Cristóbal Montoro –que no es Demóstenes ni está ahí por eso- defendía con coraje unos Presupuestos de hierro y hasta acuchillaba a un Rubalcaba preso de la mentira de los 26.500 millones más de déficit. Exhibía Rajoy músculo de mayoría absoluta para sacudirse el perpetuo dogal nacionalista de arrancar tajada –que luego todos reclaman- alquilando un rato el voto. Era miércoles. Y hasta subía la bolsa.
Luego llegó el jueves y, con él, la normalidad de la ventisca y el pedrisco que desde hace años nos azotan. Prima de riesgo arriba, bolsa abajo, Standard & Poor's degradándonos otros dos escalones como antesala de otra EPA aterradora: 5.639.500 parados, el 24,44 por ciento, de los que 365.900 son ya de Rajoy, pues son los nuevos de este primer trimestre de su Gobierno. Y, de postre, al rey lo tenían que operar otra vez de la cadera por ponerse a hacer audiencias antes de tiempo.
Y todo era malo, claro, y nos pesaba y deprimía nuestro ánimo –encima eliminaban al Madrid y al Barça, aunque solo tienen un alivio los atléticos-. Pero hasta puede decirse que nos vamos haciendo a esas cargas y a esos malos augurios que se suceden por todos lados: que si la recesión será aun peor que lo esperado según profetizan los expertos de bancos y cajas –reclamando de paso más dinero publico para sus agujeros-; que si no será hasta 2013 cuando crezca el PIB y en una miseria del 0,2 por ciento; y que si hasta 2014 no se creará empleo. Pues bueno, pues ya veremos cómo aguantamos, que otro remedio no nos queda...
Pero dignidad, corazón y memoria aún tenemos. Y eso fue lo que ofendió un ministro de Interior llamado Jorge Fernández Díaz al anunciar en un canutazo mal perpetrado –aún peor expuesto y explicado, con mirada huidiza y baja- nada más y nada menos que un Plan de Reinserción de Etarras.
Torpe fue lo que dijo pero aun fue mucho peor la duda, la zozobra sembrada. ¿Qué era aquello? ¿A qué venía? ¿Por qué esas contemplaciones, esa ofrenda para aplacar a los etarras? ¿A cuento de qué? ¿En busca de qué?
Era algo así como que si proclamaban su renuncia a la violencia y expresaban la ruptura formal con la banda –y sin tener siquiera que pedir perdón ni resarcir a las víctimas- se les darían unos cursillos (¿de cristiandad? ¿De fraternidad humana? ¿De Educación para la Ciudadanía?) y se les (¿agruparía? ¿Acercaría? ¿Beneficiaría?) reinsertaría.
No había un documento, no había otra cosa que la roma y borrosa explicación del ministro. No sabía a qué atenerse pero todo olía a fango. ¿Por qué no se había hablado con las víctimas del terrorismo en las últimas reuniones nada de eso? ¿En qué consiste el plan concretamente, punto a punto y condición a condición? ¿Dónde está escrito? ¿Cuáles son sus objetivos?
Dicen los optimistas que la medida "busca dividir a ETA". Aplauden alborozados y jaleados por todos los defensores de los planes de paz zapateriles, probildus y apaciguadores profesionales de profesionales, tales como Patxi López, Elena Valenciano o el nacionalista Urkullu, que ha insultado a toda la democracia, a todos los demócratas y a todas las víctimas de ETA agrupando Guerra Civil, dictadura y democracia en 75 años de guerra y bombas como si de la misma cosa se tratara y fueran los de ETA la más preclara continuación de sus gudaris –que, por cierto, se rindieron y pactaron, traicionando a la República, ante los valerosos fascistas italianos que venían de protagonizar la heroíca gesta de la estampida en Guadalajara-.
Aplauden ellos y se sumen en la perplejidad, la inquietud, la zozobra y el dolor no solo las víctimas directas sino tanta, tantísima gente que ha creído y quiere creer en la justicia y que espera y exige que los criminales cumplan sus condenas y sean castigados por sus crímenes.
Fue tal la congoja provocada por el titular de Interior que hubo de salir el presidente y comprometer, una vez más y por tres veces, que no había variación en su política, que "no habría beneficio penitenciario alguno". Y yo –y muchos- queremos creer a Rajoy. Pero entonces, ¿cuál es el Plan de Fernández Díaz?
Lo único cierto es que el ministro del Interior ha hecho un daño terrible. Ha afectado a la entraña y a la médula de los principios de mucha gente –ante todo, de los propios votantes del PP- que ha sentido la ruptura y la traición de un compromiso.
Este hombre, portada fallida de un ABC al que alguien –tal vez él mismo- "no negó" que fuera a ser presidente del Congreso y que tiene como hecho más glorioso el haber dejado a los pies de las redes mediáticas a su propia Policía en aquellos agigantados sucesos de Valencia cuando vino a aceptar, de entrada, una culpabilidad que luego resultó la más manoseada mentira, este ministro del Interior, el que ya va camino de ser el peor valorado de toda la historia democrática, ha cometido el peor error del PP en lo que va de Gobierno.
Un daño emocional, hoy por hoy, muy difícil de restañar. Pero que aunque no sea por la necesaria consideración que la ética y dignidad exigen y aunque solo sea por la del cálculo y el interés electoral, debe repararse de inmediato.
El presidente debe aclarar solemnemente su posición y la de su Gobierno. Y el ministro rectificar de manera contundente. Que quizás ya ha ido mucho su cántaro a la fuente y no sea suficiente, por lo que lo mejor es que abandone un cargo que le viene muy grande. Porque esto sí que es un roto: solo hay que ver con qué fruición se frota las manos Rosa Díez. Solo hay que fijarse en quién lo aplaude.
Luego llegó el jueves y, con él, la normalidad de la ventisca y el pedrisco que desde hace años nos azotan. Prima de riesgo arriba, bolsa abajo, Standard & Poor's degradándonos otros dos escalones como antesala de otra EPA aterradora: 5.639.500 parados, el 24,44 por ciento, de los que 365.900 son ya de Rajoy, pues son los nuevos de este primer trimestre de su Gobierno. Y, de postre, al rey lo tenían que operar otra vez de la cadera por ponerse a hacer audiencias antes de tiempo.
Y todo era malo, claro, y nos pesaba y deprimía nuestro ánimo –encima eliminaban al Madrid y al Barça, aunque solo tienen un alivio los atléticos-. Pero hasta puede decirse que nos vamos haciendo a esas cargas y a esos malos augurios que se suceden por todos lados: que si la recesión será aun peor que lo esperado según profetizan los expertos de bancos y cajas –reclamando de paso más dinero publico para sus agujeros-; que si no será hasta 2013 cuando crezca el PIB y en una miseria del 0,2 por ciento; y que si hasta 2014 no se creará empleo. Pues bueno, pues ya veremos cómo aguantamos, que otro remedio no nos queda...
Pero dignidad, corazón y memoria aún tenemos. Y eso fue lo que ofendió un ministro de Interior llamado Jorge Fernández Díaz al anunciar en un canutazo mal perpetrado –aún peor expuesto y explicado, con mirada huidiza y baja- nada más y nada menos que un Plan de Reinserción de Etarras.
Torpe fue lo que dijo pero aun fue mucho peor la duda, la zozobra sembrada. ¿Qué era aquello? ¿A qué venía? ¿Por qué esas contemplaciones, esa ofrenda para aplacar a los etarras? ¿A cuento de qué? ¿En busca de qué?
Era algo así como que si proclamaban su renuncia a la violencia y expresaban la ruptura formal con la banda –y sin tener siquiera que pedir perdón ni resarcir a las víctimas- se les darían unos cursillos (¿de cristiandad? ¿De fraternidad humana? ¿De Educación para la Ciudadanía?) y se les (¿agruparía? ¿Acercaría? ¿Beneficiaría?) reinsertaría.
No había un documento, no había otra cosa que la roma y borrosa explicación del ministro. No sabía a qué atenerse pero todo olía a fango. ¿Por qué no se había hablado con las víctimas del terrorismo en las últimas reuniones nada de eso? ¿En qué consiste el plan concretamente, punto a punto y condición a condición? ¿Dónde está escrito? ¿Cuáles son sus objetivos?
Dicen los optimistas que la medida "busca dividir a ETA". Aplauden alborozados y jaleados por todos los defensores de los planes de paz zapateriles, probildus y apaciguadores profesionales de profesionales, tales como Patxi López, Elena Valenciano o el nacionalista Urkullu, que ha insultado a toda la democracia, a todos los demócratas y a todas las víctimas de ETA agrupando Guerra Civil, dictadura y democracia en 75 años de guerra y bombas como si de la misma cosa se tratara y fueran los de ETA la más preclara continuación de sus gudaris –que, por cierto, se rindieron y pactaron, traicionando a la República, ante los valerosos fascistas italianos que venían de protagonizar la heroíca gesta de la estampida en Guadalajara-.
Aplauden ellos y se sumen en la perplejidad, la inquietud, la zozobra y el dolor no solo las víctimas directas sino tanta, tantísima gente que ha creído y quiere creer en la justicia y que espera y exige que los criminales cumplan sus condenas y sean castigados por sus crímenes.
Fue tal la congoja provocada por el titular de Interior que hubo de salir el presidente y comprometer, una vez más y por tres veces, que no había variación en su política, que "no habría beneficio penitenciario alguno". Y yo –y muchos- queremos creer a Rajoy. Pero entonces, ¿cuál es el Plan de Fernández Díaz?
Lo único cierto es que el ministro del Interior ha hecho un daño terrible. Ha afectado a la entraña y a la médula de los principios de mucha gente –ante todo, de los propios votantes del PP- que ha sentido la ruptura y la traición de un compromiso.
Este hombre, portada fallida de un ABC al que alguien –tal vez él mismo- "no negó" que fuera a ser presidente del Congreso y que tiene como hecho más glorioso el haber dejado a los pies de las redes mediáticas a su propia Policía en aquellos agigantados sucesos de Valencia cuando vino a aceptar, de entrada, una culpabilidad que luego resultó la más manoseada mentira, este ministro del Interior, el que ya va camino de ser el peor valorado de toda la historia democrática, ha cometido el peor error del PP en lo que va de Gobierno.
Un daño emocional, hoy por hoy, muy difícil de restañar. Pero que aunque no sea por la necesaria consideración que la ética y dignidad exigen y aunque solo sea por la del cálculo y el interés electoral, debe repararse de inmediato.
El presidente debe aclarar solemnemente su posición y la de su Gobierno. Y el ministro rectificar de manera contundente. Que quizás ya ha ido mucho su cántaro a la fuente y no sea suficiente, por lo que lo mejor es que abandone un cargo que le viene muy grande. Porque esto sí que es un roto: solo hay que ver con qué fruición se frota las manos Rosa Díez. Solo hay que fijarse en quién lo aplaude.
ANTONIO PÉREZ HENARES