Esta columna de hoy solo pretende lanzar un aullido de alerta sobre los problemas que actualmente circundan a nuestros críos. La vida para ellos se ha complicado de la noche a la mañana. Sé que mi modesto gruñido es solo testimonial, que no llegará más lejos, que se perderá en el silencio más ominoso de la noche. Pero valdrá la pena si consigo desatascar algún corazón.
Se habían acostumbrado, ¡qué remedio!, a no poder jugar en la calle, que es el territorio del coche. Se habían resignado a pasar largas horas en el colegio-guardería. Al menos allí podían jugar a algo con sus amiguitos. Los nuevos tiempos que les tocan vivir son más duros y dolorosos. ¡Vamos al grano!
Los datos que van saliendo a la luz sobre el aumento de la pobreza en nuestro entorno empiezan a ser preocupantes. Hasta hace poco, la indigencia era algo que acontecía en otros lugares y a los que contribuíamos con una modesta y puntual aportación en días señalados, colaborando con Unicef, Cáritas o cualquiera de las muchas asociaciones existentes en derredor nuestro.
España tenía la suerte de pertenecer al Primer Mundo y todos nosotros vivíamos felices y desahogadamente bien. Por supuesto, dicho estado de bienestar lo habíamos alcanzado con esfuerzo y trabajo, dado que el pan nuestro de cada día no retoña en una maceta del balcón.
Pero llegó “el tío Paco con las rebajas” y a mucha gente le ha apresado fuera de juego. Bien porque se hipotecó hasta las cejas en un “mundo feliz” que parecía no tener fin, o bien porque además se quedó sin trabajo de la noche a la mañana. Y todo se derrumba, todo se viene abajo. Solo la miseria brota ya en los tiestos del balcón.
En definitiva, que llegó la crisis, aumentó el paro, disminuyeron los ingresos y hubo que eliminar gastos, primero superfluos y después necesarios. Y suprimir en alimentación es una de las posibilidades. Por supuesto que en todos los casos esta opción es un suplicio, porque no tener qué llevarse a la boca es angustiante y deprime al más “pintao”.
Por un lado, el impacto de la crisis se traduce en un empeoramiento de las condiciones de vida. Aparecen problemas de convivencia, dificultades en las relaciones familiares. Esta situación repercute en menos posibilidades de gastos en ropa, en calzado y en una cada vez más mala calidad de nutrición.
Una menor disposición de ingresos reduce la calidad de una comida someramente equilibrada, lo que entraña, a su vez, caer en una alimentación de subsistencia elemental. ¡Terrible…!
Dice la prensa: “Por primera vez los niños son el colectivo más pobre en España. Cerca de 2.200.000 niños viven por debajo del umbral de la pobreza y se han convertido en el colectivo más afectado por la crisis económica, según el último informe sobre infancia de Unicef”.
El documento Infancia en España 2012-2013 destaca que en solo dos años hay casi 205.000 niños más que viven en hogares con unos ingresos inferiores al 60 por ciento de la media nacional.
El número de hogares con niños con todos sus miembros adultos sin trabajo ha crecido un 120 por ciento entre 2007 y 2010. La situación de penuria casi integral en la infancia ha aumentado un 53 por ciento en los tres últimos años.
La Federación de Entidades de Atención y Educación a la Infancia y a la Adolescencia (Fedaia), en su informe titulado Pobreza infantil en Cataluña, resalta que: “La malnutrición ha pasado de afectar al 2,9% de los niños al 4,4% en pocos meses. Destacan que la mayoría van a dormir sin cenar y acuden a la escuela sin desayunar, siendo la comida el único sustento del día”.
Cuando aparecía el titular de prensa: “cerca de 2.200.000 de niños viven bajo el umbral de la pobreza en España”, Rankia, periódico de información económica lo transformaba así: “el titular correcto es: cerca de 2.200.000 de niños bajo el umbral de la pobreza en España, 'conviven' con 450.000 políticos, algunos de ellos con 14 sueldos simultáneos, con una corrupción generalizada y banqueros con sueldos estratosféricos”. ¡Es gordo el asunto!
Ante los datos con los que este periódico digital complementa la noticia, no seré yo quien le corrija la plana. Solo me atrevo a introducir un verbo nuevo a ambos titulares: “malviven” o, si lo prefieren, “mueren poco a poco” esos niños, mientras soportamos la dura carga de tantos políticos avarientos que acaparan esa ingente cantidad de sueldos. ¡Vergüenza, justicia…!
Alimentamos a 450.000 políticos. Para muestra un botón. La actual Junta de Andalucía “presume de austeridad pero mantiene los pluses de altos cargos”, algunos de los cuales cobran más que Griñán.
La dura realidad es que esto no tiene trazas de disminuir, antes bien dicen que va para largo y puede que aún tengamos mucho desierto por delante. La clase media española, que hasta ahora era motor de consumo, está en bancarrota y seriamente afectada por esta crisis. Menos ingresos arrastran menos consumo y la pobreza seguirá inmisericorde hincando sus garras sobre gran cantidad de personas en este país.
Ciertamente, los políticos de todos los colores han mostrado intenciones de hacer algo al respecto. Pero ¿podemos fiarnos de las promesas electorales? Creo que a estas alturas, la realidad se muestra más contundente y tenaz que la idealidad política.
Debo reconocer que hasta es posible que nos falte algo de “conciencia social”. Hay que volver a extender la mano al próximo para ayudar en lo que se pueda, bien sea de forma directa o indirecta a través de las organizaciones existentes, sean del color que sean. El hambre no distingue los colores políticos; tampoco sabe de religión. El hambre sabe de miseria y desesperación.
¿Por qué saco este tema? ¿Qué puedo hacer yo por tanta gente que vive al límite de sus posibilidades? ¡Eso es cosa del Estado…! No estaría tan seguro de dicha afirmación. El Estado, desgraciadamente, no puede hacer frente a todas las circunstancias que nos afrentan y nos conducen a un peor vivir. El Estado somos todos puesto que se nutre de los impuestos de todos y de la desvergüenza y villanía de unos pocos.
Pero el Estado sí puede hacer algo: bajar sueldos de políticos. En Francia, Hollande ha entrado rebajando un 30 por ciento en sueldos de su gabinete. Aquí solo hubo un tímido intento. Se pueden liquidar políticos por derribo de instituciones como el Senado o las Diputaciones. Y ¿tal vez suprimir boato junto con coches oficiales? Ya sería algo.
Se me ocurren otras posibilidades viables sin desmontar el propio Estado, pero aquí ya habría mucha tela que cortar y una buena tajada que sacar. Ya hemos hablado de ello.
Con miedo en los huesos rememoro tiempos pasados. Los lectores mayores recordarán también -años cincuenta en Montilla-, niños con pantalones remendados, con zapatos agujereados y con el alma sin medias suelas aún. Años de miseria y pobreza, pero los pobres se conocían y se ayudaban. Tiempos que vuelven a la mente con asesina mirada.
Se habían acostumbrado, ¡qué remedio!, a no poder jugar en la calle, que es el territorio del coche. Se habían resignado a pasar largas horas en el colegio-guardería. Al menos allí podían jugar a algo con sus amiguitos. Los nuevos tiempos que les tocan vivir son más duros y dolorosos. ¡Vamos al grano!
Los datos que van saliendo a la luz sobre el aumento de la pobreza en nuestro entorno empiezan a ser preocupantes. Hasta hace poco, la indigencia era algo que acontecía en otros lugares y a los que contribuíamos con una modesta y puntual aportación en días señalados, colaborando con Unicef, Cáritas o cualquiera de las muchas asociaciones existentes en derredor nuestro.
España tenía la suerte de pertenecer al Primer Mundo y todos nosotros vivíamos felices y desahogadamente bien. Por supuesto, dicho estado de bienestar lo habíamos alcanzado con esfuerzo y trabajo, dado que el pan nuestro de cada día no retoña en una maceta del balcón.
Pero llegó “el tío Paco con las rebajas” y a mucha gente le ha apresado fuera de juego. Bien porque se hipotecó hasta las cejas en un “mundo feliz” que parecía no tener fin, o bien porque además se quedó sin trabajo de la noche a la mañana. Y todo se derrumba, todo se viene abajo. Solo la miseria brota ya en los tiestos del balcón.
En definitiva, que llegó la crisis, aumentó el paro, disminuyeron los ingresos y hubo que eliminar gastos, primero superfluos y después necesarios. Y suprimir en alimentación es una de las posibilidades. Por supuesto que en todos los casos esta opción es un suplicio, porque no tener qué llevarse a la boca es angustiante y deprime al más “pintao”.
Por un lado, el impacto de la crisis se traduce en un empeoramiento de las condiciones de vida. Aparecen problemas de convivencia, dificultades en las relaciones familiares. Esta situación repercute en menos posibilidades de gastos en ropa, en calzado y en una cada vez más mala calidad de nutrición.
Una menor disposición de ingresos reduce la calidad de una comida someramente equilibrada, lo que entraña, a su vez, caer en una alimentación de subsistencia elemental. ¡Terrible…!
Dice la prensa: “Por primera vez los niños son el colectivo más pobre en España. Cerca de 2.200.000 niños viven por debajo del umbral de la pobreza y se han convertido en el colectivo más afectado por la crisis económica, según el último informe sobre infancia de Unicef”.
El documento Infancia en España 2012-2013 destaca que en solo dos años hay casi 205.000 niños más que viven en hogares con unos ingresos inferiores al 60 por ciento de la media nacional.
El número de hogares con niños con todos sus miembros adultos sin trabajo ha crecido un 120 por ciento entre 2007 y 2010. La situación de penuria casi integral en la infancia ha aumentado un 53 por ciento en los tres últimos años.
La Federación de Entidades de Atención y Educación a la Infancia y a la Adolescencia (Fedaia), en su informe titulado Pobreza infantil en Cataluña, resalta que: “La malnutrición ha pasado de afectar al 2,9% de los niños al 4,4% en pocos meses. Destacan que la mayoría van a dormir sin cenar y acuden a la escuela sin desayunar, siendo la comida el único sustento del día”.
Cuando aparecía el titular de prensa: “cerca de 2.200.000 de niños viven bajo el umbral de la pobreza en España”, Rankia, periódico de información económica lo transformaba así: “el titular correcto es: cerca de 2.200.000 de niños bajo el umbral de la pobreza en España, 'conviven' con 450.000 políticos, algunos de ellos con 14 sueldos simultáneos, con una corrupción generalizada y banqueros con sueldos estratosféricos”. ¡Es gordo el asunto!
Ante los datos con los que este periódico digital complementa la noticia, no seré yo quien le corrija la plana. Solo me atrevo a introducir un verbo nuevo a ambos titulares: “malviven” o, si lo prefieren, “mueren poco a poco” esos niños, mientras soportamos la dura carga de tantos políticos avarientos que acaparan esa ingente cantidad de sueldos. ¡Vergüenza, justicia…!
Alimentamos a 450.000 políticos. Para muestra un botón. La actual Junta de Andalucía “presume de austeridad pero mantiene los pluses de altos cargos”, algunos de los cuales cobran más que Griñán.
La dura realidad es que esto no tiene trazas de disminuir, antes bien dicen que va para largo y puede que aún tengamos mucho desierto por delante. La clase media española, que hasta ahora era motor de consumo, está en bancarrota y seriamente afectada por esta crisis. Menos ingresos arrastran menos consumo y la pobreza seguirá inmisericorde hincando sus garras sobre gran cantidad de personas en este país.
Ciertamente, los políticos de todos los colores han mostrado intenciones de hacer algo al respecto. Pero ¿podemos fiarnos de las promesas electorales? Creo que a estas alturas, la realidad se muestra más contundente y tenaz que la idealidad política.
Debo reconocer que hasta es posible que nos falte algo de “conciencia social”. Hay que volver a extender la mano al próximo para ayudar en lo que se pueda, bien sea de forma directa o indirecta a través de las organizaciones existentes, sean del color que sean. El hambre no distingue los colores políticos; tampoco sabe de religión. El hambre sabe de miseria y desesperación.
¿Por qué saco este tema? ¿Qué puedo hacer yo por tanta gente que vive al límite de sus posibilidades? ¡Eso es cosa del Estado…! No estaría tan seguro de dicha afirmación. El Estado, desgraciadamente, no puede hacer frente a todas las circunstancias que nos afrentan y nos conducen a un peor vivir. El Estado somos todos puesto que se nutre de los impuestos de todos y de la desvergüenza y villanía de unos pocos.
Pero el Estado sí puede hacer algo: bajar sueldos de políticos. En Francia, Hollande ha entrado rebajando un 30 por ciento en sueldos de su gabinete. Aquí solo hubo un tímido intento. Se pueden liquidar políticos por derribo de instituciones como el Senado o las Diputaciones. Y ¿tal vez suprimir boato junto con coches oficiales? Ya sería algo.
Se me ocurren otras posibilidades viables sin desmontar el propio Estado, pero aquí ya habría mucha tela que cortar y una buena tajada que sacar. Ya hemos hablado de ello.
Con miedo en los huesos rememoro tiempos pasados. Los lectores mayores recordarán también -años cincuenta en Montilla-, niños con pantalones remendados, con zapatos agujereados y con el alma sin medias suelas aún. Años de miseria y pobreza, pero los pobres se conocían y se ayudaban. Tiempos que vuelven a la mente con asesina mirada.
Enlaces de interés
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PEPE CANTILLO