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Me bajo del tranvía

Ya se lo anuncio: me bajo, salto del tren. ¿Qué digo del tren? No, me bajo del tranvía, del esperpéntico tranvía de nuestra democracia. Me importa un bledo –sí, un bledo- que los oficialistas del sistema, mejor aún, los "oficinistas" del sistema, me tachen de "reaccionario". Ya quisieran todos ellos, desde el primero al último representante de todos y cada uno de los partidos políticos que sientan sus reales en nuestras instituciones, gozar de la salud democrática que yo disfruto y que, por ello, sufro.

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¿He dicho "quisieran"? Qué va. No lo quieren, si no, otro gallo nos cantaría. Les resulta mucho más cómodo y productivo seguir siendo como son, simples manipuladores del sentimiento democrático, al que prostituyen a diario obteniendo de este ejercicio pingües y sucios beneficios.

Los que están arriba porque dirigen este negocio en el que se han convertido los partidos políticos en España y el ejercicio del poder, y los que están abajo por carecer de capacidad o arrestos para tener criterio propio o hacerlo valer.

Porque, ¿no nos dirán ahora que no es nuestro sistema de partidos, aquello en lo que han convertido la utopía de la democracia participativa, el que ha generado la situación en la que nos encontramos?

Ahora dicen que los mercados, que la indolencia de la banca o los oscuros intereses de los especuladores son los causantes de nuestras desgracias, pero se callan que ellos, nuestros gobiernos de todo nivel, tenían la responsabilidad de controlar aquellos mercados, fiscalizar la banca y poner coto a la especulación.

Es más. Son los propios partidos políticos, todos ellos, desde la izquierda que ahora se dice plural a la derecha, quienes han pretendido, a veces con éxito, introducir sus garras en los mercados, hacerse con el poder de la banca –ahí está el descalabro total del sistema de cajas de ahorros, parasitadas por unos y otros sin excepción- y confraternizar con el especulador permitiendo esa explosionada burbuja inmobiliaria basada, simplemente, en la especulación que del suelo se ha venido haciendo desde ayuntamientos y comunidades autónomas.

La solución: pagar entre todos lo que han generado solo unos pocos que, además, se han beneficiado de ello. Por eso quiero bajarme ya de este medio de transporte y recorrer mi camino por mi cuenta, convencido de que no vale la pena pagar un billete tan caro para que ni te lleven a tu destino y, por el contrario, terminen descarrilándote y llenándote de magulladuras.

ENRIQUE BELLIDO
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