Era ya tradicional en los medios periodísticos que, cada cierto tiempo, se les diera una denominación a los jóvenes con el calificativo de “generación tal o cual”. Esto era muy socorrido pues se lograba hablar de un colectivo muy amplio sin que se conocieran verdaderamente sus problemas, sus inquietudes, sus aspiraciones, sus modos de entender la vida.
En realidad, no se trataba de verdaderas generaciones, pues desde el punto de vista de la Sociología se habla de generación cada 25 años, es decir, cuando se produce el nacimiento de nuevos seres humanos a partir de la llegada de una generación a la edad con capacidad de crear una familia y tener hijos (aunque esto hoy habría que revisarlo).
Sobre este tema, los que estamos trabajando en el nivel superior de la enseñanza nos encontramos en una excelente plataforma para saber qué les sucede a los jóvenes, cuáles son sus aficiones, cuáles son sus cualidades o puntos fuertes y también sus débiles; todo ello, claro está, desde la perspectiva de la generación precedente.
Y si se ha permanecido en esa plataforma durante muchos años, como es mi caso, vas viendo pasar una promoción tras otra, por lo que se tiene la suerte de sentirse impregnado de la proximidad de todo lo bueno que trae la última de ellas.
Desde mi punto de vista, esta es una de las mejores cosas que a uno le puede ocurrir en este trabajo: siempre estás en contacto directo con la gente joven y cerca de todo lo nuevo que traen.
A la última (o penúltima), que yo sepa, se le aplicó el término de “mileurista”, como expresión de que eran mil euros lo que ganaban los que trabajaban, aunque, ciertamente, no eran todos, pues ya sabemos bastante de la tasa escandalosa de paro que soportan los jóvenes de este país.
Pero hoy muchos se darían con un canto en los dientes si tuvieran trabajo, aunque fuera por mil euros. La crisis económica que ha generado el capitalismo financiero, y que para simplificar y como eufemismo se habla de “los mercados”, está llevando a gran parte de ellos a un callejón sin salida, o lo que es lo mismo, a la mayor de las incertidumbres de cara a su futuro.
Es curioso, pero en algún diario he visto escrito “nimileuristas”, atribuyéndole esta palabreja a los que hoy rondan o han superado la veintena, puesto que ya ni siquiera tendrán esos mil euros. La Reforma Laboral, esa que tan contenta ha dejado a la banca y a la gran patronal, y cuyos portavoces y corifeos no han perdido ni un segundo para alabarla y felicitar a sus promotores, ha colocado a toda una generación al borde del abismo.
Si no fuera así, no se entendería que en los últimos años hayan salido de nuestro país nada menos que trescientos mil jóvenes para abrirse un futuro que aquí se les niega. Y no es una emigración llevada a cabo por los que menos preparación profesional tienen, sino todo lo contrario: son jóvenes “suficientemente preparados” (tal como se les denominaba hace algunos años a partir de una campaña publicitaria) los que han traspasado las fronteras para labrarse un futuro digno.
Desde mi situación procuro estar al lado de ellos, defendiendo sus reivindicaciones e intentando hacer lo mejor posible mi trabajo para que adquieran buena formación y abriendo, de vez en cuando, debates sobre sus ideas, sus inquietudes, sus aficiones… Y dado que escribo en distintos medios de comunicación, en ocasiones, me apoyo en debates o encuestas que les he pasado para confeccionar algunos artículos acerca de su mundo.
De este modo, no hace muchos años, escribí para una revista mensual una serie de artículos acerca de la visión que los jóvenes tenían del mundo de los mayores, incluyendo el de sus padres. También, el año pasado, como los lectores de Negro sobre blanco pueden recordar, lo hice sobre la relación que tienen con las redes sociales, tras unas controvertidas declaraciones de monseñor Rouco Varela.
Recientemente, lo he hecho en este mismo medio digital sobre los aprendizajes que adquieren a partir de las informaciones que reciben de los medios de comunicación y los que les ofrecemos el profesorado en los centros por los que pasan.
Cierto que no fue el resultado de unas encuestas rigurosas, sino unas conclusiones personales a partir de unos debates que promoví en el aula, y que, por lógica, poseen un carácter mas bien relativo, con tintes de aproximación hacia una realidad que habría que indagarla con mayor rigurosidad.
Pero también estas aproximaciones, digamos “impresionistas” (de impresiones directas, no de esa corriente pictórica tan renombrada), tienen el valor de la espontaneidad y la sinceridad.
Creo que no descubro nada si ahora digo que la gente joven tiene una verdadera afición a lo más reciente que haya salido de los móviles y los portátiles –en cualquiera de sus variantes–, esas pequeñas máquinas que forman parte indispensable de sus vidas y que algunos casi no podrían vivir sin ellas.
Y lo que últimamente percibo es la fuerte incidencia que ejercen en sus comportamientos, ya que en algunos casos raya en una verdadera adicción a las redes sociales y a la comunicación digital.
Esta adicción se ha hecho tan fuerte que mientras estoy explicando el clase observo que hay algunos alumnos o alumnas que, debajo de la mesa, están con sus dos manos utilizando el móvil, supongo que para saber si alguien les ha mandado un mensaje.
Y en este curso lo he visto con tal intensidad que el próximo, nada más empezar, les diré que guarden los móviles y que los utilicen, si lo desean, cuando las clases acaben, pues resulta muy molesto que mientras explicas, bastantes de ellos estén, como digo, por debajo de la mesa consultando el WhatsApp o cualquier perfil de Facebook.
Pero lo que ya me dejó verdaderamente alucinado fue que durante los exámenes parciales que he realizado en algunas asignaturas había casos que mientras escribían consultaban al mismo tiempo la pantalla del móvil.
No salía de mi asombro y me preguntaba: “¿Cómo es posible que estén realizando un ejercicio que necesita bastante concentración y que al mismo tiempo estén mirando cada dos por tres la pantalla del móvil?”.
Para mí, no me cabe la menor duda de que esta afición al móvil, como medio de conectarse a una realidad virtual, se está convirtiendo en una verdadera adicción, con todos los inconvenientes que presenta cualquier forma adictiva.
Y no es solamente la opinión de alguien que pertenece a una generación que ha visto llegar de manera tardía el mundo virtual, sino que ellos mismos me lo reconocieron en la clase cuando abrí un debate sobre la relación que mantienen con las nuevas tecnologías.
No es de extrañar, pues, el gran “pelotazo” que ha dado Mark Zuckerberg, cuya fortuna a sus 28 años alcanza la mareante cifra de 21.000 millones de dólares, entrando en el club de los supermillonarios y cuyo invento ahora se cotiza en Bolsa. Este, claro, se ha hecho adicto a un producto más del gusto de los mercados: el dinero.
En realidad, no se trataba de verdaderas generaciones, pues desde el punto de vista de la Sociología se habla de generación cada 25 años, es decir, cuando se produce el nacimiento de nuevos seres humanos a partir de la llegada de una generación a la edad con capacidad de crear una familia y tener hijos (aunque esto hoy habría que revisarlo).
Sobre este tema, los que estamos trabajando en el nivel superior de la enseñanza nos encontramos en una excelente plataforma para saber qué les sucede a los jóvenes, cuáles son sus aficiones, cuáles son sus cualidades o puntos fuertes y también sus débiles; todo ello, claro está, desde la perspectiva de la generación precedente.
Y si se ha permanecido en esa plataforma durante muchos años, como es mi caso, vas viendo pasar una promoción tras otra, por lo que se tiene la suerte de sentirse impregnado de la proximidad de todo lo bueno que trae la última de ellas.
Desde mi punto de vista, esta es una de las mejores cosas que a uno le puede ocurrir en este trabajo: siempre estás en contacto directo con la gente joven y cerca de todo lo nuevo que traen.
A la última (o penúltima), que yo sepa, se le aplicó el término de “mileurista”, como expresión de que eran mil euros lo que ganaban los que trabajaban, aunque, ciertamente, no eran todos, pues ya sabemos bastante de la tasa escandalosa de paro que soportan los jóvenes de este país.
Pero hoy muchos se darían con un canto en los dientes si tuvieran trabajo, aunque fuera por mil euros. La crisis económica que ha generado el capitalismo financiero, y que para simplificar y como eufemismo se habla de “los mercados”, está llevando a gran parte de ellos a un callejón sin salida, o lo que es lo mismo, a la mayor de las incertidumbres de cara a su futuro.
Es curioso, pero en algún diario he visto escrito “nimileuristas”, atribuyéndole esta palabreja a los que hoy rondan o han superado la veintena, puesto que ya ni siquiera tendrán esos mil euros. La Reforma Laboral, esa que tan contenta ha dejado a la banca y a la gran patronal, y cuyos portavoces y corifeos no han perdido ni un segundo para alabarla y felicitar a sus promotores, ha colocado a toda una generación al borde del abismo.
Si no fuera así, no se entendería que en los últimos años hayan salido de nuestro país nada menos que trescientos mil jóvenes para abrirse un futuro que aquí se les niega. Y no es una emigración llevada a cabo por los que menos preparación profesional tienen, sino todo lo contrario: son jóvenes “suficientemente preparados” (tal como se les denominaba hace algunos años a partir de una campaña publicitaria) los que han traspasado las fronteras para labrarse un futuro digno.
Desde mi situación procuro estar al lado de ellos, defendiendo sus reivindicaciones e intentando hacer lo mejor posible mi trabajo para que adquieran buena formación y abriendo, de vez en cuando, debates sobre sus ideas, sus inquietudes, sus aficiones… Y dado que escribo en distintos medios de comunicación, en ocasiones, me apoyo en debates o encuestas que les he pasado para confeccionar algunos artículos acerca de su mundo.
De este modo, no hace muchos años, escribí para una revista mensual una serie de artículos acerca de la visión que los jóvenes tenían del mundo de los mayores, incluyendo el de sus padres. También, el año pasado, como los lectores de Negro sobre blanco pueden recordar, lo hice sobre la relación que tienen con las redes sociales, tras unas controvertidas declaraciones de monseñor Rouco Varela.
Recientemente, lo he hecho en este mismo medio digital sobre los aprendizajes que adquieren a partir de las informaciones que reciben de los medios de comunicación y los que les ofrecemos el profesorado en los centros por los que pasan.
Cierto que no fue el resultado de unas encuestas rigurosas, sino unas conclusiones personales a partir de unos debates que promoví en el aula, y que, por lógica, poseen un carácter mas bien relativo, con tintes de aproximación hacia una realidad que habría que indagarla con mayor rigurosidad.
Pero también estas aproximaciones, digamos “impresionistas” (de impresiones directas, no de esa corriente pictórica tan renombrada), tienen el valor de la espontaneidad y la sinceridad.
Creo que no descubro nada si ahora digo que la gente joven tiene una verdadera afición a lo más reciente que haya salido de los móviles y los portátiles –en cualquiera de sus variantes–, esas pequeñas máquinas que forman parte indispensable de sus vidas y que algunos casi no podrían vivir sin ellas.
Y lo que últimamente percibo es la fuerte incidencia que ejercen en sus comportamientos, ya que en algunos casos raya en una verdadera adicción a las redes sociales y a la comunicación digital.
Esta adicción se ha hecho tan fuerte que mientras estoy explicando el clase observo que hay algunos alumnos o alumnas que, debajo de la mesa, están con sus dos manos utilizando el móvil, supongo que para saber si alguien les ha mandado un mensaje.
Y en este curso lo he visto con tal intensidad que el próximo, nada más empezar, les diré que guarden los móviles y que los utilicen, si lo desean, cuando las clases acaben, pues resulta muy molesto que mientras explicas, bastantes de ellos estén, como digo, por debajo de la mesa consultando el WhatsApp o cualquier perfil de Facebook.
Pero lo que ya me dejó verdaderamente alucinado fue que durante los exámenes parciales que he realizado en algunas asignaturas había casos que mientras escribían consultaban al mismo tiempo la pantalla del móvil.
No salía de mi asombro y me preguntaba: “¿Cómo es posible que estén realizando un ejercicio que necesita bastante concentración y que al mismo tiempo estén mirando cada dos por tres la pantalla del móvil?”.
Para mí, no me cabe la menor duda de que esta afición al móvil, como medio de conectarse a una realidad virtual, se está convirtiendo en una verdadera adicción, con todos los inconvenientes que presenta cualquier forma adictiva.
Y no es solamente la opinión de alguien que pertenece a una generación que ha visto llegar de manera tardía el mundo virtual, sino que ellos mismos me lo reconocieron en la clase cuando abrí un debate sobre la relación que mantienen con las nuevas tecnologías.
No es de extrañar, pues, el gran “pelotazo” que ha dado Mark Zuckerberg, cuya fortuna a sus 28 años alcanza la mareante cifra de 21.000 millones de dólares, entrando en el club de los supermillonarios y cuyo invento ahora se cotiza en Bolsa. Este, claro, se ha hecho adicto a un producto más del gusto de los mercados: el dinero.
AURELIANO SÁINZ