.
El verdadero drama de este cacao que nos toca comer sin lunas es el drama del desempleo. Esta es la tronera, la trinchera, que tantos muertos en vida, tantos miembros fantasmas esta sembrando por toda la geografía social de éste y muchos países.
Sé de lo que hablo porque también me he tenido que tragar ese sapo. También tendré que dar la cara al toro y sentir cómo la peor de todas las cuchilladas es aquella que te deja con vida para poder escuchar las castañuelas de la incertidumbre, del miedo, del desorden.
Inevitablemente, España es un país que sólo sabe acumular mierda para no barrerla. De ahí proviene nuestra pasión por matarnos, nuestra admiración por las colmenas cabreadas, el apetito por la estupidez y por todo lo superficial.
La masa de este pastel se la están comiendo los de siempre en esta crisis testicular a la que nadie es capaz de quitarle el frío. El retortijón de las clases poderosas es el excremento que comemos hoy. Y ellas, desde la mecedora, si tratamos de sacar cabeza, nos dispararán. He ahí la Historia de las ratas y las milicias.
Una vez más, la ruindad gana, lo mezquino gana, el tormento gana. El infrarrojo de los caudales, vence. El dinero continúa en las cintas transportadoras, las pescadillas se siguen mordiendo la cola y de esta situación prebélica saldrán los enanos aún mas ricos. Nosotros perderemos hasta la hemoglobina.
Hace unos días, divagando sobre el orangután boquituerto y entonando un cantar de gesta, entraba este que les escribe en el baño de un bar sin llegar a congeniar en primera instancia con la iluminación del mismo. Un mojón ortopédico yacía flotando como helado al corte. Era el mismo de unos días atrás. Estoy seguro.
Sobre un sanitario de pared descubrí un hallazgo sin pecado y sin perdón. Vello púbico masculino e impertinente se encontraba desafiante a la altura de mis pectorales. Primorosamente depositado y estratégicamente posicionado.
No cabía duda alguna. Un tipo desesperado por dejar huella, por marcar territorio aunque fuera con alambre natural, quería dejar vestigio, actitud, de su paso por este mundo. Quería dejar constancia, con su amable presente y su correo ingenioso; nos informaba así que la grosería, la cerdería fina, pueden hablar con descaro y de tú a tú a la crisis.
Finalmente, me reí y rió mi surco balanoprepucial cuando me meé fuera. ¡El espíritu español, siempre tan confinado! Porque de eso se trata, no obstante: de acabar por reírse y de recordar cuando velabas armas en el cajón de ese mundo, aquel nuestro mundo.
A los amigos que he dejado por un breve paréntesis. Paquito Santa Cruz, todo un señor templario; Juan David, Mario Varo, Sergio, Marcos y Loli, Jose Romero, Jose Aranda, Irene, Jaime, etc. Gracias por vuestro aliento, apoyo y por haberme dado tantas y buenas tardes.
A Francis Salas, un tipo formidable que, con una llamada de teléfono, me alegró una vez el día.
J. DELGADO-CHUMILLA