Guste más o menos, se esté en mayor o menor medida de acuerdo, una de las sagas más novedosas –y de mayor calidad- de la generación actual es Assasin´s Creed. Sin lugar a dudas. La saga protagonizada por Desmond, Altair y Ezio Auditore ha elevado a los franceses de Ubisoft al Salón de la Fama en los últimos años.
Los juegos de semejante franquicia deleitaban a los jugadores de medio mundo. No obstante, la gallina de los huevos de oro empezaba ya a producir más bien bronce: la segunda entrega, cuya cabeza visible era la del tercer personaje en discordia, contaba ya con tres entregas y la monotonía entraba en escena.
De Auditore conocíamos su adolescencia, juventud, madurez, y prácticamente su senectud. Demasiadas veces le hemos visto la cara al pobre hombre, tantas que poco nuevo se puede contar ya.
Llegados a este punto, los chicos de Ubisoft se preguntarían: ¿qué hacemos para seguir sacándole los cuartos a la comunidad de jugones, pero que no sea tan descarado como un Assasin´s Creed II: Ezio Da Zombie? La respuesta tornaba simple: un golpe en la mesa, un golpe de efecto. Es decir, carpetazo a la segunda entrega. Así nació la tercera.
Se dejó de caer como el que no quiere la cosa, como los anuncios televisivos de libros de texto en junio. Disimuladamente. Obtuvieron lo que querían: el interés o hype de los seguidores de la saga se disparó tan pronto como oyeron que a la saga se le sumaba una I más.
Se acompañó de la carátula del juego, varias imágenes de arte y alguna que otra de juego interno. Este gameplay del que hablamos vaticinaba grandes gráficos y unos entornos preciosos. Entornos, entornos, entornos… pero, ¿qué entornos? Pues los de una América colonizada, aun bajo el yugo de sus opresores. Lo que viene a significar una cosa: Assasin´s Creed III se sitúa, temporalmente, en la Guerra de Independencia Norteamericana. ¿Extraña elección? Según se mire.
Indudablemente, y dejando a un lado el orgullo patrio de las aurículas de mi corazón, todo lo americano es más reconocido por su ¿alto valor? y vende más. Por descontado se da que es el territorio que reina sobre el globo.
Por otro lado, Ubisoft había localizado las anteriores entregas en zonas del Viejo Continente o cercanas al mismo. Era hora de cambiar las tornas. No habría estado mal haber tirado del enorme potencial de la Revolución Francesa, acontecimiento histórico de innegable relevancia, tal y como apuntaban los rumores.
Pero bien por ausencia de egocentrismo, bien por los motivos anteriores, los creadores de Rayman han decidido cruzar el charco. Para ello se han dejado de bobadas y no lo han hecho a estilo perro. Han nadado a un crol y mariposa perfectos.
Lo que esta espléndida metáfora acuática oculta es un beneplácito grandioso a la labor que el estudio está realizando. El juego se encuentra en una etapa de desarrollo pre-alpha, lo que viene a significar una época de producción muy prematura.
Pese a ello, ya hace gala de los aires de grandeza que va a poseer: vastos paisajes helados por recorrer, monturas de caballo o la introducción de interiores como opción que se puede explorar son algunas de las bondades que presenta. Eso en cuanto a posibilidades espaciales.
Por otra parte, el nuevo protagonista abandona las raíces aristocráticas de las que gozaba Ezio para poner los pies en el suelo. En esta ocasión, nuestro contemporáneo Desmond se introducirá en el Animus para introducirse en la mente de Connor, mitad británico mitad Mohawk, que en la lengua de Quevedo vendría a ser un indio.
Gracias a esas raíces, se añaden nuevas herramientas para el asesinato, como el arco o el hacha. No cabe duda que es una brisa nueva que le hacía falta a la franquicia. Y de brisas los indios entienden bastante.
Aún restan bastantes días hasta que se pueda tener el juego en las manos. Demasiados. Hasta el 30 de octubre no queda más que esperar, pacientemente, mientras se hace uso de las entregas que le preceden.
Con la historia tan apasionante que promete, un mundo más amplio que en los juegos previos, los nuevos utensilios y posibilidades… ¿Quién podría resistirse a asesinar por la patria? Todo ello sin contar la jugosa y cuantiosa edición coleccionista ya disponible para reserva previa. ¡A jugar a indios y vaqueros se ha dicho!
Los juegos de semejante franquicia deleitaban a los jugadores de medio mundo. No obstante, la gallina de los huevos de oro empezaba ya a producir más bien bronce: la segunda entrega, cuya cabeza visible era la del tercer personaje en discordia, contaba ya con tres entregas y la monotonía entraba en escena.
De Auditore conocíamos su adolescencia, juventud, madurez, y prácticamente su senectud. Demasiadas veces le hemos visto la cara al pobre hombre, tantas que poco nuevo se puede contar ya.
Llegados a este punto, los chicos de Ubisoft se preguntarían: ¿qué hacemos para seguir sacándole los cuartos a la comunidad de jugones, pero que no sea tan descarado como un Assasin´s Creed II: Ezio Da Zombie? La respuesta tornaba simple: un golpe en la mesa, un golpe de efecto. Es decir, carpetazo a la segunda entrega. Así nació la tercera.
Se dejó de caer como el que no quiere la cosa, como los anuncios televisivos de libros de texto en junio. Disimuladamente. Obtuvieron lo que querían: el interés o hype de los seguidores de la saga se disparó tan pronto como oyeron que a la saga se le sumaba una I más.
Se acompañó de la carátula del juego, varias imágenes de arte y alguna que otra de juego interno. Este gameplay del que hablamos vaticinaba grandes gráficos y unos entornos preciosos. Entornos, entornos, entornos… pero, ¿qué entornos? Pues los de una América colonizada, aun bajo el yugo de sus opresores. Lo que viene a significar una cosa: Assasin´s Creed III se sitúa, temporalmente, en la Guerra de Independencia Norteamericana. ¿Extraña elección? Según se mire.
Indudablemente, y dejando a un lado el orgullo patrio de las aurículas de mi corazón, todo lo americano es más reconocido por su ¿alto valor? y vende más. Por descontado se da que es el territorio que reina sobre el globo.
Por otro lado, Ubisoft había localizado las anteriores entregas en zonas del Viejo Continente o cercanas al mismo. Era hora de cambiar las tornas. No habría estado mal haber tirado del enorme potencial de la Revolución Francesa, acontecimiento histórico de innegable relevancia, tal y como apuntaban los rumores.
Pero bien por ausencia de egocentrismo, bien por los motivos anteriores, los creadores de Rayman han decidido cruzar el charco. Para ello se han dejado de bobadas y no lo han hecho a estilo perro. Han nadado a un crol y mariposa perfectos.
Lo que esta espléndida metáfora acuática oculta es un beneplácito grandioso a la labor que el estudio está realizando. El juego se encuentra en una etapa de desarrollo pre-alpha, lo que viene a significar una época de producción muy prematura.
Pese a ello, ya hace gala de los aires de grandeza que va a poseer: vastos paisajes helados por recorrer, monturas de caballo o la introducción de interiores como opción que se puede explorar son algunas de las bondades que presenta. Eso en cuanto a posibilidades espaciales.
Por otra parte, el nuevo protagonista abandona las raíces aristocráticas de las que gozaba Ezio para poner los pies en el suelo. En esta ocasión, nuestro contemporáneo Desmond se introducirá en el Animus para introducirse en la mente de Connor, mitad británico mitad Mohawk, que en la lengua de Quevedo vendría a ser un indio.
Gracias a esas raíces, se añaden nuevas herramientas para el asesinato, como el arco o el hacha. No cabe duda que es una brisa nueva que le hacía falta a la franquicia. Y de brisas los indios entienden bastante.
Aún restan bastantes días hasta que se pueda tener el juego en las manos. Demasiados. Hasta el 30 de octubre no queda más que esperar, pacientemente, mientras se hace uso de las entregas que le preceden.
Con la historia tan apasionante que promete, un mundo más amplio que en los juegos previos, los nuevos utensilios y posibilidades… ¿Quién podría resistirse a asesinar por la patria? Todo ello sin contar la jugosa y cuantiosa edición coleccionista ya disponible para reserva previa. ¡A jugar a indios y vaqueros se ha dicho!
SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN