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Montilla-Moriles, tenemos un problema

El título de la columna de hoy debe leerse como si fuéramos los astronautas del Apollo 13, llamando a Houston como locos. Dicho lo cual, les voy poniendo en antecedentes... Mayo es el mes cordobés por excelencia y, sin duda, por méritos propios: ahí están los patios, las cruces, la feria en la capital de la provincia y, hasta el año pasado, también la Cata del Vino Montilla-Moriles.

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Lo reconozco: me ha gustado que esta celebración gastronómico-enológico-cultural de cuchipanda haya tenido lugar este año en el mes de abril, bien separadita de los fastos feriales cordobeses.

Y lo subrayo porque ya empezaba a hartarme que la Cata, un evento con entidad y personalidad propias, fuese tomada como una mera actividad más del programa general de festejos, tanto por las instituciones como por el vecindario capitalino en general.

La Cata es de por sí un argumento, un objetivo, una razón. Ahora, lo que falta –y no me cansaré de repetirlo- es publicidad, pero no conformándonos con el público cordobés, que ya sabe de sobra de la vida y milagros de nuestro “liquido elemento”, sino que la gente de otros lares se entere y percate de los vinos que pare esta tierra.

Que Enrique Garrido, director-gerente del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Montilla-Moriles, reconozca que nuestros vinos "adolecen de una falta de marketing", es un pequeño pero importante primer paso, tanto como el del alcohólico o el drogodependiente que no empiezan a ver el final del túnel hasta reconocer lo que son y el problema que eso conlleva.

Lo jodido de todo este asunto es que tal análisis llega en unos tiempos perros como pocos, con el consumo por los suelos, con una competencia feroz y con las ayudas públicas y privadas que solo aparecen en espejismos. Porque tener una falta de marketing se corrige sobre todo con pasta, con dinero, con manteca de Flandes.

Dinero e ideas, como hace Francis Robles, pionero al colocar sus vinos en las redes sociales –y me consta que el amigo Paco Hidalgo de Alvear anda barruntando por el mismo camino-. Igual que las familias del vino de tinaja de los Lagares de la Sierra: aguzar el ingenio es básico cuando no se tienen abultadas cuentas de las que tirar.

Y no olvidemos al veterano Rafael Córdoba, de Pérez Barquero, cuya hija Adela está también por la labor de utilizar todas las nuevas herramientas que las tecnologías ofrecen para la promoción de sus vinos.

Volviendo a la Cata, ya que no hay “producción” para hacerla en Madrid, Londrés o Tokyo, ahora que tiene fecha propia y ha vuelto al maravilloso enclave de la Diputación, sería conveniente que los principales medios de comunicación nacionales, internacioneles y especializados fuesen invitados.

Y cuando digo "invitados", que lo sean de verdad y no de boquilla. Aunque, eso sí, habrá que seleccionarlos bien porque no solo hay piratas en Internet, que los “sobre-cogedores” del mundo gastronómico tienen más peligro que un merengue de Manolito Aguilar en la boca de un diabético. Prometo contar de estos pájaros en una próxima ocasión...

JOSÉ LUIS SALAS
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