El sueño europeísta no pasa por su mejor momento. Ni en lo económico, ni en lo emocional, ni en lo político. Asistimos perplejos a la inacción de las instituciones europeas, incapaces de frenar las amenazas que nos acechan. La pasada semana conmemoramos el Día de Europa en recuerdo del discurso que Robert Schumann, exministro francés de Asuntos Exteriores, pronunció en 1950. Con la Declaración Schumann nació el principio de una Europa reconciliada, tras dos guerras fratricidas que destruyeron las almas y los cuerpos europeos.
La vocación europeísta de los Padres Fundadores consiguió poner en común la producción del carbón y del acero de Francia y Alemania, como primer paso hacia la Unión. El romanticismo de la Comunidad para el Carbón y el Acero (CECA) puso en común las materias primas que, años atrás, sirvieron para la guerra. Schumann animó a levantar “una federación europea indispensable para la preservación de la paz”.
No obstante, con sus muchas luces y sombras, la Unión Europea sigue siendo una historia de éxito. Es el edificio más romántico que los europeos hemos edificado tras el fin de la II Guerra Mundial. Ningún espacio político mundial goza de un marco similar de respeto a los derechos humanos, bienestar social, igualdad y riqueza. Ya quisieran China, Brasil, India o Rusia una redistribución de la riqueza idéntica a la europea.
Esta situación privilegiada peligra si no modificamos nuestra estructura de veintisiete partes inconexas. La crisis del euro sería evitable si la moneda común estuviera respaldada por un verdadero Banco Central Europeo, con plenas competencias monetarias. La crisis de deuda no tambalearía los cimientos de la UE ni la felicidad de los ciudadanos del Sur, si fuéramos los Estados Unidos de Europa.
Los Estados europeos son presas fáciles para empresas y entidades financieras globalizadas. Ni el poderío alemán es suficiente para sortear los retos del futuro inminente en un mundo multipolar.
De un 20 por ciento de la población mundial en 1950, los europeos pasaremos a representar solo el 7 por ciento en 2050. China superará a Estados Unidos en PIB en solo cinco años, según el Fondo Monetario Internacional. No es casual que los chinos ya controlen el 97 por ciento de los “nuevos minerales” para tecnología, que se encuentran en África.
O Europa aspira a competir con democracias o será sobrepasada por dictaduras “emergentes” que en los derechos humanos y en la igualdad solo ven impedimentos para su desarrollo económico.
En política exterior, la UE es insignificante. Somos vistos como un continente de veintisiete partes irrelevantes para chinos, norteamericanos o latinoamericanos. Nuestra política energética es una lucha de intereses estatales que, además de cara e insostenible ecológicamente, no garantiza el suministro energético.
Somos líderes en derechos humanos plasmados en directivas, tratados y convenios internacionales, pero la Unión es tibia con Estados de la UE que legislan contra los derechos fundamentales. Además, mantenemos acuerdos estratégicos, en el exterior, con enemigos de los derechos humanos. Económicamente, hemos dejado atrás el optimismo especulativo y hemos caído en una eurodepresión que está condenado a la pobreza a los deficitarios europeos del sur.
La estrategia de integración ha quedado en vía muerta tras la fiesta de ingreso de los países del Este. La falta de entusiasmo europeísta de los líderes políticos de la UE ha hecho desaparecer la posibilidad de ingreso de Turquía, un Estado influyente en el mundo árabe que, en respuesta a la inacción de la UE, ha cambiado de aliados y ya no mira a Europa ni de reojo.
El Parlamento Europeo es el único del mundo sin iniciativa legislativa y lastrado a un segundo plano en el debate político. Las mujeres y hombres que gobiernan la Comisión Europea carecen de legitimidad democrática y son meros funcionarios nombrados a dedo por los jefes de Estado o presidentes de Gobierno de los Veintisiete. El Consejo está liderado por un líder, Herman Van Rompuy, sin liderazgo y ninguneado por los Estados-nación.
La ciudadanía europea se aleja en lo emocional y en lo político del sueño de Robert Schumman. La ultraderecha gana la batalla a la convivencia y avisa de que lo que la UE, que nació para garantizar la paz social, se está convirtiendo en la mejor medicina para el ascenso de los populismos y la violencia contra el diferente.
A pesar de todo, la UE sigue siendo un sueño romántico para los que creemos que unir ciudadanos es más hermoso que anexionar Estados. La utopía paneuropea continúa mereciendo la pena. El europeísmo es hoy más imprescindible que nunca.
Frente a la Europa de las identidades asesinas y del mercado común hay alternativas para refundar otra Europa: humanista, solidaria, ética, federalista y sostenible en lo económico y en lo ecológico.
Conmemorar la Declaración Schumann, 62 años después de su pronunciamiento, se convierte en un punto de inflexión en medio de esta eurodepresión. La UE, como institución política y sueño humanista, no es culpable de la gestión de sus gobernantes. Como tampoco el Estado autonómico español es responsable de la gestión que han hecho sus líderes.
Hoy, como ayer, la defensa de la Unión Europea significa paz social, derechos humanos, prosperidad económica, solidaridad, humanismo y bienestar social. Unir ciudadanos y crear “solidaridades de hecho”, como expresó Schumann en 1950, sigue siendo un sueño romántico y digno de defender para conquistar el futuro de pasado mañana.
La vocación europeísta de los Padres Fundadores consiguió poner en común la producción del carbón y del acero de Francia y Alemania, como primer paso hacia la Unión. El romanticismo de la Comunidad para el Carbón y el Acero (CECA) puso en común las materias primas que, años atrás, sirvieron para la guerra. Schumann animó a levantar “una federación europea indispensable para la preservación de la paz”.
No obstante, con sus muchas luces y sombras, la Unión Europea sigue siendo una historia de éxito. Es el edificio más romántico que los europeos hemos edificado tras el fin de la II Guerra Mundial. Ningún espacio político mundial goza de un marco similar de respeto a los derechos humanos, bienestar social, igualdad y riqueza. Ya quisieran China, Brasil, India o Rusia una redistribución de la riqueza idéntica a la europea.
Esta situación privilegiada peligra si no modificamos nuestra estructura de veintisiete partes inconexas. La crisis del euro sería evitable si la moneda común estuviera respaldada por un verdadero Banco Central Europeo, con plenas competencias monetarias. La crisis de deuda no tambalearía los cimientos de la UE ni la felicidad de los ciudadanos del Sur, si fuéramos los Estados Unidos de Europa.
Los Estados europeos son presas fáciles para empresas y entidades financieras globalizadas. Ni el poderío alemán es suficiente para sortear los retos del futuro inminente en un mundo multipolar.
De un 20 por ciento de la población mundial en 1950, los europeos pasaremos a representar solo el 7 por ciento en 2050. China superará a Estados Unidos en PIB en solo cinco años, según el Fondo Monetario Internacional. No es casual que los chinos ya controlen el 97 por ciento de los “nuevos minerales” para tecnología, que se encuentran en África.
O Europa aspira a competir con democracias o será sobrepasada por dictaduras “emergentes” que en los derechos humanos y en la igualdad solo ven impedimentos para su desarrollo económico.
En política exterior, la UE es insignificante. Somos vistos como un continente de veintisiete partes irrelevantes para chinos, norteamericanos o latinoamericanos. Nuestra política energética es una lucha de intereses estatales que, además de cara e insostenible ecológicamente, no garantiza el suministro energético.
Somos líderes en derechos humanos plasmados en directivas, tratados y convenios internacionales, pero la Unión es tibia con Estados de la UE que legislan contra los derechos fundamentales. Además, mantenemos acuerdos estratégicos, en el exterior, con enemigos de los derechos humanos. Económicamente, hemos dejado atrás el optimismo especulativo y hemos caído en una eurodepresión que está condenado a la pobreza a los deficitarios europeos del sur.
La estrategia de integración ha quedado en vía muerta tras la fiesta de ingreso de los países del Este. La falta de entusiasmo europeísta de los líderes políticos de la UE ha hecho desaparecer la posibilidad de ingreso de Turquía, un Estado influyente en el mundo árabe que, en respuesta a la inacción de la UE, ha cambiado de aliados y ya no mira a Europa ni de reojo.
El Parlamento Europeo es el único del mundo sin iniciativa legislativa y lastrado a un segundo plano en el debate político. Las mujeres y hombres que gobiernan la Comisión Europea carecen de legitimidad democrática y son meros funcionarios nombrados a dedo por los jefes de Estado o presidentes de Gobierno de los Veintisiete. El Consejo está liderado por un líder, Herman Van Rompuy, sin liderazgo y ninguneado por los Estados-nación.
La ciudadanía europea se aleja en lo emocional y en lo político del sueño de Robert Schumman. La ultraderecha gana la batalla a la convivencia y avisa de que lo que la UE, que nació para garantizar la paz social, se está convirtiendo en la mejor medicina para el ascenso de los populismos y la violencia contra el diferente.
A pesar de todo, la UE sigue siendo un sueño romántico para los que creemos que unir ciudadanos es más hermoso que anexionar Estados. La utopía paneuropea continúa mereciendo la pena. El europeísmo es hoy más imprescindible que nunca.
Frente a la Europa de las identidades asesinas y del mercado común hay alternativas para refundar otra Europa: humanista, solidaria, ética, federalista y sostenible en lo económico y en lo ecológico.
Conmemorar la Declaración Schumann, 62 años después de su pronunciamiento, se convierte en un punto de inflexión en medio de esta eurodepresión. La UE, como institución política y sueño humanista, no es culpable de la gestión de sus gobernantes. Como tampoco el Estado autonómico español es responsable de la gestión que han hecho sus líderes.
Hoy, como ayer, la defensa de la Unión Europea significa paz social, derechos humanos, prosperidad económica, solidaridad, humanismo y bienestar social. Unir ciudadanos y crear “solidaridades de hecho”, como expresó Schumann en 1950, sigue siendo un sueño romántico y digno de defender para conquistar el futuro de pasado mañana.
RAÚL SOLÍS